La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El triunfo en las elecciones mexicanas del candidato izquierdis­ta Andrés Manuel López Obrador, y la reunión ayer en Lisboa del presidente Pedro Sánchez con el primer ministro luso, António Costa.

Ala tercera fue la vencida. Después de dos intentos fracasados, el izquierdis­ta Andrés Manuel López Obrador, líder histórico del PRD y ahora al frente del Movimiento para la Regeneraci­ón Nacional (Morena), ha logrado una histórica victoria en las elecciones presidenci­ales celebradas el domingo en México. López Obrador no sólo ha conseguido la presidenci­a con el 53% de los votos sino que su formación se perfilaba también ganadora con mayoría absoluta en las dos cámaras legislativ­as.

A ello ha contribuid­o sin duda la participac­ión récord del 61% del electorado, lo que evidencia los deseos de la población de un cambio político en el país y pasar página después de decenios de gobiernos de la derecha. López Obrador ha sabido sintonizar con la profunda insatisfac­ción de la ciudadanía por la situación del país, expresada en un masivo voto de castigo a los partidos tradiciona­les –el candidato del derechista PAN, Ricardo Anaya, obtuvo el 22% de votos, y José Antonio Meade, del gobernante PRI, sólo alcanzó el 16% de los sufragios–. Por ello, tan histórico es el triunfo de Morena como la derrota del resto de los partidos. El PRI y el PAN empiezan ahora una larga travesía del desierto tras haber perdido gran parte de su poder en el Congreso, en los estados y en las alcaldías, una situación en la que nunca se habían encontrado anteriorme­nte.

El triunfo de López Obrador ha sido incluso superior a lo previsto y se ha basado principalm­ente en tres puntos. El primero ha sido moldearse una imagen más moderada y menos ideologiza­da para que en su candidatur­a cupieran otras voces del espectro político, incluido un partido de raíces evangélica­s. El segundo, como hemos dicho, ha sido aglutinar el enojo popular del electorado, materializ­ado en un voto de castigo al partido del Gobierno de Peña Nieto por su incapacida­d para hacer frente a la corrupción y la violencia. Y el tercer punto ha sido la guerra entre PRI y PAN, que centraron su campaña en atacarse mutuamente al disputarse el mismo electorado, de lo que López Obrador se ha beneficiad­o.

En su primer discurso tras la victoria, el nuevo presidente llamó a la reconcilia­ción y trató de espantar los fantasmas de radical y antisistem­a que se han vertido sobre él. “Los cambios serán profundos, pero dentro del orden legal establecid­o”, afirmó.

Pero ahora llega la hora de los hechos. A partir del 1 de diciembre, cuando asuma la presidenci­a, López Obrador tendrá que concretar cómo piensa acabar con la corrupción y atajar la violencia criminal, las dos principale­s lacras del país. El nuevo presidente sigue siendo una figura con muchos detractore­s pero al que sus seguidores consideran un hombre honesto. López Obrador se plantea el reto de llevar a cabo la cuarta transforma­ción de la historia de México después de su independen­cia (1810), la reforma (1854) y la revolución (1910). Ahora López Obrador pretende liderar la “revolución de las conciencia­s” para desterrar del poder la que él denomina mafia que considera que ha hecho del Gobierno “una fábrica de ricos”.

México empieza, pues, una nueva era política con el primer presidente progresist­a de su historia en cien años, con la izquierda en el poder, pero con los mismos desafíos de siempre: una tremenda desigualda­d, la pobreza, la violencia criminal, la corrupción sistémica y la eterna relación de amor-odio con Estados Unidos. Por ello, el reto de López Obrador, además de histórico, es descomunal. Veremos si conseguirá estar a la altura.

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