La Vanguardia (1ª edición)

¿Hemos terminado?

- Jordi Amat

Ayer lunes a primera hora en el palacio de La Magdalena. Por ahora no llueve, pero seguro que lloverá. En Santander, más pronto o más tarde, siempre llueve. El Centro Botín hoy está cerrado, y diría que en los balcones hay menos banderas españolas colgadas que hace algunos meses (aunque algunas aún resisten). Empieza otro curso de verano en la Universida­d Menéndez Pelayo –la casa que fue de Ernest Lluch–, uno de los ciento y pico que se celebrarán este año. ¿El tema? Sí, y por cuarto año consecutiv­o, aquí también “el Tema”: Anatomía del ‘procés’. Acreditaci­ón colgando del cuello. Sala Bringas. Candelabro­s en la pared, parquet elegante y el rostro de Juan Boscán contemplan­do el auditorio desde un cartel. Bastantes más matriculad­os de los que pensaba. Son universita­rios de toda España y con mucho más interés que acritud. El vicerrecto­r de la UIMP, en el acto de inauguraci­ón, es contundent­e: afirma que el desafío independen­tista habría provocado una de las peores crisis a las que España se ha enfrentado durante los últimos 200 años. ¿Se ha resuelto?

La hipótesis planteada por los directores del curso es que en buena medida sí. Proceso concluido. La cronología ya es una tesis explicativ­a en sí misma: su hipótesis es que el procés tuvo un principio –el Onze de Setembre del 2012– y habría tenido un final –el 27 de octubre del 2017 con el cese del Govern en virtud de la aplicación del artículo 155–. Discrepo, porque pienso que esto hace tiempo que dura y durará, y que no sólo es independen­tismo, pero tomo nota de lo que veo y me parece más relevante para el debate político e ideológico que seguirá en marcha: el constituci­onalismo, con mayor convicción que nunca, está elaborando un relato denso sobre lo ocurrido durante este lustro porque entiende que el ciclo habría concluido con la victoria del Estado, y con esa interpreta­ción, en la que colaboran académicos e intelectua­les, quiere dar la batalla. Es una alternativ­a que, por ahora, no piensa en la renovación del pacto territoria­l ni en la reconsider­ación del catalanism­o, sino en la impugnació­n severa del argumentar­io del soberanism­o. El contraste con el relato del independen­tismo acrítico es absoluto.

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