La Vanguardia (1ª edición)

Sí, muy naif ¿y qué?

- Francesc Bracero

Si uno desea hacer buenas obras por el resto de la humanidad, tiene mucho trabajo por delante. La vida está llena de decisiones, de caminos a tomar que cambian no sólo nuestro devenir, sino también el de los demás. Así que intentar ganar dinero dentro del sistema pero con ciertos principios éticos, forma parte de cualquier intento de dejar el mundo un poco mejor que cuando llegamos.

Me confesaba hace unos meses un amigo que se sentía culpable cuando salía a la calle con su coche diésel, consciente, ahora, de que su vehículo contamina mucho más de lo que le dijeron cuando lo compró. En un momento en que los vehículos híbridos y eléctricos comienzan a ser cada vez más visibles, es fácil sentirnos responsabl­es –en la medida que nos correspond­e, tampoco exageremos– de los males que aquejan al medio ambiente y de que podemos hacer algo más por nuestra cuenta que bajar la cabeza y resignarno­s. Adivinen qué coche se ha comprado este amigo. Uno eléctrico, claro.

El sentimient­o de culpa (o de responsabi­lidad, si no queremos ponernos tan tremendos), es una emoción muy humana, pero no todo el mundo la experiment­a. Basta con mirar alrededor para darse cuenta de que hay quien no quiere entender que algunas de sus acciones tienen efectos negativos en otras personas.

El hecho de que existan inversores socialment­e responsabl­es no acabará con la existencia de fondos en los que las preocupaci­ones morales o por la salud de las personas y el medio ambiente son inexistent­es. Nada de contaminar (todavía más) el planeta. Ni tampoco provocar males a las personas. Así que se trata de evitar compañías muy diferentes en un amplio abanico que va desde las tabacalera­s a las fabricante­s de armas o a las petroleras.

Se podría argumentar que esta forma de invertir no se basa sólo en tratar de mejorar las cosas sino, básicament­e, de no empeorarla­s. Por eso en la lista de los negocios en los que no pondrá su dinero un inversor ético están todos esos negocios que afean nuestra existencia. Es decir, que dejar de poner dinero en ellas no significa hacer algo por intentar rebajar sus efectos. Aunque esta afirmación tampoco es cierta, porque la historia nos ha enseñado, aunque algunos insistan en no aprender, que en determinad­as cuestiones, la pasividad es complicida­d.

Lo que se deriva de este nuevo movimiento es que, todo lo que se haga en un sentido positivo resta del negativo. Un ejemplo sería invertir en energías sostenible­s. Cuanto antes se alcance una cuota del 100%, antes dejaremos de verter gases contaminan­tes y otros productos al medio ambiente. Así que la inversión sí que tiene efectos. Quizás la lección más importante de este tipo de inversión sea recordar que no todo está perdido, que hay esperanza y que un día tendremos personas más sanas, aire más limpio y océanos impolutos rebosantes de vida. Sí, todo muy naif, ¿y qué?

En la lista de los negocios en los que no pondrá su dinero un inversor ético están todos esos que afean nuestra existencia

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