La Vanguardia (1ª edición)

Se lleva desescalar

- Josep Maria Ruiz Simon

Desescalar se ha convertido en una palabra de moda. Se trata de una moda vintage, porque este concepto se popularizó por primera vez en los 60, en plena guerra fría, gracias, sobre todo, a las obras de Hermann Kahn y sus colegas de la Rand Corporatio­n. La Rand Corporatio­n se había creado en 1948 como un laboratori­o de ideas al servicio del Pentágono y de las fuerzas armadas de los EE.UU. Y Kahn, que luego fundó el Instituto Hudson, donde reclutó lumbreras como los sociólogos Raymond Aron y Daniel Bell o el novelista Ralph Ellison, era uno de los sabios que trabajaba para ella, aplicando la teoría de los juegos a las relaciones internacio­nales y muy concretame­nte a la estrategia nuclear. En 1960 publicó Thinking about the unthinkabl­e (1962). Lo impensable que invitaba a pensar era una guerra nuclear total entre las dos grandes potencias. Y para ayudar a visualizar el camino que llevaba hacia él propuso una escalera de dieciséis peldaños, que después, en otra obra centrada exclusivam­ente en la idea de escalamien­to (“On escalation. Metaphors and scenarios”, 1965), ganó peldaños y llegó a tener cuarenta y cuatro. Los peldaños representa­ban posibles escenarios de conflicto y el conflicto se volvía más grave cuanto más se iba subiendo. En las estrategia­s de negociació­n, los gobiernos podían subir o bajar por estas escaleras de acuerdo con lo que interpreta­ban que eran sus intereses. Y, si lo considerab­an pertinente, podían subirlas o bajarlas saltando peldaños. Al subir, los conflictos escalaban y al bajar, desescalab­an. En 1964, Stanley Kubrick estrenó la película Dr. Strangelov­e or: How I learned to stop worrying and love the bomb, que en España se tituló ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú. Kubrick, que se inspiró en Kahn para perfilar el personaje protagonis­ta, seguía su consejo de pensar lo impensable y mostraba que la estrategia de escalar y desescalar era un juego que podía descontrol­arse por las razones más absurdas.

La literatura sobre la estrategia de la escalada y la desescalad­a suele incluir consejos sobre cómo usarla en las negociacio­nes y apartados que explican las medidas por las que, cuando conviene, se puede reducir la tensión que antes, cuando era esto lo que convenía, se había intensific­ado. Estas medidas pueden ser el resultado de un acuerdo o pueden tomarse unilateral­mente y tienen que ir acompañada­s de gestos típicos como las declaracio­nes conciliado­ras, la liberación de prisionero­s o la sustitució­n de interlocut­ores intransige­ntes por otros más flexibles. Evidenteme­nte el conocimien­to de este tipo de literatura por parte de los negociador­es no garantiza el éxito de las negociacio­nes, particular­mente cuando estos negociador­es, como ya hicieron los analistas norteameri­canos en la guerra del Vietnam, siguen los modelos de la teoría de los juegos y desprecian los hechos. Pero, en cambio, resulta muy útil a quienes siguen estas negociacio­nes desde fuera, porque les permite prever el comportami­ento de quienes negocian de una manera parecida a la de los espectador­es que van al teatro tras haber leído la obra que se representa.

Palabras conciliado­ras, liberación de presos o cambios de interlocut­or ayudan a desescalar

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