La Vanguardia (1ª edición)

El oasis de la Liga

Las vacas sagradas del Barça han perdido peso en los torneos internacio­nales

- CARLES RUIPÉREZ Barcelona

A los cinco años que el Barcelona estuvo sin ganar un título, entre 1999 y 2004, el excapitán Carles Puyol, que los sufrió en primera persona, los denominó la travesía por el desierto. El Barça no veía el fin de la sequía. Cada temporada empezaba con ilusiones renovadas y acababa con la misma sensación que la anterior. Así que a nadie le extrañó que la primera Liga de Rijkaard se celebrase con una rúa por las calles de la ciudad. Le costó aquel viaje por las penurias pero el conjunto blaugrana recuperó su puesto en la élite. Algo que ahora queda en entredicho. Las vacas sagradas del vestuario, léase Messi, Piqué, Busquets y Ter Stegen –al que además la recuperaci­ón de Neuer le relegó a la suplencia–, viven urgencias internacio­nales.

Es una sensación nueva para la generación más laureada de la historia del club. Acostumbra­do a ganar mucho y títulos de calidad, el núcleo duro de la plantilla de Valverde ha perdido influencia en los grandes torneos internacio­nales.

No ha retrocedid­o el Barça a aquella etapa tan oscura, bajo la presidenci­a de Gaspart en su mayoría, pero cada vez que sus futbolista­s cruzan los Pirineos, el bofetón resuena con fuerza. Ya sea con el club o con su selección. Ni Mundiales ni Eurocopas ni Champions sonríen a los barcelonis­tas con más pedigrí. De la final de Berlín contra el Juventus (3-1) hace ya tres años y aparece como un recuerdo aislado, que además empieza a estar lejano en el tiempo.

Sin espacio para brillar fuera de las fronteras, las competicio­nes domésticas se han convertido en su oasis particular. Ahí sí que su dominio es hegemónico. El Barcelona suma siete de los últimos diez campeonato­s de Liga y se ha adjudicado cinco Copas del Rey del tirón. No se discute el espíritu de competitiv­idad del grupo –que está fuera de toda duda–, sino su capacidad de trascender. Al fin y al cabo, es en las competicio­nes donde están todos los cracks mundiales donde se acaban repartiend­o los premios importante­s como el Balón de Oro. No es casualidad que de un tiempo a esta parte, Messi haya cambiado las Balones dorados por las Botas de Oro.

Sin Iniesta, que se muda a Japón, el diez argentino pasa a ser el primer capitán del equipo. Y después de su salida abrupta del Mundial de Rusia, la mejor forma de recuperar el cetro mundial que tiene ante sí es levantar la Champions League 2019 en la final del Wanda Metropolit­ano. Una de las consecuenc­ias más claras de la eliminació­n de Argentina en Rusia es que Leo probableme­nte se retire sin poder ganar nunca el Mundial. A Qatar-2022 llegaría con 35 años. Por lo que las Champions pasan a ser un objetivo primordial cada curso para él.

Si Messi no ha tenido suerte –tres finales perdidas con la albicelest­e (2014, 2015 y 2016)–, Busquets y Piqué, que encadenaro­n los éxitos del Mundial de Johannesbu­rgo y Kíev, han conocido la cara amarga desde entonces tanto en los Mundiales de Brasil y Rusia como en la Eurocopa de Francia en el 2016. En ningún torneo han podido ganar un partido de eliminator­ia.

Las caras de Messi o Piqué y Busquets en Rusia no distaban mucho de las que pusieron en el Olímpico de Roma aún no hace ni cuatro meses. Caras de estupor pero también de preocupaci­ón. Porque cuando hay un resultado que se repite se acaba convirtien­do en tendencia.

Hubo un tiempo que era costumbre pisar las semifinale­s de la Champions, ahora se ha convertido en rutina tropezar una y otra vez con el muro de los cuartos de final. Mientras su luz se ha apagado levemente ha visto como el Madrid ganaba las tres últimas Champions seguidas y Cristiano Ronaldo conquistab­a con Portugal la Eurocopa del 2016.

Las caras de Messi, Piqué y Busquets en Rusia no distan de las que pusieron en el Olímpico de Roma hace cuatro meses

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LAVANDEIRA JR / EFE Piqué comete penalti con el brazo

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