De cortapisas y renuncias
LA vicepresidenta Carmen Calvo compareció en el Congreso para explicar los planes de su mandato y respondió que el diálogo abierto con la Generalitat será sin cortapisas. Cortapisas es una bella palabra, que los diccionarios etimológicos aseguran que tiene su origen en el catalán antiguo, que significa condición o limitación para hacer una cosa. El diccionario no ofrece dudas, pero la política distorsiona tanto las palabras que a veces pierden su significado. “Sin cortapisas” no admite acepciones, pero para el republicano Joan Tardà no quedó clara la amplitud del concepto, así que quiso escuchar por boca de la número dos del Gobierno si era sinónimo de “sin condiciones”. Para el portavoz de ERC, “sin cortapisas” quiere decir sin renuncias, sin importarle demasiado forzar la definición de la RAE. “Sin cortapisas significa libertad para hablar”, le corrigió Calvo, como si fuera una académica sin ganas de tropezar con el diccionario, ni con la Constitución.
Ciertamente la vicepresidenta le explicó cuáles serán los márgenes del terreno de juego del encuentro del 9-J entre Pedro Sánchez y Quim Torra: “Queremos hablar con libertad, pero el derecho a la autodeterminación no existe porque no figura en ninguna Carta Magna democrática”. Torra podrá hablar de lo que considere oportuno, pero sus sueños serán como en el monólogo de Segismundo de Calderón, un compendio de ilusiones de escaso recorrido. No habrá renuncias ni cortapisas, pero tampoco cheques en blanco ni acuerdos imposibles.
Lo sensato sería que hubiera un intercambio de lealtades, una voluntad de acercamiento, un deseo de abandonar trincheras. Escribe Steven Pinker (En defensa de la Ilustración) que las cosas malas acostumbran a ocurrir con rapidez, pero las cosas buenas no se construyen en un día. Habría que dar tiempo a esta relación. Sin cortapisas ni renuncias, pero con empatía e inteligencia.