Normalizar
Fatiga y normalización, los dos ejes sobre los que bascula la realidad catalana. Por un lado, estamos cansados del agotador periodo político que hemos vivido con tanta intensidad como dolor. Por el otro, hay un deseo mayoritario de vivir en normalidad, sin esta tensión que estresa hasta el delirio la vida del país. Estamos cansados y hartos, y la tentación de volver a la casilla anterior, cuando aún no se había producido el estropicio, es comprensible. De ahí nacen las voces que hablan de volver a los puentes de diálogo y retornar a la vía de la política con el fin de intentar resolver los conflictos. Y estas voces vienen de todas partes, desde los territorios más razonables del españolismo hasta los espacios centrales, pasando por la mayoría absoluta del independentismo. Nadie quiere cronificar una situación dolorosa, lamentable y estéril.
La cuestión, pues, no se sitúa en el deseo de la normalidad, porque, más allá de los obtusos, a nadie le gusta vivir bajo esta tensión nociva e inquietante, sino en las concesiones para conseguirla. Y es aquí donde los hay que hacen trampa. Si la normalización política de Catalunya tiene que pasar por aceptar la normalidad de los presos políticos y del exilio, la criminalización del independentismo y la aceptación de la represión como una lógica inevitable en democracia, entonces no se busca la normalidad, sino la estafa en Catalunya. O peor aún, la simple derrota, en el sentido menos político y más bélico del término. Y por esta vía, la normalización es impensable, porque somos millones los que no podemos concebirla asentada en la normalidad de tener líderes catalanes brutalmente represaliados. Como tampoco se puede normalizar las barbaridades jurídicas que ha perpetrado el Estado, en su lucha contra el independentismo. Aquí todo el mundo debe dar pasos en el camino de encontrarse, pero ningún espacio tendrá bastante oxígeno para alimentar el diálogo si en las prisiones hay presos políticos. Tanto si están en Estremera, como si tenemos que sufrir el regalo envenenado de tener a la Generalitat como carcelera de los líderes catalanes que deberían estar en el Govern.
Es evidente que hay una España dispuesta a todo, que sólo acepta la capitulación y que después quiere la revancha. Es la España del 39, reinventada una y otra vez. Pero hay otra España que entiende la lógica de la política y que es consciente de que el conflicto catalán no se resuelve por la vía represiva. Esta España, que Sánchez encarna (o tendría que encarnar), tiene que encontrar la salida al infumable enredo judicial.
Por cierto, el último informe de la policía haciendo un cálculo pericial del valor de uso de las escuelas, para considerarlo como malversación, es otro solemne esperpento. Esto no se aguanta por ningún sitio, y mientras el conflicto continúe por este camino delirante y represivo, la normalidad será una gesta imposible.
La Generalitat, convertida en carcelera de los líderes catalanes que deberían estar en el Govern