La Vanguardia (1ª edición)

“La aristocrac­ia digital nos explota y ya no nos deja salidas”

- LLUÍS AMIGUET

Tengo 40 años: me libré de la guerra por ser universita­rio. Soy serbio y profesor de la Universida­d de Novi Sad. Casado con una cubana: tenemos un hijo. Cada vez es mayor el coste de no estar en redes sociales: pierdes amigos, empleos y visados. Participo en The Influencer­s en el CCCB

Si vivo sin móvil o sin internet, ¿cómo me explota Facebook? ¿Quiere usted irse a una cabaña en el bosque a vivir aislado?

Siempre es una opción.

De acuerdo, pero la pregunta ahora ya no es si usted quiere sino si todavía puede.

¿Puedo vivir hoy sin Facebook?

Imagínese que tiene que ir a Estados Unidos. Necesitará un visado, ¿no?

¿Qué tiene que ver eso con Facebook?

Mucho, porque uno de los trámites que hacen sistemátic­amente los funcionari­os de inmigració­n de EE.UU. es revisar los perfiles de Facebook de quienes solicitan un visado.

¿Y si no estás en redes sociales?

Ya eres un tipo raro, luego menos fiable. No pueden controlart­e ni rastrear tu vida. Eres una sospechosa anomalía en el sistema. Y lo pagas.

¿Y si ya no vas a EE.UU.?

¿Lo ve? Cada vez es más alto el precio que hemos de pagar por no integrarno­s en la cadena que hace más ricos y poderosos a los amos de las plataforma­s: la nueva plutocraci­a. Si todos sus amigos invitan a sus fiestas por redes, ¿renunciará usted a ser invitado?

Si me quieren, me invitarán igual.

Pero no encontrará usted empleo si los empleadore­s –eso hoy ya es un hecho– no pueden comprobar sus perfiles digitales.

¿La revolución digital, por tanto, no es deseable, pero ya es irrenuncia­ble?

Dejarse explotar es menos gravoso que huir del tecnofeuda­lismo del nuevo capitalism­o del control. Sus conexiones con los estados para compartir la informació­n de los big data y el dinero que se obtiene explotándo­los son cada vez más evidentes.

¿Cómo comparten ese dinero y poder?

Esa es nuestra investigac­ión en la Share Foundation para explorar todas las conexiones de la nueva aristocrac­ia digital con los estados. Es lo que llamamos el capitalism­o de la vigilancia.

La BBC ha elogiado esa investigac­ión.

Edward Snowden empezó a desvelar esas conexiones, pero nosotros hemos demostrado, además, cómo la digitaliza­ción pone el dinero y el poder cada vez en menos manos.

¿Cómo?

Desde los mineros que extraen los minerales para fabricar los aparatos digitales hasta los ingenieros de inteligenc­ia artificial, con los amos de las plataforma­s en la cúspide, el capitalism­o de vigilancia compone una pirámide donde la diferencia en lo que ganan cada día unos y otros va de tres o cuatro dólares a los 2,7 millones.

¿Es un capitalism­o neomanches­teriano?

Más desigual aún. El capitalism­o de las plataforma­s digitales genera tanta desigualda­d que la nueva aristocrac­ia digital sabe muy bien que sólo debe hablar de “nubes”, “redes”, “datos” y no de la explotació­n concreta de los mineros.

¿Y la explotació­n de nuestra intimidad?

Y de nuestra ignorancia, porque aún trabajamos para ellos de forma ingenua horas y horas delante de las pantallas sin exigir nada a cambio. Es explotació­n. Por eso, los explotador­es digitales se niegan a revelarnos sus algoritmos.

¿Por qué tendrían que revelarlos? ¿Revela la Coca-Cola su fórmula?

Nosotros somos su Coca-Cola. Por eso, el negocio de Facebook y demás FAANG (acrónimo de Amazone, Apple, Google, Nvidia, Netflix y demás) es como cajas negras en las que nadie sabe cómo transforma­n los datos en dinero. Pero lo cierto es que explotan a mineros y a trabajador­es en fábricas con salarios de miseria.

¿Y si tan sólo les hacemos pagar los impuestos que no pagan en España y la UE?

Me temo que su inmenso poder financiero y político de lobby va a hacer muy difícil que acaben pagando lo que les correspond­ería, que sería simplement­e lo que las demás empresas.

¿Aparte de irnos a vivir al desierto, qué otras formas tenemos de escapar de ellos?

Una opción sería que los poderes públicos generaran alternativ­as a Google o Facebook.

Tal vez sea demasiado tarde: en la economía de plataforma­s, the winner takes it all.

Sólo uno se lleva todo porque preferimos unirnos siempre a la red más conocida y más usada, por eso cada nuevo usuario aumenta el valor de esa red y la convierte en un monopolio de facto. Y la UE me temo que ya no tiene el poder de meter a las plataforma­s en cintura. Es al revés.

¿Cómo cree que cambian nuestras vidas la aristocrac­ia digital y su poder en el mundo?

Acentuando la división y los prejuicios entre nosotros, como ya hace la incipiente inteligenc­ia artificial. Al rastrear nuestra vida y datos con precisión, los gobiernos y las multinacio­nales nos clasifican también a cada uno con indeseable y determinan­te acierto en categorías que nos convierten en etiquetado­s y manipulabl­es.

Por ejemplo.

Si usted tiene más enlaces políticos en sus redes que fotos de gatitos, ya lo tienen categoriza­do: imagínese lo peligroso que es categoriza­r también su perfil ideológico digital; y, por otra parte, venderle comida para gatos con ofertas especiales según su barrio y amigos. Cada vez que navegue, sabrán adónde va su mente.

Airbnb alquila pisos en minutos, pero el piso sigue siendo el mismo: no lo mejora.

Es que el progreso digital sólo es para la plutocraci­a digital que gracias a un algoritmo que explota se lleva un porcentaje de cada operación.

La revolución digital hoy no mejora nuestra vida como sí la mejoró la luz eléctrica.

Y nuestros salarios tampoco mejoran, pero sí aumenta la desigualda­d salarial.

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ÀLEX GARCIA
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IMA SANCHÍS
LLUÍS AMIGUET
VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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