El faro del lenguaje
Hace siete años Joaquim Maria Puyal publicó Aicnàlubma (Columna, 2011), un ensayo de título tan enigmático —ambulancia del revés— que requería un subtítulo: Reflexiones sobre la sociedad y los medios. Propuestas para la nueva televisión. No era un libro menor ni explotaba la anécdota biográfica, como seguramente hubiera querido el editor. Contenía memoria, pero la ponía al servicio de la reflexión académica sobre uno de los territorios del conocimiento que más se ensancharon durante el siglo pasado: la comunicación. Puyal hizo una presentación para la prensa que podría encabezar un nuevo epígrafe de récords Guinness. Cada mediodía, a la ciudad de Barcelona se celebran presentaciones de libros destinadas a la prensa, porque el horario vespertino de las abiertas al público (de siete a nueve) no encaja en la jornada laboral del periodista. El formato habitual de estas presentaciones para profesionales es el de desayuno tardío, entre las once y la una, y la media de asistencia difícilmente sobrepasa la docena. Aquel día del 2011 la ambulancia especular de Puyal congregó a unas cuantas docenas de profesionales de todas las generaciones, incluido más de un director de diario. Su capacidad de influencia en la profesión periodística es un hecho indiscutible. Puyal ha aportado criterio en brillantes sprints en la pantalla televisiva y carreras de fondo en la antena radiofónica. Velocista y fondista a la vez, esta semana ha anunciado que deja de correr y cambia de disciplina deportiva. Todos los asistentes a la presentación del 2011, y muchos otros, ya hace días que cuentan, cada cual con sus propias palabras, que Puyal ha sido un faro. La verdadera dimensión de su voz, asociada a momentos de gran intensidad emocional, se refuerza ahora que sabemos con certeza que no volveremos a escucharla. Su ausencia crecerá dentro de pocas semanas, cuando un hecho tan trivial como una pelota azulgrana vuelva a activar los resortes más profundos de nuestros afectos y aversiones. Puyal ha sido un faro para navegantes, pero no un faro fijado en un punto determinado de la costa, sino un faro en movimiento capaz de fijar su rumbo a partir de las señales que emite otro faro más potente denominado lenguaje. La lengua catalana, y todas las lenguas, han sido su faro. Su actitud de poner la lengua en primer plano en ámbitos en los que a menudo se ve sobrepasada por otras prioridades es ejemplar. Su curiosidad proverbial le ha llevado a la Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans.
Hay faros en todos los ámbitos, afortunadamente, aunque pocos hayan tenido la capacidad de influencia de Puyal. Hace pocos días el Ateneu Barcelonès acogía un homenaje a un Josep Maria Espinàs nonagenario, otro profesional del periodismo que se ha dedicado a jugar reflejando los rayos de luz que emite el faro del lenguaje. Y este mes de julio hace veintiocho años justos que el añorado Tísner dejó de deslumbrarnos con su ingenio verbal desde los Mots Encrueats, aquí en La Vanguardia. Maestros.
Puyal ha sido un faro en movimiento capaz de fijar el rumbo a partir de otro faro denominado lenguaje