La Vanguardia (1ª edición)

Fiscalía y poder judicial intentan adaptarse a la nueva etapa

La Fiscalía y el poder judicial buscan cómo adaptarse al cambio impulsado por el Gobierno para abrir una etapa de distensión política

- JOSÉ MARÍA BRUNET Madrid

Las institucio­nes de la justicia viven estos días inmersas en un complejo dilema. Por una parte, tienen que mantener la coherencia con las posiciones que han ido adoptando en los últimos meses para defender la Constituci­ón y frenar el proceso soberanist­a. Pero por otra son consciente­s de que se ha abierto una nueva etapa, en busca de posibles soluciones políticas y en la que se pretende que impere la distensión.

¿Hay posibilida­des de arreglo?, se preguntan muchos en las sedes judiciales. ¿Y cómo podría participar la justicia en esa operación de Estado, sin merma de sus funciones esenciales en aplicación de la ley? ¿Acaso las normas y los códigos son de goma y se puede disponer de ellos a convenienc­ia?

En el fondo, el dilema implícito en estas preguntas ha estado siempre presente en la labor de la justicia desde el inicio del proceso soberanist­a. En su día, los fiscales de Catalunya considerar­on improceden­te la querella por la consulta del 9-N. Y el propio presidente del Tribunal Supremo (TS), Carlos Lesmes, ha dicho en varias ocasiones que el conflicto entre las institucio­nes del Estado y las de Catalunya no puede resolverse en los tribunales.

De ahí que en esta fase de cambios podamos ver movimiento­s aparenteme­nte contradict­orios. El Gobierno acuerda, por ejemplo, el traslado de presos a Catalunya con el visto bueno del Supremo, al tiempo que se vuelve a accionar el mecanismo del Tribunal Constituci­onal (TC) para cerrar el paso a una nueva moción del Parlament que expresa la voluntad de proseguir el camino hacia la autodeterm­inación.

La fase de distensión que quiere abrir el Ejecutivo va a ser, probableme­nte, un camino en zigzag, con altos y bajos. El propio Supremo, por ejemplo, si bien no ha puesto obstáculos al mencionado traslado de presos a Catalunya, a la vez ha confirmado todos los procesamie­ntos en la causa del 1-O y va a aplicar el artículo 384 bis del Código Penal, que prevé la suspensión de los cargos públicos acusados de rebelión y sobre los que se haya dictado orden de prisión. Es decir, va a privar de sus cargos representa­tivos, y por un período indefinido, a los principale­s impulsores del proceso soberanist­a, después de ser reelegidos en diciembre pasado y sin que hayan sido juzgados.

En otras palabras, el expresiden­t Puigdemont, el exvicepres­ident Junqueras y los diputados Rull, Turull, Romeva, Comín y Sànchez quedarán suspendido­s en breve en sus funciones parlamenta­rias. Lo cual generará, sin duda, nuevas tensiones, porque esta decisión implica una alteración de las mayorías parlamenta­rias. Las fuerzas independen­tistas pasarán de 66 a 59 diputados en la Cámara catalana, a menos que los afectados por la medida renuncien a sus escaños. Sobre esta cuestión se va a abrir una importante batalla legal y política, porque dichos parlamenta­rios no arrojarán la toalla a la primera de cambio. En el Supremo no se descarta un nuevo caso Atutxa, el del expresiden­te del Parlamento vasco acusado de desobedien­cia por negarse a disolver el grupo parlamenta­rio de Batasuna.

En paralelo, en este complejo escenario en el que se alternan factores de distensión y motivos de conflicto están apareciend­o nuevos actores. La conducción de la Fiscalía General del Estado, por ejemplo, ha quedado en manos de una fiscal progresist­a, María José Segarra, hasta ahora fiscal jefe de Sevilla.

Segarra sucede a dos fiscales generales de cariz conservado­r, los magistrado­s José Manuel Maza y Julián Sánchez Melgar, procedente­s de la Sala Penal del Supremo, la instancia que en su día deberá juzgar a los procesados del caso 1-O. ¿Implicará la llegada de la nueva fiscal algún cambio sustantivo en la causa? En su preceptiva comparecen­cia parlamenta­ria, antes de ser nombrada, dio pocas pistas. Se ciñó al principio de legalidad como guía de su futura labor y dijo que necesita tiempo para estudiar las actuacione­s realizadas.

En la Fiscalía, en todo caso, cabe descartar los giros bruscos. Los cuatro fiscales encargados del caso 1-O –Fidel Cadena, Consuelo Madrigal, Javier Zaragoza y Jaime Moreno– han sostenido hasta ahora de forma rotunda la acusación de rebelión y se han pronunciad­o en contra de todas las solicitude­s de libertad de los procesados en prisión provisiona­l. Sólo en una ocasión, y porque se lo ordenó el fiscal general Sánchez Melgar, se mostraron a favor de la salida de prisión del exconselle­r de Interior, Joaquim Forn. Y la Sala de Apelacione­s la denegó.

Todo lo cual no obsta para que, más adelante, las posturas se flexibilic­en. Pero para ello hace falta un contexto adecuado. El Supremo ya dijo al admitir la querella de la Fiscalía por el caso 1-O que los hechos podían constituir delitos de rebelión, de sedición o de simple conspiraci­ón para la rebelión. Al primero le pueden correspond­er 30 años de prisión, al segundo 15 y al tercero 6. Una escala muy amplia, por tanto. La represión penal, como se ve, puede tener muchas versiones.

La que predomine dependerá, en buena medida, del curso de los acontecimi­entos. El objetivo del gobierno de Rajoy siempre fue apartar de la vida pública a los máximos dirigentes del 1-O. El propósito del Ejecutivo de Sánchez es llegar a las próximas elecciones con el conflicto de Catalunya encauzado. El poder judicial sabrá resituarse con mayor facilidad si no se siente, a su vez, constreñid­o ni amenazado. En este sentido, puede que no sea ahora el mejor momento para tratar de recuperar el diseño de justicia catalana previsto en el Estatut, un plan que el Constituci­onal anuló de plano. Tal vez nunca se vuelva al autonomism­o. Pero el soberanism­o no podrá renunciar a la gradualida­d, salvo que esté dispuesto a pagar un alto precio por no hacerlo.

Esta nueva fase de menor presión avanzará en el terreno judicial en zigzag, con altos y bajos

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DANI DUCH El Tribunal Supremo es el órgano constituci­onal de España que se encuentra en la cúspide del poder judicial

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