La Vanguardia (1ª edición)

Efervescen­cia electoral en EE.UU.

Adorada u odiada, la figura de Trump revigoriza a las bases de los partidos

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Ningún presidente de la historia reciente de Estados Unidos ha sido tan polarizado­r como Donald Trump. Con él, no hay medias tintas posibles: la suma de quienes apoyan fuertement­e su presidenci­a y los que la rechazan fuertement­e nunca ha sido tan alta, con excepción de George W. Bush tras los atentados terrorista­s del 11-S.

El próximo 6 de noviembre, los estadounid­enses acudirán a las urnas para renovar a los 435 miembros de la Cámara de Representa­ntes y un tercio del Senado. Si las midterm –como se conoce a estas elecciones legislativ­as, que se celebran a mitad del mandato de cada presidente– son siempre un referéndum sobre el partido y el jefe del despacho oval, más lo van a ser en el caso de Trump. Su figura se ha convertido en el principal factor movilizado­r de la vida política estadounid­ense.

Dos tendencias emergen con claridad en las primarias celebradas hasta la fecha: la reconversi­ón del partido republican­o en el partido de Trump, y el liderazgo femenino en el proceso de renovación interna de los demócratas, que aspiran a recuperar el control del Congreso. Factible en la Cámara de Representa­ntes, más difícil en el caso del Senado, no está claro que en noviembre vaya a llegar una auténtica ola azul, el color de los demócratas.

La cita de las midterm suele pasar factura al partido en el poder y su presidente, que acaba el mandato con las manos atadas por el Congreso y obligado a negociar (para eso las idearon los padres fundadores, para amortiguar el impacto de los cambios en la opinión pública). También en esto, Trump quiere ser una excepción y se está empleando a fondo para evitar que le ocurra lo mismo que a casi todos sus antecesore­s. Se juega más que otros: una victoria demócrata daría pie a la apertura de investigac­iones sobre su campaña electoral y sus actuacione­s como presidente.

Aunque un 52% de los estadounid­enses rechaza su gestión, su tasa de aprobación entre los votantes republican­os roza la cifra récord del 90%. En este contexto, Trump apenas está encontrand­o oposición interna para convertir al great old party (GOP, el viejo gran partido), en proceso de derechizac­ión desde los años ochenta, en un partido a su imagen y semejanza. Las voces críticas con sus políticas se baten en retirada (Jeff Flake, John McCain, Bob Corker, Paul Ryan...) mientras los perfiles más populistas y radicales ganan posiciones y desplazan a las corrientes clásicas de moderados, cristianos o libertario­s.

“El partido republican­o ya no existe. Sólo existe el partido de Trump. El GOP está durmiendo la siesta”, dijo hace unos días su exjefe en la Cámara John Boehner. “Es un cambio para mejor”, replicó el congresist­a california­no Kevin McCarthy, estrella ascendente del

No está claro que en noviembre llegue una ola demócrata que ponga límites a Trump

FORTALEZA REPUBLICAN­A El presidente está rediseñand­o el partido republican­o a su imagen y semejanza

REVOLUCIÓN EN EL GOP

nuevo GOP. Las primarias celebradas hasta la fecha han derivado a menudo en una carrera por demostrar quién es el más trumpista de todos los candidatos. “Se está convirtien­do en una cuestión de culto”, plantea sin tapujos el senador Corker, a punto de retirarse.

El desánimo cunde entre la élite intelectua­l republican­a clásica. Si el GOP quiere sobrevivir, los demócratas deben ganar las midterm, defienden ideólogos conservado­res como David Frum, John Ziegler, Tom Nichols, George Will o Pete Wehner. “Por el bien del conservadu­rismo y el partido, es esencial que se suavice el control de Trump sobre ellos y que el trumpismo sea repudiado”; para eso, “lo mejor sería que los republican­os perdieran, porque se les ha asociado con Trump”, ha declarado Wehner al Democracy Journal.

Hay más cosas en mutación en la política estadounid­ense. La tradiciona­lmente baja presencia femenina en el Congreso (20%, la mitad que en España) podría cambiar a partir de noviembre. El 2018 es el año de las mujeres en la política estadounid­ense. Nunca tantas se habían presentado a elecciones primarias y nunca tantas habían sido elegidas, en especial entre los demócratas, donde están arrasando (han ganado el 40% de las primarias). “Es como si les fuera la vida en ello”, dice un analista. A 1 de julio, 468 mujeres se habían presentado a la elección de candidatos a la Cámara (298 en el 2012) y 52 al Senado (el récord era 40 en el 2016), según el Center for American Women in Politics. Es un fenómeno sobre todo demócrata: tres de cada cuatro candidatas militan en sus filas, a veces desde la insurgenci­a.

El punto de inflexión se sitúa en la marcha de mujeres que recibió a Trump en enero del 2017. “Desde entonces hemos visto una explosión en el número de mujeres interesada­s en ser candidatas”, recuerda desde Nueva York Danielle Thomsen, profesora de la Syracuse University. “Muchas están siendo muy explícitas al expresar su preocupaci­ón sobre la marcha del país en temas como los derechos de la mujer, la salud reproducti­va o la sanidad, pero también la inmigració­n, cuestiones que van más allá de lo que se entiende como temas femeninos. Vemos no sólo un récord en el número de mujeres que compiten por el Congreso sino también a escala local y estatal, lo que tendrá consecuenc­ias estructura­les”.

No hay una explicació­n única a este fenómeno, apoyado en el auge del movimiento #MeToo de denuncia del acoso sexual. Una teoría es el deseo de los votantes de impulsar a candidatos ajenos al sistema de partidos. “Aunque la mayoría de las mujeres que llegan a algún cargo en el Congreso suele tener experienci­a previa, igual que los hombres, es potual sible que se las perciba como outsiders a pesar de que procedan del mismo entorno. La política ha sido un espacio históricam­ente dominado por los hombres, y se las puede ver como alguien capaz de limpiar ese mundo”, apunta Thomsen.

Otra explicació­n conectada sería la búsqueda de historias personales fuertes. Hay veteranas como Amy McGrath o M.J. Hegaar que además de ir a la guerra han librado batallas legislativ­as nacionales. Otras que apuestan por la cercanía. Dos aspirantes a gobernador­as han aparecido amamantand­o a sus bebés mientras que otra ha conseguido que la comisión electoral acepte como gasto los 22 dólares por hora que paga por el cuidado de sus hijos mientras hace campaña. Algunas de las elegidas han hecho historia llegando tan lejos siendo parte de alguna minoría, un grupo llamado a superar a los anglosajon­es blancos en el que los demócratas captan más votos que los republican­os.

Ambos partidos medirán sus fuerzas el próximo 6 de noviembre. Para hacerse con la Cámara de Representa­ntes, los demócratas necesitan conquistar 24 escaños más de los que tienen hoy; es su apuesta más segura. En el Senado, el panorama es más complicado: para superar a los republican­os, deben mantener sus 26 de los 34 escaños que se renuevan en la rotación ac- (algunos de ellos, en estados donde Trump se impuso sobre Hillary Clinton) y ganar dos más.

¿Qué dicen las encuestas? Aunque los demócratas tienen muchos factores a favor y parten con varios puntos de ventaja, no son los suficiente­s para dar por descontada su victoria, advertía el experto en encuestas John Zogby en un reciente encuentro con correspons­ales en Washington. Los nuevos presidente­s tienden a perder escaños, los demócratas han ganado las elecciones especiales en varios estados y están eligiendo “candidatos apetecible­s no sólo para los nuevos demócratas sino para los moderados, sin alienar a la base”, mientras la coalición Obama de votantes (mujeres, negros, minorías étnicas...) parece seguir activa.

“Pero también los republican­os tienen algunas ventajas no insignific­antes”, resalta Zogby: un paro del 3,8% (aunque no todos los empleos sean buenos y a menudo no baste con tener uno), salarios en alza (desde hace cuatro años y no uno como proclama Trump), mejores perspectiv­as para los jóvenes de la gran recesión y un número creciente de estadounid­enses que cree que el país “va en la buena dirección”. A todo esto se suma la enorme habilidad del presidente para marcar la agenda de los medios y el debate nacional.

La clave, más que nunca, estará en la participac­ión, en cuál de los dos partidos moviliza más a sus simpatizan­tes y en especial a los jóvenes, los que menos votan en este tipo de comicios (y el grupo de edad que peor valora a Trump). “Las elecciones son una valla de intensidad. El lado con un apoyo más intenso es el que más seguro podrá estar de conseguir votos suficiente­s”, afirma Zogby. La situación de la sanidad (sin derogarlo, Trump ha recortado prestacion­es al Obamacare), la educación (ojo con el sindicato de maestros, promotor de huelgas en varios estados este año por los bajos salarios) o el movimiento #MeToo o por el control de las armas pueden movilizar a los demócratas. Para los republican­os, el principal factor es la inmigració­n, el tema que llevó a Trump a la Casa Blanca, con el que sigue apelando a sus bases y que agita a diario con sus polémicas decisiones, tuits y mítines. “Está en uno de sus mejores momentos”, asegura su exasesor Steve Bannon.

El interés de las mujeres por ser candidatas se disparó tras la marcha de mujeres del 2017 La capacidad de cada partido para movilizar a sus bases y si los jóvenes van a votar serán claves

PUNTO DE INFLEXIÓN

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 ?? JIM WATSON / AFP ?? Uno de sus seguidores sostiene un retrato del presidente Donald Trump a su llegada a un mitin en Great Falls, Montana, el pasado jueves
JIM WATSON / AFP Uno de sus seguidores sostiene un retrato del presidente Donald Trump a su llegada a un mitin en Great Falls, Montana, el pasado jueves
 ?? WIN MCNAMEE / AFP ?? Marcha de mujeres en Washington el 28 de junio contra la separación de familias inmigrante­s
WIN MCNAMEE / AFP Marcha de mujeres en Washington el 28 de junio contra la separación de familias inmigrante­s

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