Puyal o el oficio de narrar
Algo falla en el oficio de narrar cuando tiene tanto éxito el adjetivo brutal. Tan brutal es hoy que una mujer apuntille a la suegra con el cuchillo jamonero como que uno pegue tres polvos en una noche, proeza insólita –hablo por ustedes–, más bien agradable y que de brutal tiene poco.
Joaquim M. Puyal cuelga las botas que ya nadie llama borceguíes y se va por la puerta principal de tribuna, allí donde la megafonía del Camp Nou emplazaba a recoger a los niños perdidos –tampoco se montaba el drama, más bien chirigota– y a acudir “por un asunto urgente de su interés”.
Y como se va –se va porque quiere, privilegio de los grandes– es de justicia agradecer tantas narraciones sin brutalidades. Tiene más peligro un adjetivo que un cañardo de Rexach, la directa de Hansi Krankl y las salidas de puños del gran Urruti, mitos que sin narradores como Puyal no permanecerían en la memoria sentimental, la única que ni se vende ni se toca.
Supimos que era doctor, doctor universitario, por las conexiones de medianoche con García, al que no le volvió a salir un criado respondón de tanta personalidad. Y disfrutamos de la dicción y el lenguaje de Puyal, tan influyente en la elevación del catalán a lengua grande, sin despreciar el argot medio british, medio chava de los públicos del fútbol más popular.
Me fastidia que Puyal se vaya tan ricamente porque nos quedamos sin un estilo de narrar elegante como el trote de Marcial y esencial como los cortes al cruce de Migueli. Yo no opino que después de Puyal, el diluvio –vicio de los de mi generación cuando nos ponemos sentimentales–, pero sí recuerdo que ha sido el sucesor de dos voces inolvidables: Miguel Ángel Valdivieso y José Félix Pons, locutores de fútbol que mantenían el tipo, la compostura y el respeto al lenguaje. No digo que fuesen Gary Cooper, pero casi.
Siempre he creído que el mérito de Puyal no eran ciertas frases archirrepetidas –tipo “Urruti, t’estimo”– sino el espíritu de superación y de acomodarse a los tiempos. El mayor drama de un hombre es no comprender el tiempo que le ha tocado vivir –y el que vivirá–, un reto del que sus retransmisiones han salido tan airosas como Ben Alí, peso gallo de Melilla nacionalizado barcelonés, en aquel combate en la Monumental de fines de los sesenta con el título continental en juego que ya narró un Puyal pipiolo.
El oficio de narrar es maravilloso y nada brutal. No está al alcance de cualquiera y sólo alcanza lo sublime si alguien se enamora de las palabras, ese material al alcance de todos pero que pocos saben transformar en elegancia y dicción al modo de Puyal. Supongo que las palabras además de significado tienen música. Va por las futuras generaciones...
That’s all folks! Quien calcula compra en Sepu. Y nuestro más cordial saludo a los simpáticos miembros de la Organización Nacional de Ciegos.
Después de Puyal no caerá el diluvio, pero ahí queda eso: se va el sucesor de Valdivieso y José Félix Pons