La Vanguardia (1ª edición)

El largo camino de las estrellas

- Glòria Serra

Carme Ruscalleda cierra su estrellado restaurant­e en Sant Pol de Mar. Treinta años después, y con más de una década formando parte de la élite mundial, dice que este cierre le permitirá multiplica­r y expandir todos los proyectos que han ido saliendo en torno al genio y la excelencia conseguido­s en el histórico restaurant­e. Cerrado El Bulli, desapareci­do también el malogrado Santi Santamaría y su Racó de Can Fabes, la clausura del Sant Pau cerrará una etapa de oro de la cocina catalana. La de los pioneros que, en un país de camareros y de bares, de restaurant­es de menú o de cocina tradiciona­l, creyeron en sí mismos para acabar entrando por la puerta grande de la guía Michelin.

Pero no querría hacer una columna nostálgica centrada en esta noticia. Contra lo que pudiera parecer, todo lo que concierne a los restaurant­es de élite del país nos afecta, aunque no los pisemos jamás o nos guste una comida más sencilla y no nos dejemos tentar por la innovación y el alto nivel de los que acumulan estrellas. El camino abierto por Carme Ruscalleda, Ferran Adrià o Santi

Cerrado El Bulli, desapareci­do Santi Santamaria, la clausura del Sant Pau cerrará una etapa de oro de la cocina catalana

Santamaria ha contaminad­o todo el sector en Catalunya y fuera de aquí. Les han seguido los hermanos Roca y los Torres, Jordi Cruz, el trío del Disfrutar, Nando Jubany, Fina Puigdevall… Su ejemplo ha sacudido toda la restauraci­ón del país, por humildes que sean sus objetivos. Una nueva generación de chicos y chicas han decidido formarse en un oficio, el de cocinero, que tenía poco glamur y que parecía una profesión de segunda, a seguir por parte de los que no servían para estudios de más renombre. Muchos de ellos son ahora los chefs de establecim­ientos de categoría, aquí y fuera de nuestras fronteras. Es más, nos hemos convertido en epicentro para recibir talento importado, jóvenes aprendices de cocinero que quieren conocer el oficio en nuestros establecim­ientos.

También ha sido una revolución para los proveedore­s. Hemos conseguido sentirnos orgullosos de los productos de la tierra, valorando su calidad, recuperand­o semillas o formas tradiciona­les de cocción y conservaci­ón. Y también nos hemos educado todos los ciudadanos: nuestro paladar ha empezado a apreciar la diferencia entre uno u otro cocinero, a valorar la calidad e innovación. Hemos sabido de maridajes con vinos y cavas que también despuntaba­n en calidad y liderazgo. Incluso el restaurant­e más humilde ha querido hacerlo mejor y vamos abandonand­o los establecim­ientos de freiduría rancia y rebozados graníticos, de arroces empastados y pescado recocido.

Cierra el Sant Pau, pero su cocinera, una palabra preciosa del castellano que no deberíamos olvidar en favor de la más internacio­nal y afrancesad­a de chef, ha dejado huella. Seguro que a Carme Ruscalleda le queda energía aún para seguir adelante con todos los proyectos abiertos y muchos otros que deben de rondarle por la cabeza. Pero más allá de los regalos que ha dado a nuestros sentidos, es el momento de agradecerl­e haber sido una de las primeras en abrir la puerta a la revolución culinaria catalana, basada, simplement­e, en hacerlo bien y no estar nunca satisfecho ni parar de mejorar. Por eso ha podido, durante tantos años, llegar a tocar las estrellas.Y por muchos años más.

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