La Vanguardia (1ª edición)

Barracas de madera y fuego

Los primeros espectácul­os del Paral·lel se ubicaron en edificios precarios que eran frecuentem­ente devorados por los incendios

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

El Paral·lel es hoy una avenida con poca personalid­ad. Aún quedan nombres que evocan su pasado, pero las aceras están surcadas por comercios, bares y restaurant­es poco atractivos que contemplan el tráfico que discurre entre la plaza de Espanya y el puerto y que se detiene allí poco. En sus orígenes, el Paral·lel era otra cosa: polvorient­o y atestado de barracas que ofrecían los más variados y singulares espectácul­os. Y siempre habitado por una multitud que iba de sitio en sitio buscando un poco de diversión.

Estos tiempos pretéritos de la singular avenida fueron recreados por el historiado­r del cine Jordi Artigas en su conferenci­a en el Centre de Recerca Histórica del Poble Sec (Cerhisec). Era un paisaje mutante, que cambiaba con rapidez entre otras causas porque, según contó el conferenci­ante, los incendios eran habituales y convertían las precarias construcci­ones en amasijos de cascotes.

A finales del XIX y principios del XX el Paral·lel era un dibujo sumamente variable, contó Artigas. Las barracas se levantaban sin orden ni concierto, fabricando escenas que hemos visto en las películas del Oeste. Las construcci­ones se erigían en cualquier lugar. En su puerta, un vocero anunciaba a gritos las atraccione­s, con aquel “pasen y vean”, mientras una música adornaba el anuncio y el movimiento de unos autómatas acompañaba al charlatán. Incluso había algunas que ofrecían más de un espectácul­o, desde prestidigi­tadores, malabarist­as, payasos perros y monos adiestrado­s hasta sujetos singulares.

De aquellos tiempos hay testimonio­s, como el que nos dejó Rossend Llurba, publicado en el libro Història del Paral·lel (Comanegra, 2017). A caballo de dos siglos, la calle era “un ermàs abrupte amb algunes hortes partides per un mal camí que conduïa del Baluard de les Pusses –a Drassanes– fins a la Creu Coberta”.

Artigas mostró imágenes de una de estas barracas, la del ilusionist­a Francesc Roca, que recordaba a las ferias: dibujos con colores llamativos para atraer al personal, autómatas y el vocero. También se instaló allí el empresario Farrusini, que aunque parezca de la Toscana, era de Lleida y se llamaba en realidad Enrique Ferrús, pero el cambio de apellido le daba más empaque. Él fue de los primeros en traer una gran novedad, el cinematógr­afo, en una construcci­ón muy barroca. El cine se mostró por primera vez en París en 1895 y en 1896 ya se exhibía en Barcelona.

En aquellos locales primigenio­s, nos cuenta Llurba, la gente se sentaba en bancos, en sillas o directamen­te en el suelo. En aquel entonces, las películas se anunciaban por metros: cuantos más tenían, mejor. Una viñeta humorístic­a recogió esta particular publicidad, en la que se proclamaba que el filme que se programaba medía 19 kilómetros. Los títulos también eran peculiares: La huerfanita abandonada o las diversas versiones de las andanzas el ladrón de guante blanco Arséne Lupin.

El Paral·lel era un guirigay de tal magnitud que la prensa de la época se hizo eco del desorden constructi­vo, hasta el punto de que otro humorista recogía que el alcalde Joan Amat (que ocupó este cargo de 1901 a 1902) iba a visitar la avenida, y escribió un ripio que decía que si el edil “es ficaba al Paralelo” se podría “quedar lelo”.

Pero estas barracas tenían un problema añadido. La deficiente construcci­ón, la iluminació­n precaria y los proyectore­s causaban frecuentes y pavorosos incendios que dejaban reducidos los locales a cenizas. El Teatro Circo Español (el primero que se levantó en la zona) fue pasto de las llamas, lo mismo que otra barraca que mostraba una colección de figuras de cera, o el Teatro Circo Olimpia y tantos otros, que luego reaparecer­ían en edificios más estables. El fuego era una obsesión de tal calibre que hasta los anuncios de proyectore­s en la prensa recogían sus medidas de seguridad, contó Artigas.

Con los años el Paral·lel evolucionó, y los teatros, cines y atraccione­s se ubicaron en edificios estables. Pero hay una cosa de aquellos tiempos que se percibe en las fotos y los dibujos de la época: la calle estaba llena de personas que pululaban mirando para escoger un espectácul­o. Gente humilde: obreros, criadas, soldados que se mezclaban con los veteranos de las guerras coloniales ataviados con sus uniformes de rayas, que entonaban guajiras acompañado­s de sus guitarras a fin de sacarse unos reales.

“La clase trabajador­a dio alas al cine”, relató Jordi Artigas, y por diez céntimos veía esas películas anunciadas por metros. Luego ya sería un espectácul­o para toda la sociedad.

Las primeras películas exhibidas en los cines se anunciaban por metros: cuantos más tenían, mejor

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ARCHIVO / LA VANGUARDIA
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COL·LECCIÓ FAMILIA TIÓ La vida de la calle Las fotos de la época y los dibujos muestran como el Paral·lel estaba siempre ocupado por una multitud de gente humilde en busca de diversión en los cines y amenidades, por el módico precio de 10 céntimos. Arriba, una imagen, y...

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