La Vanguardia (1ª edición)

Bebe y calla

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El 2018 marcará un antes y un después en la historia del cava. El fondo de inversión estadounid­ense Carlyle ha llegado esta semana a un preacuerdo para comprar entre el 55% y el 60% de las acciones de Codorniu, la decana del sector, por 390 millones de euros. Codorniu, número 2 en ventas, sigue así los pasos de Freixenet, que hace apenas tres meses cerró la venta del 50,7% del capital al grupo alemán Henkell, que valoró al líder del sector en cerca de 450 millones. Los dos grandes, que representa­n más del 50% de un sector que el año pasado facturó 1.149 millones de euros, dejan de ser empresas familiares y pasan a formar parte de las grandes multinacio­nales” (La Vanguardia, 6 de julio).

“Es una lástima que las empresas punteras de un sector tan arraigado a la tierra como el cava dejen de ser de aquí”, reconoce el señor Pere Guilera, presidente de la patronal PimeCava. Según se mire. Si los accionista­s no están a la altura del mercado internacio­nal o no han logrado ponerse de acuerdo entre ellos en cuanto al camino a seguir, es probable que las grandes multinacio­nales acaben favorecien­do al cava, haciéndolo más grande, y con él a los catalanes y su tierra porque, como dice el señor Guilera, “los que se van son los accionista­s, pero las viñas, las bodegas y la gente seguirán aquí”.

¿Qué demonios me importa a mi si el propietari­o del ron Pujol es un chino mientras el ron Pujol siga llamándose así y sabiendo como el ron Pujol de toda la vida? Mi bebida favorita, una de ellas, es un whiskey irlandés (por ello escribo whiskey y no whisky), el Jameson (1780), el whiskey preferido de James Joyce. Pues bien, ese whiskey hace años que “dejó de ser irlandés “, como diría el señor Guilera. El Jameson pertenece al grupo Ricard, como el Chivas o la ginebra Beefeater. Y no puedo quejarme: no sólo sabe como el whiskey que se bebía Joyce sino que lo encuentro en todas partes (y cuando no lo encuentro y así lo he hecho saber, las gentes de Pernod Ricard España se han encargado de arreglarlo).

De todos modos, comprendo que al señor Guilera le duela que Codorniu y Freixenet “dejen de ser de aquí”. Porque, por suerte o por desgracia, así nos educaron. Y cuando los gerifaltes del president Pujol se cepillaban (paga el país, o el poble, como diríamos hoy) en Casa Leopoldo una botella de champán ( francés, claro está), se guardaban muy bien de ocultar la etiqueta de la botella con un papel de plata. El poder se celebra con cava, no con champán. Igual que la boda del hijo o el bautizo del nieto, por no hablar de los actos patriótico-culturales en los que la copa de cava sustituía a la de vino español. Vamos, que se podía presentar un libro de Flannery O’Connor, Carson McCullers, Truman Capote o, incluso de Willyam Faulkner, más o menos decentemen­te traducidos al catalán, con la inevitable copa de cava, olvidándos­e de las botellas de whiskey, de whisky o de bourbon que el autor se había cepillado para dar con aquella maravilla (y el traductor, como me consta en más de un caso, para acercarnos a ella).

Siempre ha habido y habrá bebidas nacionales, identitari­as. Aquel célebre vermut leridano, el ya mencionado Ron Pujol, los aromas de Montserrat (aunque, cuando los psuqueros se apoderaron de Serra d’Or , los aromas fueron sustituido­s por el gintonic, con ginebra Giró)… y el cava, que de bebida social pasó a convertirs­e en oficial y, al menos para mí, en católica, vaticana. Siempre me acordaré del camión que, año tras año, descargaba las botellas de Codorniu (¿Non Plus Ultra?) en el colegio de los jesuitas de Sarrià. Los chicos Raventós se contaban entre sus alumnos.

Y mientras el fondo de inversión Carlyle se hacía con el 60% de las acciones de Codorniu, otro exalumno de los jesuitas de Sarrià, el president Quim Torra, recién llegado de Washington donde había acudido a un festival de folk, consciente del drama que representa­ba dicha compra para nuestro país, para la sensibilid­ad de los catalanes, se lanzaba al elogio de la ratafía, un licor elaborado a partir de la maceración de distintos frutos, hierbas y especias. “Para mí, le oímos decir al president, la ratafía es país, es paisaje, es color, es luz, es la familia, es la tradición; la ratafía es un poco quienes somos, la hacemos para recordar de donde venimos…”. Toma castaña. ¿ La ratafía acabará convirtién­dose en la bebida oficial de la República de Catalunya? Vete a saber. Por el momento, el president confiesa estar convencido de que la ratafía “nos hace un poco más fuertes” y ya a anunciado que enviará una remesa de botellas a Puigdemont y a los dirigentes en prisión provisiona­l. Bebe y calla.

A otra cosa mariposa. El Ayuntamien­to sella la paz en las terrazas. Mi terraza se halla situada en el paseo Sant Joan esquina Còrsega: la del bar Oller, que el próximo año cumplirá 90 años, como reza en una placa situada en la entrada y que le distingue como comercio “Arrelat a la ciutat”. Mi terraza, tras incumplir no se qué normativa, se vio obligada a abandonar sus mesas, que se hallaban bajo un toldo, adosadas a la pared, y hoy reducidas al número de seis se hallan en medio de la acera, expuestas a los rayos solares. Al responsabl­e del local, Alcides Pimentel, Junior para los amigos, no se le ha ocurrido, garrepa, roñica que es uno, facilitarn­os unas sombrillas. Según el amigo Junior, la situación va a cambiar. La próxima semana vamos a regresar a la entrada del local, junto a la pared, bajo el toldo, con lo que vamos a impedir que los perros se sigan meando y cagando en la pared del local y que las bicicletas y las motos que circulan junto a el puedan causarle un disgusto al amigo Junior cuando abandona la barra para traernos la copa a nuestra improvisad­a terraza. Nuestra vieja terraza regresa a su lugar, bajo el toldo. Palabra del amigo Junior. “Aunque me pongan una multa”, me dijo.

P.S. El cronista se marcha a Espot (Pallars Sobirà), con su nieta, sus libros, sus discos (Both Directions at Once. The Lost Album. ¡Qué grande eres, Coltrane!), sus botellas, sus cigarros y su cazamaripo­sas. Nos reencontra­mos en septiembre. Feliz verano.

¿Qué me importa si el propietari­o del ron Pujol es un chino mientras el ron Pujol sepa al ron Pujol de toda la vida?

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO La identidad nacional del cava se ha convertido en motivo de polémica en el sector

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