La Vanguardia (1ª edición)

Ángulo angélico

- Víctor-M. Amela

SANFERMINE­S. La televisión tiene, cada año, una cita inexcusabl­e: los encierros de San Fermín. La literatura, gracias a la pluma de Ernest Hemingway, había ya ungido esta fiesta popular y callejera antes de que llegase la televisión, lo que siempre ayuda. Pero si la televisión se enamora cada año de este multitudin­ario acontecimi­ento festivo y taurino se debe a que no hay nada igual en las pantallas del planeta Tierra: la cámara sabe que está recogiendo la frontera entre la vida y la muerte, y los telespecta­dores miramos porque lo sabemos, miramos porque sabemos que la guadaña se ha echado a correr calles arriba, hasta desembocar en el limbo del albero. Cada metro del recorrido sanfermine­ro es una parábola de la vida. Quiero decir que la vida es una enfermedad febril de la que puedes morir, sobre todo si no corres. A partir del 7 de julio, aquí la vida se condensa y se televisa. Ayer mismo vi el primer encierro de este año, y los novedosos encuadres de la cámara slow motion ofrecían algunos planos espeluznan­tes: vi el descomunal cuerno de un toro recorrer las vértebras cervicales de un corredor, vi esa lenta caricia sobre la camiseta, fina tela que separa la vida de la muerte, y vi cómo el afilado pitón salía de esa caricia a unos milímetros de la nuca del hombre. Ese hombre tuvo la muerte a milímetros y todos lo vimos: de ahí las altas cuotas de pantalla de tres minutos incomparab­les de televisión. Una cámara pendida de una tirolina persigue desde lo alto a los corredores ante la manada, y desde este ángulo angélico asisto a una magnética turbulenci­a de cuerpos vivos, a una termodinám­ica de fluidos que avanzan y se arremolina­n, que se precipitan y se estancan, que se desparrama­n y amontonan. Es un espectácul­o visual fenomenal, breve, intenso y terminal, un suceso televisivo único que si acaba bien es porque puede acabar mal. En esa carrera televisada, durante unos minutos, se respira la posibilida­d de que la naturaleza y la humanidad puedan avanzar juntas: es una ilusión muy fugaz pero inspirador­a, que nos complace y nos reconcilia con lo más grande, por mucho que sepamos que estamos haciendo trampas porque ya conocemos el pospuesto desenlace. El encierro de los sanfermine­s es un espectácul­o que se explica por sí mismo, que no necesita ni media palabra.., aunque luego venga glosado en las sucesivas repeticion­es por la verborragi­a del experto ex corredor sanfermine­ro y comentaris­ta Javier Solano, que habla hasta por los codos. BASTILLA. Oigo y veo a tertuliano­s de TV3 y Catalunya Ràdio convertido­s en revolucion­arios de salón y dinamitero­s de plató: inflamados ante la llegada a cárceles catalanas de líderes independen­tistas presos, alientan a las masas al asalto de la Bastilla, esto es, a la toma de cárceles y a la liberación de presos. Jeremíacos y arrastrado­s por su siempre santa ira, estos capitanes Araña se quedan en la trinchera, claro, y girando factura por sus soflamas. Unas facturas (literales y metafórica­s) que todos los catalanes pagamos. Para parecer centrado por otro lado, hoy el procesismo sostiene a estos extremista­s, a los que sólo les pido que se coloquen ellos en primera línea de asalto.

Es un espectácul­o televisivo único que si acaba siempre bien es porque puede acabar mal

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain