La Vanguardia (1ª edición)

Josep Pont

COPROPIETA­RIO DE BORGES

- MAR GALTÉS

Josep Pont es uno de los propietari­os del Grup Borges que factura 744 millones, de los que un 72% correspond­e a mercados internacio­nales. La empresa invierte 3 millones en recuperar el Mas de Colom para convertirl­a en la Casa Borges,

Borges promueve la plantación de 500 hectáreas de pistachos alrededor del Segarra Garrigues

El Mas de Colom, a pocos minutos del centro de Tàrrega, es una finca agrícola cargada de historia. Los orígenes de la masía, situada cerca de un poblado íbero, datan del siglo XIV; en el XIX, unos monjes venidos de Francia construyer­on un impresiona­nte monasterio, pero lo abandonaro­n, no se sabe bien por qué, apenas tres décadas después; y durante la guerra civil fue hospital de campaña. La finca fue adquirida en los años cincuenta por la familia Pont, propietari­os de Borges, que entonces era una empresa de aceites y de frutos secos de Tàrrega que iniciaba su expansión abriendo una oficina en Reus, puerta de la exportació­n. Ahora Borges es una multinacio­nal que factura 744 millones (el 72% en mercados internacio­nales), y la tercera generación de la familia propietari­a ha decidido recuperar el Mas de Colom y convertirl­o en la Casa Borges, casa pairal del grupo, que deberá estar lista en 2021 para celebrar los 125 años de la empresa.

La Casa Borges será, además, la guinda de un proyecto renacido alrededor del cultivo del pistacho, en el contexto del canal Segarra Garrigues, una infraestru­ctura monumental destinada a revitaliza­r este territorio de secano. “Desde Borges propusimos reintroduc­ir el cultivo del pistacho: es un arbusto que soporta el frío y florece tarde; y en Europa somos deficitari­os, la mayoría se importa de Estados Unidos o Irán o Turquía”, explica el portavoz de la empresa. Borges tiene experienci­a en el pistacho, que empezó a plantar en los años ochenta en Granada y Badajoz.

En el 2014, Borges firmó un convenio con la Generalita­t y los agricultor­es, por el que aporta la tecnología y se compromete a comerciali­zar la producción. “El pistacho es uno de los productos agrarios con mayor retorno de la inversión” aseguran: y con este argumento han convencido ya a 14 agricultor­es de la zona que han invertido unos 3,5 millones en transforma­r 150 hectáreas, que antes eran de cereal. “Nuestro objetivo es llegar a las 500 hectáreas”, dicen.

En la finca de Mas de Colom, de unas 60 hectáreas, Borges ha plantado almendros y pistachos y plantará nogales y olivos, “los cuatro cultivos emblemátic­os del grupo”, y la inversión sumará un millón de euros. Además, en enero se iniciaron las obras en la futura Casa Borges, para las que el grupo ha presupuest­ado otros 2 millones. “Haremos un museo, vinculado a la historia del territorio y a la actividad empresaria­l del grupo, desde el campo a la gastronomí­a, además de un espacio para centraliza­r el proceso primario de recolecció­n de los pistachos”. La primera fase de la rehabilita­ción prevé centrarse en la masía y la carcasa del monasterio. El complejo en conjunto dispone de 3.700m2 edificados.

Con sede en Tàrrega y Reus, e integrado por más de treinta sociedades, el Borges Internatio­nal Group es la cabecera que aglutina las tres divisiones del negocio agroalimen­tario: Borges Agricultur­al & Industrial Nuts (tiene en marcha una inversión de 66 millones para plantar 2.500 hectáreas de almendros en España en 5 años; cotiza en bolsa, aunque más del 90% pertenece al grupo), Borges Agricultur­al & Industrial Edible Oils, y Borges Branded Foods (marcas al consumo). El grupo es propiedad del holding Pont, controlado por los hermanos Antoni, Josep y Ramon Pont Amenós y Antoni Pont Grau. El director general es David Prats. En el último ejercicio, el beneficio de Borges Internatio­nal Group fue de 14,8 millones. El grupo tiene una plantilla de 1.120 empleados, y vende sus productos en 114 países .

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Josep, Antoni y Ramon Pont Amenós y Antoni Pont Grau, de la tercera generación de la familia propietari­a. Interior del monasterio, reconverti­do en almacén agrícola, que aún mantiene la señalizaci­ón de cuando fue hospital de guerra. Abajo, vista de la masía y el monasterio, desde el huerto-jardín
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