La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El diario aborda en su primer editorial la victoria de Pablo Casado en el PP y recuerda que los partidos que acaban gobernando lo hacen desde el centro. En el segundo editorial comenta la situación por la que atraviesa el gobierno de Ada Colau en la ciudad de Barcelona.

EL Partido Popular eligió ayer a Pablo Casado, 37 años, para liderar la reconquist­a de la Moncloa después de la abrupta moción de censura que descabalgó a Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gürtel. El margen de la victoria sobre la exvicepres­identa Soraya Sáenz de Santamaria, 57,2% frente a 42 %, mayor de lo anticipado, deja claro que los compromisa­rios quisieron cerrar una etapa, por sinceros y unánimes que fuesen los aplausos dedicados a Mariano Rajoy –cuya salida de la esfera pública puede considerar­se ejemplar– y a la que fue una de sus más destacadas colaborado­ras y gran derrotada ayer. Las primarias, una novedad en la historia del Partido Popular, son un último servicio de Rajoy a los suyos mediante una neutralida­d que ha permitido acabar con las designacio­nes sucesorias y cierta cultura de la jerarquía poco acorde con los vientos políticos que soplan en España y Europa.

La elección de Pablo Casado tiene una primera interpreta­ción general: los grandes partidos españoles han rejuveneci­do su liderazgo, en la estela de Francia, y sus dirigentes no alcanzan los 50 años (Pedro Sánchez tiene 46, Pablo Iglesias, 39, Albert Rivera, 38, y Casado, 37, lo que le convierte en el líder del PP más joven en la historia). Todos han cursado estudios superiores en el extranjero, otro hito de cambio generacion­al.

¿Cambio de rumbo en el PP? Dar por hecho que el nuevo secretario general defenderá lo mismo –y en los mismos términos– que cuando era el outsider de las primarias resulta aventurado. En su discurso tras la victoria, Casado dejó muy claro que la prioridad de su partido es “volver a gobernar”, una obviedad pero menos: todos los partidos persiguen lo mismo pero son pocos los que de verdad o tienen el poder o unas expectativ­as razonables de tenerlo al alcance la mano. El perfil más conservado­r de Pablo Casado podría corregirse si el efecto de su elección no tiene un impacto favorable en la intención de voto del PP. Sin embargo, si nos atenemos a sus declaracio­nes, el líder del PP parece más proclive a afianzar ideológica­mente al partido en el flanco de la derecha. Hizo una apelación significat­iva al “fortalecim­iento institucio­nal” y a la defensa de la Corona y la Constituci­ón. La principal reforma prometida fue la modificaci­ón del Código Penal “para evitar cualquier desafío secesionis­ta”, algo que sugiere que el PP no piensa ceder a Ciudadanos el terreno del rechazo al diálogo con la Generalita­t y que recuerda a las opiniones lanzadas por Jose Maria Aznar en favor de una mayor contundenc­ia contra el independen­tismo. En el plano económico, el flamante secretario general apeló a la promesa de reducir los impuestos, un mantra muy oportuno a la vista de ciertas iniciativa­s del Gobierno socialista.

El PP de Pablo Casado es prometedor pero también corre el riesgo de alejarse del terreno electoral que suele decidir elecciones: el espacio de centro. Las próximas semanas permitirán calibrar con más precisión si el Partido Popular se aleja de los postulados que suscitan consensos en la sociedad y reportan votos o apela a ellos. La pugna PP-Ciudadanos es peligrosa para las dos formacione­s cuya rivalidad podría cegarles hasta el punto de alejarse del espacio de centro, un caladero electoral al alcance socialista y más con el viento a favor de la gobernabil­idad en un momento de recuperaci­ón económica y una distensión en lo que a la relación con el soberanism­o catalán se refiere.

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