Victoria de Omar Fraile
El cazador de etapas vasco rompe la mala racha española en el Tour
Después de dos años en blanco, el ciclismo español se reencontró con la victoria en el Tour. Desde el triunfo de Jon Izagirre en Morzine el 23 de julio del 2016 no había manera de levantar los brazos en el Tour y ayer lo consiguió otro vasco, Omar Fraile, un ciclista de 27 años, que corre para el Astaná y que ya había mostrado su olfato ganador en victorias relevantes en los últimos años.
Después de dos años en blanco, el ciclismo español se reencontró con la victoria en el Tour de Francia. Desde el triunfo de Jon Izagirre en Morzine el 23 de julio del 2016 no había manera de levantar los brazos en el Tour y ayer lo consiguió otro vasco, Omar Fraile, un ciclista de 27 años (los cumplió el martes pasado, el día de Le Grand Bornand), que corre para el Astaná y que ya había mostrado su olfato ganador en victorias relevantes, como el Giro de Italia del año pasado o esta misma temporada en la Vuelta al País Vasco y en el Tour de Romandía. Es un cazador de etapas de raza, y el estilo que exhibió ayer en la llegada de Mende lo afianzó plenamente. Ciclistas que saben escoger un objetivo y que suelen acertar. Fraile, que se preguntaba antes del Tour que por qué no podía soñar con una escapada y una victoria, hizo realidad el sueño. “Esta la tenía marcada y me la llevo para casa”, explicó en la meta.
Fraile era uno de los 32 componentes de la gran escapada del día, la primera que el pelotón dejó suelta, sin luchar por la victoria. Un grupo numeroso que contaba con gente de primera clase, rivales complicadísimos como Alaphilippe o De Gendt. Un grupo donde Fraile era el único del Astaná enfrentado a bloques compactos: había cinco del Direct Energie, todo el equipo como quien dice. Había cuatro del Cofidis, tres del BMC y del Quick Step... El reto de Fraile era supremo. Pero un cazador de etapas no tiene miedo (“soy alguien que se defiende bien en situaciones de tensión,” ha dicho), aunque reconoce que su primer Tour le ha impresionado. “La primera semana no podía creerme la velocidad que se corría, cada día”, declara.
Los escapados eran conscientes de que el gran premio les esperaba en Mende, porque la ventaja sobre los favoritos del Tour era confortable. Diez, quince, veinte minutos incluso. El pelotón había, por fin, abierto la mano. Pero era preciso actuar con inteligencia. En estos casos sólo vale un ataque, sólo uno. Si no aciertas, raramente hay segunda oportunidad. En la subida hacia el aeródromo de Mende, la clave del día, el golpe más duro lo lanzó el belga Stuyven, que quería celebrar la fiesta nacional de su país. Y parecía el bueno, porque cogió más de minuto y medio. Cuando De Gendt salió en contragolpe, Fraile lo siguió. Y lo dejó. Entonces fue tras Stuyven. Y lo cogió. Y lo dejó también. El objetivo estaba ahí... pero por detrás venía un campeón de estos finales, un rival peligrosísimo: Alaphilippe.
La clave en Mende es coronar el alto solo, ni que sea con unos pocos metros. Después quedan dos kilómetros en bajada donde es casi imposible pillar al fugado. Fraile lo sabía, pero miraba atrás, lo que significa que las piernas piden tregua. Y Alaphilippe cada vez más cerca... hasta que el santurtziarra lo consiguió. Primero él solo n la pancarta de la montaña. Si no caía, la etapa era suya. El sueño hecho realidad.
Después de pasar la meta y de señalar con las manos el nombre del patrocinador, Fraile dio un beso a una pulsera “para dedicar la etapa a mi pareja, ella y la familia siempre están a mi lado”. Y después no paraba de decir “increíble”. Lo repetía en cada frase mientras explicaba que “como ciclista, una victoria en el Tour es fabuloso... ¡llegar solo!... es increíble, increíble”.