La Vanguardia (1ª edición)

Sobre las bodas

- Carme Riera

Carme Riera describe toda la parafernal­ia que rodea hoy a las bodas y termina diciendo: “Me pregunto, a tenor del interés que las bodas despiertan entre los jóvenes, por qué hay que esperar a tener pareja para casarse. Si, en efecto, les hace tanta ilusión como parece organizar el evento del casorio, quién o qué impide ofrecerles a los solteros la posibilida­d de la autoboda”.

Julio trae rebajas, vacaciones y bodas. Las de los rezagados que en primavera no tuvieron posibilida­des porque tanto iglesias como ayuntamien­tos, y no digamos los lugares donde celebrar el banquete, habían colgado en abril, mayo y junio el cartel de completo. Basta asomarse a internet para observar hasta qué punto el negocio nupcial, como lo llaman algunos cursis, está en auge y genera una millonada.

Pese a la poscrisis en la que muchos jóvenes siguen inmersos, con dificultad­es enormes por encontrar un puesto de trabajo digno o con empleos precarios, cuando deciden casarse lo hacen por todo lo alto, a bombo y platillo, con gran parafernal­ia. No les importa endeudarse para que ese día sea recordado por ellos y por sus amigos como el más inolvidabl­e. No por lo que representa o impone en la relación de pareja, que suele vivir junta desde tiempo atrás, a veces en casa de la suegra, en un largo ensayo general de tener que compartir el mismo cuarto de baño, sino por la diversión que comporta, por el deseo de que todos se queden contentos además de admirandos por lo innovadore­s que han sido los novios y lo mucho que han currado la fiesta.

Como en un plató de televisión –hoy referente fundamenta­l para casi todo– en las bodas hay que estar muy atento al atrezo, la alfombra, las flores, los focos, la música, el vestuario. Si es en una iglesia, en especial, a la llegada y salida de la novia, con el arroz y los pétalos. Si la ceremonia es civil, la cosa suele empeorar porque se alarga. A menudo además es simulada, con doble del alcalde o del concejal, que ya dio su visto bueno al asunto en cualquier ayuntamien­to días atrás en la intimidad más estricta.

Muchas bodas civiles se organizan a la manera de forfait que incluye, además del banquete, un casador, término nuevo que habrá que incluir en el diccionari­o y no cofundir con casamenter­o, que significa otra cosa. El casador lo proporcion­a la empresa que organiza el evento. Se trata de alguien con cierta labia que además de las preguntas de rigor antes de declararle­s marido y mujer, marido y marido o mujer y mujer, según el tipo de boda, echará una parrafada sobre los contrayent­es y se esmerará en especial en no confundir sus nombres, porque es fin de semana y el hombre trabaja sin parar gracias al prestigio de su oratoria.

Además, en las bodas laicas los amigos de los novios suelen marcarse folio y medio con sus chistes, agasajos, versos –Dios, más ripios no, por favor–, emociones y parabienes, lo que convierte esta primera parte de la ceremonia en interminab­le. Pero cabe distraerse observando los vestidos del personal, en especial el de la novia, espectacul­ar de blanco y con cola, precedida por unas damitas, sobrinas quizá también postizas, alquiladas para la ocasión.

La novia se cambiará de traje en varios momentos de la ceremonia igual que la mayoría de invitadas que, en algunas bodas, llegan con un troley o un enorme portatraje­s que dejan en un habitáculo preparado para tal fin, donde se vestirán y desvestirá­n las veces que haga falta, para que nos volvamos turulatos con tanto glamur.

Algunas de estas invitadas, las más íntimas habrán participad­o del reportaje fotográfic­o que se inicia en casa de los novios, mientras se calzan o se maquillan y continúa después hasta bien entrada la madrugada. Las cámaras siguen atentas a los detalles más románticos: los calcetines del novio, el mordisco en la orejita de la novia, las lágrimas de la mamá de él, la cremallera que estalla en la espalda de una invitada a consecuenc­ia de la comilona.

En las bodas actuales no hay solo un almuerzo o una cena sino que almuerzo o cena van precedidos por veinte aperitivos servidos de pie. Luego sentados en torno a una mesa seguiremos con tres o cuatro platos, más la tarta nupcial de siete pisos.

Después vendrá el baile con música en directo con disc-jockey de moda y sorpresas de todo tipo, magos, payasos, gincamas, concursos, tiro al pichón o pesca de trucha, si se tercia. Más barra libre toda la noche y chocolatad­a al amanecer. Para evitar que la cosa acabe mal de inmediato, la vuelta a casa de los convidados suele hacerse en autobús conducido por un chofer en plenas facultades, eso es no invitado a la boda.

Me pregunto, a tenor del interés que las bodas despiertan entre los jóvenes, por qué hay que esperar a tener pareja para casarse. Si, en efecto, les hace tanta ilusión como parece organizar el evento del casorio, quién o qué impide ofrecerles a los solteros la posibilida­d de la autoboda. ¿Por qué discrimina­r a quienes no tienen pareja? Todo el mundo, varones incluidos, naturalmen­te, debería tener derecho a celebrar al menos una vez en la vida una boda, a vestirse de blanco o de pingüino, de ceremonia, o como le diera la gana y organizar un buen festorro, dejarse cubrir de arroz y cortar una tarta nupcial de nueve pisos en solitario. ¿Por que no implantar, digo yo, esa nueva costumbre, con la cantidad de dinero que mueve el negocio nupcial y los puestos de trabajo que genera? ¿Alguien se anima? Buen verano.

Me pregunto, a tenor del interés que las bodas despiertan entre los jóvenes, si hay que esperar a tener pareja para casarse

 ?? JORDI BARBA ??
JORDI BARBA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain