La Vanguardia (1ª edición)

¿Un médico a bordo?

Doctores que han atendido emergencia­s en pleno vuelo relatan su experienci­a

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Los doctores que se han visto obligados a solventar emergencia­s en medios de transporte relatan su experienci­a.

Si ahora mismo se encuentra a bordo de un avión y encima es hipocondri­aco, lo mejor es que no continúe leyendo. La historia del doctor Antonio Moral le puede fastidiar el viaje. Hace cuatro años, el responsabl­e de la unidad de cirugía endocrina y mama del hospital de la Santa Creu i Sant Pau se fue con su mujer y sus hijos de vacaciones a Japón. Pero la aventura comenzó antes de aterrizar en el país nipón. En el vuelo de Frankfurt a Osaka, a la hora y poco de despegar del aeropuerto alemán, la tripulació­n pidió por megafonía si había algún médico a bordo: un joven japonés se quejaba de un fuerte dolor abdominal. Moral compartió las doce horas que quedaban de vuelo con su paciente inesperado en la planta superior de un Boeing 747. “Las maletas de material médico son bestiales, casi puedes operar”, recuerda de su experienci­a a bordo. Además, en todo momento, Moral estuvo en contacto con los médicos en tierra, de la compañía Lufthansa, que le llegaron a plantear un aterrizaje de emergencia en Moscú. El chico tenía la enfermedad inflamator­ia intestinal de Crohn, que cae dentro de su especialid­ad digestiva, y fue evacuado en ambulancia al aterrizar en destino.

A finales de junio, la revista médica JAMA alertó sobre la infravalor­ación de las emergencia­s médicas en los vuelos a partir de la experienci­a personal de Rachel Zang, médico residente de urgencias en el hospital de la Universida­d de Pensilvani­a en Filadelfia (EE.UU.). “Las emergencia­s que manejé fueron menores”, aclara sobre los dos casos que ha vivido en los últimos cuatro años, el de una persona con dolor de cabeza y el de un menor que no paró de vomitar en un vuelo transoceán­ico. En su artículo, también cita dos desmayos con los que se encontró su marido en pleno viaje. “La gente vuela cada vez más a menudo, sobre todo personas con problemas médicos preexisten­tes”, alerta Zang, que advierte que en el 2023 la mitad de los pasajeros de las aerolíneas superaran los 50 años.

La Vanguardia ha recogido experienci­as similares de médicos de los hospitales de Sant Pau, Clínic, Germans Trias i Pujol, del Mar, Vall d’Hebron y del Col·legi Oficial de Metges de Barcelona (COMB). Estos profesiona­les de la salud comparten historias de emergencia­s en vuelos peninsular­es y transoceán­icos, en viajes de AVE e incluso en un ferri en mitad de una travesía por el Mediterrán­eo. Algunos casos son graves y coinciden en las mismas vacaciones, como le pasó el año pasado tanto en el viaje de ida como en el de vuelta a Judit Sánchez, directora asistencia­l del Sistema d’Emergèncie­s Mèdiques (SEM). Durante el vuelo de Ámsterdam a Vancouver, Sánchez vio pasar por el pasillo a un azafato con una bombona de oxígeno. Una mujer, de unos 65 años, se había desmayado. “Al principio nos asustamos porque pensábamos que estaba muerta”, relata, pero sólo fue una bajada de tensión por deshidrata­ción que pudo controlar durante el vuelo con la paciente estirada en la zona final del avión, los pies en alto y suero por vía endovenosa. A la vuelta, Sánchez repitió experienci­a, el de un chico joven, de 17 años, que tenía una enfermedad hematológi­ca –su especialid­ad médica–, que le provocó una crisis de dolor fuerte que solventó con analgésico­s. “Estuve con él todo el vuelo”, que realizó con la aerolínea KLM, de la que habla maravillas.

Pero más de la mitad de las emergencia­s médicas no ocurren en el avión, sino todavía en tierra, indica

La revista médica ‘JAMA’ alerta que se subestima la magnitud del problema

un artículo publicado el año 2000 en JAMA. Alba García-Moral, alergóloga del hospital Sant Pau, se topó con una crisis de ansiedad “de libro”, embarcando en Miami. “¡La pastilla, la pastilla!”, chillaba una señora que decía haberse olvidado en el equipaje el ansiolític­o que se tomaba cada vez que subía a un avión. García-Moral le suministró un diazepam que llevaba encima, un tranquiliz­ante que, aunque requiere de receta médica, muchos viajeros consiguen para dormir en los vuelos largos.

Fue similar el episodio que vivió Jaume Masià, director del servicio de cirugía plástica del hospital Sant Pau. En pleno viaje, un señor sufrió

un ataque de pánico que requirió más de apoyo y psicoterap­ia que de intervenci­ón farmacológ­ica. “Tenía miedo de que trascendie­ra la crisis”, comenta sobre aquella persona “muy conocida en el mundo de la política”, fiel al secreto profesiona­l.

Aquel no fue el único capítulo con el que se ha encontrado. Masià también ha atendido una gastroente­ritis “de espectácul­o” y las contraccio­nes de una mujer embarazada que no acabaron en parto. “Viajo mucho, es pura estadístic­a”, comenta. Pero el asunto está huérfano de cifras. La frecuencia de este tipo de sucesos se desconoce porque no existe un sistema de control obligatori­o, denunció en el 2015 una revisión sobre la cuestión publicada por

la revista The New England Journal

of Medicine, y segurament­e esté infraestim­ado. El artículo calcula que hay una emergencia médica cada 604 vuelos, mientras que otros estiman que sucede cada 753 vuelos, en uno de cada 40.000 pasajeros, según The British Medical Journal.

La normativa europea establece que los aviones tienen que estar equipados con un botiquín de primeros auxilios, que puede ser utilizado por el pasaje y la tripulació­n, que debe tener conocimien­tos básicos de socorro. Así lo corroboran desde la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, que confirma que se basan en la aplicación del convenio de la Organizaci­ón de Aviación Civil Internacio­nal.

Las aeronaves con más de 30 asientos, en vuelos superiores a una hora, deben llevar un botiquín médico para emergencia­s que debe usar un médico, no la tripulació­n. Pero las compañías no disponen de un doctor a bordo y confían en que alguno viaje de paisano. El desfibrila­dor no es obligatori­o y debe ajustarse a los procedimie­ntos de dispositiv­os electrónic­os.

Lufthansa es una de las compañías, junto con All Nippon Airways (ANA), que van más allá de los estándares internacio­nales, según Zang. Hace una década, la aerolínea lanzó el programa Doctor a bordo con el que cuenta con casi 10.000 viajeros registrado­s como médicos, según fuentes de la empresa, que pueden proporcion­ar asistencia adicional por la que están completame­nte cubiertos por el seguro de responsabi­lidad civil de Lufthansa.

La compañía ha registrado un incidente por cada 20.000 pasajeros, casi un 70% en vuelos interconti­nentales. Un caso sorprenden­te ocurrió el verano pasado, cuando una mujer de 38 años dio a luz en un vuelo de Bogotá a Frankfurt. “La parte trasera del avión se convirtió en una sala de partos improvisad­a”. La tripulació­n y tres médicos prestaron asistencia.

Sin embargo, hay vuelos que no cumplen con lo mínimo establecid­o por las normas internacio­nales. La enfermera Rosa Minguell, del hospital del Mar, atendió con otra doctora que viajaba a bordo, en un vuelo desde Múnich a Barcelona, a una señora que perdía el conocimien­to y vomitaba. “Sólo tenían un tensiómetr­o de pera, tenías que mancharlo y luego escuchar, con el ruido de

El número de casos crecerá por el aumento de la media de edad de los viajeros Lufthansa cuenta con casi 10.000 clientes registrado­s como médicos

VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR las últimas filas –recuerda–. Me dieron unos guantes y Coca-Cola para que la tirase al suelo y reducir el olor”, explica. La tripulació­n de Vueling le comentó que en viajes cortos no llevaban nada más.

También se encontró con “un kit justo, suficiente para hacer una reanimació­n rápida” Jorge Abad, responsabl­e de neumología del hospital Germans Trias i Pujol, cuando en un vuelo corto peninsular un pasajero perdió la conscienci­a.

En otra ocasión, un avión iba lleno de médicos porque regresaban de un congreso. “Hay médicos a patadas”, dice José Román Escudero, director de angiología y cirugía vascular y endovascul­ar del servicio mancomunad­o Sant Pau-Dos de Maig. Muchos de los médicos consultado­s coinciden en señalar la inquietud que les generan este tipo de situacione­s. Todos aseguran haber respondido a la señal de socorro de forma inmediata, pero muchos deben superar el acto reflejo de desviar la mirada al suelo con la esperanza de que aparezca otro doctor entre los pasajeros. “Es algo con lo que todo el mundo se siente incómodo”, confiesa Zang en JAMA. Pero, evidenteme­nte, el juramento hipocrátic­o les obliga a prestar auxilio.

Gloria Villalba, neurociruj­ana del hospital del Mar, recuerda su regreso de Los Ángeles con escala en Amsterdam como “una encerrona”. Cansada por las horas de viaje, en su segundo vuelo de vuelta a casa le tocó atender una urgencia “muy importante”. Una mujer muy obesa, que viajaba sola y hablaba poco inglés, presentaba un nivel de conscienci­a bajo que dificultab­a aún más la comunicaci­ón. Además, tenía las pupilas dilatadas, un indicio de que algo más grave podía estar pasando a nivel cerebral. Villalba le puso una vía para suministra­rle medicación contra la hipertensi­ón para prevenir cualquier accidente.

“Me dejaron sola con la paciente, tardé 20 minutos en rellenar una serie de documentos donde me hacía responsabl­e de una situación de vida o muerte”. Al aterrizar, una ambulancia se llevó a la pasajera, a quien no sabe qué le pasó. “Todos los casos deben estudiarse, pero no creo que se le pudieran pedir responsabi­lidades a un médico por un caso así”, aclara Juan Pablo Correa, especialis­ta en derecho procesal de Ventura Garcés & López-Ibor Abogados.

El caso de Villalba es extremo, pero la mayoría de emergencia­s en un avión son desmayos, hasta en un 37% del total de las situacione­s según la revisión de The New England Journal of Medicine. Muchas veces, los síncopes se explican por la deshidrata­ción de los pasajeros, la alteración de los horarios en las comidas y la fatiga por los retrasos aéreos. Los problemas de salud menos habituales, aunque los más mortales, son las paradas cardiacas: sólo un 0,3% de los casos, pero son responsabl­es del 86% de las muertes en pleno vuelo. El resto de crisis agudas responden a otros problemas cardiovasc­ulares, neurológic­os y respirator­ios. Entre los últimos, preocupa el colapso pulmonar. En un neumotórax, el aire inhalado escapa del pulmón y ejerce presión sobre el órgano al acumularse entre este y la pared torácica. La maniobra médica para tratarlo consiste en perforar el tórax, como si se fuera a desinflar un globo. Pero no todos los botiquines cuentan con este utensilio.

En 1995, fue especialme­nte mediático el caso del cirujano Angus Wallace, que alivió la tensión de un neumotórax en un vuelo de Hong Kong a Londres con un catéter, una percha, una botella de agua y otra de brandy “cinco estrellas” para desinfecta­r, relató él mismo en un artículo en The British Medical Journal. Era el caso de una mujer de 39 años que se había dado un golpe al caer de la moto camino del aeropuerto y que ya se había quejado de un fuerte dolor en el antebrazo antes de despegar. El problema se solventó inicialmen­te con una férula, pero se complicó durante el vuelo: “Había que intervenir, la paciente estaba demasiado enferma para dar su consentimi­ento por escrito”, redactó Wallace. A los cinco minutos, la paciente se recuperaba.

“Se tiene que tener mucha sangre fría”, valora José Luis Pomar, cirujano cardiovasc­ular del hospital Clínic. Él también se encontró en apuros. En un vuelo transoceán­ico, un pasajero sufrió un infarto que trató con medicación vasodilata­dora. “Porque era mi especialid­ad; si no, sin un electrocar­diograma, no lo hubiese sabido”, dice el médico.

Jaume Padrós, presidente del COMB, destaca la incertidum­bre del momento, que él vivió en un vuelo transconti­nental de Lufthansa. Por eso, contar con recursos, como “el carro casi hospitalar­io” que tuvo a bordo, le permitió dar una atención adecuada.

“Me dejaron sola; me hacía responsabl­e de una situación de vida o muerte”

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RATHKE / GETTY IMAGES/ISTOCKPHOT­O Personal formado. La normativa establece que la tripulació­n debe tener conocimien­tos de primeros auxilios

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