Una revolución conservadora
La imagen a primera hora de la mañana de un sonriente José Luís papi Ayllón, fiel escudero de Soraya Sáenz de Santamaría, paseando por el hotel Marriott mientras hablaba por teléfono generó múltiples interpretaciones entre compromisarios y medios de comunicación –¡gana Soraya!–, pero no hizo titubear al equipo de Pablo Casado, que mantenía intacta su fe en una victoria holgada. “Es una revolución de las bases contra la jerarquía”, explicaban recordando que en el arranque del proceso de primarias a duras apenas contaba con el apoyo de unos cuantos cuadros y militantes del PP de Madrid.
Pese a la convicción de los jóvenes casadistas, la incertidumbre seguía siendo máxima a la espera de los discursos de los dos pretendientes a suceder a Mariano Rajoy. En muchos círculos capitalinos se detectaba estos días una resistencia –¿síndrome de Estocolmo?– a creer que la poderosa Santamaría, durante años vicepresidenta plenipotenciaria, comandante de la Brigada Aranzadi, podía morder la lona; a creer que la leyenda de Javier Arenas como infalible muñidor de victorias se podía esfumar.
Al poco, los dos pretendientes a suceder a Mariano Rajoy llegaron al plenario acompañados por sus respectivas parejas –Isabel, la mujer de Casado, llevaba en la muñeca derecha un lazo con la bandera de España–. Una exhibición de unidad familiar que se mantiene como peaje obligatorio en la mayoría de partidos españoles.
Recibidos los dos al grito de “presidente, presidente”, trataron de decantar la balanza en el último momento con dos discursos que retrataron su manera de hacer y entender la política. Acérrima defensora de la gestión por encima de la batalla de las ideas, Santamaría se esforzó en revindicar su trayectoria en el PP y la labor del gobierno de Rajoy frente a la crisis económica y catalana. Se autoproclamó, asimismo, la “candidata de las bases” y se olvidó de nombrar a Cospedal cuando citó una por una a “las principales” dirigentes que han ayudado a construir la historia del PP.
El de Casado, en cambio, fue un discurso con una fuerte carga ideológica, de recuperación de ese acervo conservador que la gestión marianista dejó durante más de una década en el congelador de Génova 13. “Somos el partido de la libertad individual”, proclamó este palentino de 37 años cuya educación sentimental se forjó en la Faes de Aznar. Entre citas de Unamuno, Machado, (Julián) Marías y Ortega, Casado hizo un guiño a la Catalunya tabarnesa –“no os abandonaremos”– y prometió “una renovación tranquila y constructiva”.
Con estas palabras logró la ovación más cerrada y poner en pie hasta en cinco ocasiones al auditorio. El primer síntoma del advenimiento de una nueva revolución conservadora que tiene en la sala de máquinas a un grupo de jóvenes, que han leído con atención a Oakeshott y a Aron, a Berlin y a Revel, y que han crecido a la sombra del po- der institucional amasado por el PP.
“Casado ha logrado con su discurso ponerse en el bolsillo a los pocos indecisos que quedaban”, apuntó poco después una de las dirigentes que tendrá un peso específico en el nuevo PP.
Finalizadas las alocuciones, llegó el esperado e inédito momento de votar –porque todo este proceso de elección ha sido nuevo en un partido acostumbrado al dedazo sucesor–. Un buen número de compromisarios se fue agolpando en la barra del bar, sudorosos y asfixiados tras dos horas en una sala de plenario cuya alta temperatura era perfecta para una clase de bikram yoga. Si en la jornada del sábado la cerveza fue la bebida estrella –“servimos a miles”, aseguró un camarero–, ayer se impuso el café y la cocacola. Remedios de urgencia para la resaca después de una velada sabatina en la que muchas agrupaciones territoriales celebraron en Madrid cenas de hermanamiento.
Un impasse que Rajoy, que parecía algo incómodo, como fuera de lugar en una fiesta que era también el funeral de la etapa que él protagonizó, aprovechó para darse un último baño de selfies, abrazos y ovaciones, que hiciera olvidar sus amargas lágrimas del día anterior.
Más discreta, en una esquina alejada de los focos, cuando en torno a las 13.30 las primeras mesas de votación empezaron a dar a Casado como claro ganador, la ya exsecretaria general del PP María Dolores Cospedal esbozó la primera sonrisa en estos dos días de intenso cónclave. Acababa de ganar su particular y larga guerra con Santamaría.
El que no mutó el rictus ni un segundo fue Alberto Núñez Feijóo. Minutos antes de saberse el escrutinio, el líder gallego le dio su receta de permanencia al expresidente de Baleares José Ramón Bauzá, casi una lección vital: “Como dijo Pío Cabanillas, no sé quién va a ganar, pero ganaremos”. Y Feijóo, en efecto, ganó ayer con Casado.
Ciertos círculos capitalinos se resistían a creer que Santamaría podía perder Cuando supo el resultado, Cospedal esbozó la primera sonrisa de estos días Feijóo explica su secreto a Bauzà: “No sé quién va a ganar, pero ganaremos”