La Vanguardia (1ª edición)

Ni tutelas ni tutías

Casado, el primer líder del PP que llega en un proceso desde abajo

- JOSÉ MARÍA BRUNET Madrid

El congreso que ayer cerró el PP en Madrid ha sido muy distinto de todos los anteriores. Por muchas circunstan­cias, sobre todo de forma, pero también de fondo. De entrada, ha sido un congreso al que se ha llegado tras una fase previa en la que los militantes pudieron expresarse. No todo el poder ha quedado en manos de los delegados o compromisa­rios, aunque estos han tenido la última palabra tras un proceso de descarte de candidatos.

En estas nuevas circunstan­cias, no ha habido necesidad de que el cónclave durara tres días, como muchos otros en el pasado, sino sólo dos. Aquí se ha aplicado el esquema tradiciona­l de la escena: planteamie­nto, nudo y desenlace. Con 48 horas basta para cumplir con las tres fases. El planteamie­nto vino de la mano del discurso de despedida de Rajoy y el de balance de Cospedal, seguido de las presentaci­ones de los dos candidatos, Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado. El nudo fueron las horas de votación y el desenlace, la intervenci­ón final del vencedor, que lo ha sido por un margen suficiente­mente amplio.

La gran innovación, en todo caso, ha sido la citada participac­ión de las bases del partido. El PP no se dio prisa en incorporar sistemas de participac­ión interna a la vista de las experienci­as propias y ajenas. Imperaba la idea de que cualquier proceso similar a las primarias debilitaba al partido ante los adversario­s. Por otra parte, el VIII congreso, que enfrentó a Miguel Herrero y a Hernández Mancha, llevó a la conclusión de que los procesos de recambio en la dirección tenían que ser controlado­s desde arriba.

El periodo de Hernández Mancha, en suma, no se saldó con un buen balance, en parte por el fracaso de su moción de censura contra Felipe González. De ahí que en oportunida­des sucesivas se pasara al sistema de la negociació­n previa y controlada, para luego servir el plato precocinad­o al congreso. Fue así como llegó a la dirección del PP José María Aznar, quien luego sería el primer líder del partido que alcanzó la presidenci­a del Gobierno. En términos de operación política, la presentaci­ón previament­e pactada de Aznar fue, por tanto, todo un éxito. Y tuvo su parte teatral, en línea con el mencionado paralelism­o entre el mundo de la escena y los congresos de los partidos.

Ocurrió en la clausura del X congreso del PP, celebrado en Sevilla en 1990. La secuencia, muy recordada en todos los ámbitos del PP, la protagoniz­ó el propio Fraga cuando,

Tras el choque entre Herrero y Mancha del 87, el PP optó por los congresos bajo control

con su peculiar estilo exaltado, se sacó del bolsillo una supuesta carta de Aznar. El gesto teatral de Fraga fue el de romper la supuesta misiva, que lo era de dimisión, sin fecha, y que habría escrito el propio Aznar al aceptar su nombramien­to, por si las cosas iban mal.

Fraga hizo pedazos aquel papel mientras gritaba: “Ni tutelas ni tutías”. Pero las hubo. Pablo Casado, en cambio, es el primero que llega tras un proceso iniciado desde abajo. Eso le deja las manos especialme­nte libres, sin necesidad de mandarle a Rajoy carta alguna de dimisión sin fecha. El camino seguido para su elección le da a Casado una especial legitimida­d y representa­tividad, al tiempo que le permite plena autonomía. Su reto es saber emplear la autoridad conseguida para pelear de tú a tú con Iglesias, Rivera y Sánchez, los de su generación.

Muchos votos le han ido a Casado precisamen­te por este factor, el generacion­al. Y sin la dirección desde

la cúpula de un nuevo proceso de sucesión. El Rajoy que ahora ha dicho querer mantenerse al margen llegó al liderazgo del PP también de la mano de una operación dirigida desde arriba. A este respecto, durante mucho tiempo se hizo célebre en el PP el cuaderno azul de Aznar. En esa libreta se supone que estaba diseñada la estrategia para su sucesión. Y le tocó a Rajoy, en el XV congreso del PP, celebrado entre los días 1 y 3 de octubre del 2004, pocos meses después de que los populares perdieran las elecciones.

Esta vez, también después de perder el poder –aunque con una diferencia esencial, porque ha sido a resultas de una moción de censura–, el PP ha optado por un importante cambio orgánico en el sistema de elección de su líder. Con un Aznar extramuros y un Rajoy que promete ser, sobre todo, leal a la nueva dirección. Y con la permanente alusión a Catalunya como el gran problema de fondo.

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