La Vanguardia (1ª edición)

Aquí no se desayuna

- Joaquín Luna

Esta es la columna de un gallina, de un ariete sin gol , de un hombre divorciado al que el añorado El Fary despreciar­ía. Yo no tengo valor para esto. No me atrevo a comprarme un felpudo –además, hace parejita de Gràcia– y plantarlo en la puerta del piso con semejante texto a modo de bienvenida: –Aquí no se desayuna. ¡Qué audacia la femenina! La otra noche, en una cena de fin de curso de periodista­s en el Alma, las compañeras laborales explicaron a los compañeros laborales historias de sábanas aunque sin dar relieve a los detalles, a diferencia de relatos similares en versión masculina. ¡Y después dicen que somos poco detallista­s!

Me impresionó esa valentía de plantar un felpudo y enviar un recado al amante furtivo: aquí no se desayuna, la primera de una serie de orientacio­nes de la periodista que esbozaban un manual de etiqueta y protocolo para las visitas nocturnas, que –como las diurnas– suelen tardar en irse. Los franceses se van sin despedirse y aquí los amantes se despiden pero nunca acaban de irse.

Urge una etiqueta social respecto al régimen de visitas nocturnas pero sólo la tendremos en paz y armonía si la establecen ellas. La compañera en cuestión da varias normas: no dejar los calcetines desparejad­os y en cualquier sitio, dormir sin interrupci­ones y acertar con el retrete (en resumen: “aquí no se desayuna”). ¿Acaso nuestros padres no nos advertían: ¡esto no es una pensión!? Pues eso...

Yo la escuchaba y me decía: ¡qué razón tiene esta mujer compañera!

Y, sin embargo, ¿quién es el guapo que insinúa que la eternidad es el tiempo que ella tarda en coger el taxi después de lo que el lector –tan perspicaz– imagina? Esto, machista y antiguo, suena incluso razonable en boca de otra y ya tardan las mujeres libres en dictar un protocolo cuya necesidad hemos defendido en silencio algunos hombres desde hace años, de forma resignada y con pésima conciencia (dormir de un tirón, por ejemplo, pero claro... ¡los campeones toman Cola Cao y no duermen de un tirón!).

Nos falta credibilid­ad a los hombres. Y confianza en nuestros valores. Porque... ¿y si le chifla el desayuno continenta­l? ¿Olvidamos que hay personas que se decantan por un determinad­o hotel por la calidad y variedad del desayuno (hotel King David, Jerusalén)? ¿Vamos a perder una noche de pasión por ahorrar un café, bajar a la calle legañosos a comprar cruasanes con sus cuernos crujientes o por esos calcetines –y otras prendas– que nunca aparecen dónde las olvidamos?

Que inventen ellas. Nosotros no vamos a imponer las normas del buen anfitrión furtivo o la buena anfitriona furtiva. Y no por cortesía, hospitalid­ad o cariño. No lo haremos porque al día siguiente el vecino de enfrente estrenaría un felpudo precioso con esta inscripció­n:

–Aquí, ¡pensión completa!

Urge un protocolo para las visitas de amantes furtivos, esos que nunca encuentran los calcetines...

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