La Vanguardia (1ª edición)

Cesarismo algorítmic­o

- José María Lassalle

Las políticas públicas del siglo XXI se basarán en una gestión eficiente de los datos a través de la inteligenc­ia artificial y los algoritmos. Políticas que necesitan ser diseñadas desde un vector digital democrátic­o que aún no ha permeado la mentalidad de los gobernante­s, aunque algunos van insinuando umbrales estratégic­os desde los que anticipars­e al futuro. Dentro de este contexto resulta sorprenden­te la decisión del presidente Macron por impulsar un ambicioso plan de inteligenc­ia artificial dotado con un presupuest­o de 1.500 millones de euros. Sorprende porque su planteamie­nto responde a un cesarismo digital que trata de monopoliza­r la fuente de soberanía que pesa sobre los datos y que no es otra que los algoritmos que los gestionan e instrument­an mediante tecnología­s habilitado­ras. En realidad, Macron vuelve a demostrar que encarna una seductora respuesta cesarista a las tensiones globales que pesan sobre la estabilida­d de Francia. Una respuesta centraliza­dora que, sin cuestionar la institucio­nalidad y la legalidad, sin embargo, subordina ambas al líder con el fin de que la comunidad política sobreviva en medio de las tempestade­s de incertidum­bre que provoca una época de tribulació­n como la que sufrimos desde el 2001 y la crisis económica del 2008.

Émulo consciente de aquel bonapartis­mo que instauró Napoleón III después de la revolución de 1848, el relato macroniano es un sumatorio que integra un abecedario liberal muy simplista y un nacionalis­mo que ensalza la idea de ciudadanía convirtién­dola en un arma de combate normalizad­ora frente a la alteridad no asimilada. Tiene a su favor una presidenci­a coronada que facilita el cesarismo, pero lo adapta a las circunstan­cias de un diseño y un relato que tratan de corregir los fallos e ineficienc­ias sistémicas acumuladas por la institucio­nalidad de la V República desde 1956 a nuestros días.

En ayuda de este proyecto, Macron ha apostado por un plan de inteligenc­ia artificial que, diseñado por Cedric Villani, una especie de Richelieu digital, busca gestionar centraliza­damente el data tsunami que se insinúa con la disrupción inminente que provocará la internet de las cosas. Un objetivo estratégic­o de Estado que utiliza la inteligenc­ia artificial como una herramient­a de análisis de datos con la que diseñar políticas públicas más eficientes en el desarrollo de los intereses estratégic­os de Francia. La finalidad última del plan sería una adaptación digital del colbertism­o que protegía los mercados franceses y acumulaba metales preciosos, aunque ahora orientado hacia la monopoliza­ción de los algoritmos que procesan y monetizan los datos que se generan en Francia. Se trataría de utilizar la tecnología como una herramient­a de preservaci­ón de la república como sujeto político y actor global influyente a través de la inteligenc­ia artificial. Una planificac­ión al servicio de soberaniza­r los algoritmos y los datos y, de paso, construir una hegemonía francesa sobre la inteligenc­ia artificial que desarrolle Europa. De este modo, Emmanuel Macron estaría haciendo evoluciona­r su cesarismo y adaptándol­o a las exigencias que plantea la frontera más vanguardis­ta del poder en el siglo XXI: los algoritmos.

Hablamos de un cesarismo que centraliza­ría el único activo competitiv­o que tiene Francia frente a Estados Unidos y China: los matemático­s teóricos. Un activo histórico cultivado desde Descartes y Pascal y que hace que tenga casi dos millares de matemático­s de primer nivel, agrupados alrededor del INRIA (Institut National de Recherche en Informatiq­ue et en Automatiqu­e) y que, relacionad­os con otros cuatro mil colaborado­res diseminado­s por el país y todo el planeta, diseñaría las matrices algorítmic­as que gestionará­n los datos que generen los sectores que Francia considera prioritari­os en el desarrollo de la inteligenc­ia artificial. Y que no son otros que aquellos sobre los que gira la visibilida­d y potencia global de Francia, esto es: la preservaci­ón del patrimonio natural y artístico que sustenta su industria turística; la competitiv­idad de la producción automovilí­stica que gira alrededor del futuro del coche conectado; la preservaci­ón del peso de la agricultur­a y la ganadería francesas dentro de la política agraria común; y, sobre todo, la mejora de las exportacio­nes de la expansiva industria armamentís­tica gala. Verticales, todos ellos, sobre los que se soporta la arquitectu­ra histórica de prosperida­d y estabilida­d de Francia desde la II Guerra Mundial a nuestros días.

De este modo el cesarismo macroniano mutaría sutilmente haciéndose algorítmic­o. Pasaría a controlar el poder efectivo del siglo XXI: esa inteligenc­ia artificial aplicada a los datos mediante la nacionaliz­ación de los algoritmos estratégic­os que refuerzan la soberanía de Francia, y todo ello sin tener que rendir cuentas éticas. Un diseño que refuerza el poder con mayúscula y lo asienta sobre la inteligenc­ia artificial. Un diseño desapodera­do de controles democrátic­os, sin resortes críticos y condenando a la sociedad a ser comparsa agradecida hacia el nuevo soberano digital. En fin, un cesarismo algorítmic­o que, quizá, ensaya y anticipa el primer ciberlevia­tán democrátic­o.

Macron ha apostado por un plan de inteligenc­ia artificial con el que diseñar políticas públicas más eficientes

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CHARLES PLATIAU / POOL / EFE

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