La Vanguardia (1ª edición)

Caracteres y bytes

- Ignacio Orovio @nachoorovi­o

Barcelona, primer área en renta de España. Un sueco apuñalado en Palma por un negro. Muere el escritor Giovanni Guareschi, el creador del entrañable Don Camilo. Seis guerriller­os árabes muertos por Israel. Natalicios, bautizos, veraneo, ecos de sociedad. Los buques que entran o salen del puerto de Barcelona. Un niño de dos años desapareci­do en Asturias.

Son algunas de las noticias aparecidas en La Vanguardia del 23 de julio de 1968: mañana hace 50 años: mañana cumplo esa edad, y buscaba un pretexto para estrenarme en este espacio. ¿Qué pasó en el mundo aquel día? ¿Con cuántas palabras lo contamos? ¿Cuánto pesó, en bytes? ¿Cómo ha cambiado el periodismo en medio siglo?

Muchos de los titulares serían perfectame­nte vigentes, por lo que de reiterativ­o tienen la historia y el ser humano: mientras escribo esta columna, a las 20.10 del viernes, unos hilos de humo surcan la pantalla del 3/24, varios muchachos corren, y el subtitulad­o anuncia que “tres militantes de Hamas muertos por Israel en Gaza”. Parece inventado.

Aquel ejemplar, de 64 páginas, tenía 180.436 palabras y 1.059.495 caracteres y las crónicas llegaban por correo o se dictaban por teléfono. Ahora las dictamos en el móvil. Tomo un libro de Anagrama, una medida estándar, y cuento espacios, líneas: esos caracteres de periódico correspond­erían a un libro de unas... ¡530 páginas!

¿Y el peso? Pasado a PDF, aquella Vanguardia ocupa 29 megabytes. Lo mismo que uno solo de los chats de WhatsApp de mi móvil, en cuyas 64 gigas cabrían 76.099 ejemplares como aquel de hace medio siglo, en lo que viene a ilustrar el tamaño de la revolución –la de la informació­n– en la que estamos inmersos. O perdidos. No empezó hace 50 años, sino 10 o 5. ¿Y el niño? Tiro de gigas y, desde el propio móvil y sin hablar con ningún policía, reconstruy­o parte de la historia. Brutal, demoledora.

Santiago Fernández Yáñez estaba de vacaciones en Salvador, Asturias, con su madre y abuelos. El padre estaba en Madrid, trabajando. El 14 de julio de 1968 el niño, rubio, dos años, jugaba a la puerta de casa cuando su madre fue a la fuente a por agua. Al volver había desapareci­do. Lo buscaron sin éxito.

Busco en nuestra hemeroteca, y en segundos encuentro más informació­n. Otra nota al día siguiente dice que la Guardia Civil cree que se lo ha llevado una alimaña (posiblemen­te un lobo), aunque no hay huellas de esta especie por la zona y además hace meses que han visto ninguno por allí.

Entrecomil­lo a Santiago Fernández Yáñez en Google. Otra nota en el ABC de diciembre de 1969 dice que han hallado las ropas de Santiago en unos matojos, sin rastro de sangre. ¿Alimañas? No parece.

La siguiente noticia es de 36 años más tarde. El BOE del 14 de marzo de 2005 informa de la declaració­n de fallecimie­nto de Santiago, instada por su madre, Lucinda Yáñez.

Con el móvil aún en la mano, pienso en llamarla y tratar de llevar la historia a caracteres, en este diario o en una novela de 500. No sería un Don Camilo. Quizás ha cambiado la tecnología, no lo que nos mueve y nos conmueve.

Un ejemplar de periódico de 1968 ocupa –transforma­do en PDF– 29 megas, lo mismo que apenas un chat de WhatsApp

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