La Vanguardia (1ª edición)

Arte en guerra

La Colección La Caixa reúne sus obras más críticas y comprometi­das políticame­nte en ‘Turbulenci­as’, exposición en la que da a conocer sus últimas adquisicio­nes

- TERESA SESÉ Barcelona

Toda turbulenci­a provoca, sacude e inquieta. Es un movimiento brusco que despierta nuestra conciencia y agudiza los sentidos para saber qué está pasando”, dice Nimfa Bisbe, que equipara los efectos que nos producen los vaivenes en pleno vuelo con lo que tienen de revulsivo las obras reunidas en CaixaForum bajo el título de Turbulenci­as. A veces basta con el eco de unas voces que gritan, como las registrada­s por la artista israelí Smadar Dreyfus en la zona de los altos del Golan, donde una vez al año madres de la población drusa de Siria que siguen viviendo al lado de los asentamien­tos israelíes se acercan hasta la línea del alto el fuego para conversar con sus hijos que estudian en Damasco. Son mensajes de afecto y buenos deseos, de desesperac­ión , que traspasan la frontera gracias al uso de megáfonos y que pese a su carácter íntimo y privado son intercambi­ados a gritos bajo vigilancia militar.

Dreyfus recrea ese emotivo estado de separación con una instalació­n inmersiva, El Día de la Madre (1963), donde el visitante ha de ascender completame­nte a oscuras por una rampa, como si él mismo hiciera el camino del Monte de los gritos. No hay rostros, solo las voces surgiendo de un paisaje semi oculto por la niebla. La pieza ocupa el espacio central del espacio expositivo y es una de las últimas incorporac­iones de la Colección La Caixa de Arte Contemporá­neo, que en los últimos años ha ampliado su radar hacia un tipo de arte “comprometi­do socialment­e y que aporta nuevas miradas sobre las contradicc­iones del mundo actual”, dice Nimfa Bisbe, directora de la colección que en esta nueva presentaci­ón (hasta el 21 de octubre) ha reunido algunas de las adquisicio­nes más recientes con piezas históricas que hoy siguen hablando del presente. Como ese Aquelarre (1969) del Equipo Crónica realizado poco después de que el régimen franquista intentara sin éxito retornar el Guernica: la España negra

La muestra acoge en calidad de obra invitada una potente videoinsta­lación de Bill Viola: ‘The Raft’

de Goya (una multitud salpicada por tres claveles rojos y un brazalete con la bandera de España) aterroriza­da por la bombilla-ojo del cuadro de Picasso.

Los ideales nacionalis­tas es también el tema de la instalació­n Banderas rotas, del brasileño Paulo Nazareth, artista que vive en una favela y que, invitado en 2014 a realizar una residencia en Nueva York, decidió ir caminando. Durante los dos años que duró la caminata, con chanclas –“quería recoger el polvo del camino y se refugiaba de la lluvia para proteger sus ‘calcetines’ de barro”, señala Bisbe– filmó banderas de 19 países, símbolo de una autoridad que se deshace con la fuerza sutil pero constante del sol, la lluvia y el viento. Nazareth las aleja del cielo y las sitúa en viejos monitores a ras de suelo.

También el cineasta Harun Farocki desconfiab­a de las imágenes y las utilizaba para ofrecer nuevos puntos de vista o desenmasca­rar lo que de manipulaci­ón hay en ellas. hacernos ver mejor, despertand­o nuestra conciencia crítica y poniendo en evidencia toda una manera de mirar. En Juegos serios se interroga sobre realidades abiertamen­te construida­s o simuladas, como los videojuego­s que utiliza el ejército norteameri­cano para entrenar a sus soldados antes de viajar a las zonas de combate, en este caso Afganistán. Juegos para prepararlo­s para la guerra. Y juegos para, de vuelta a casa, ayudarles a recordar y aliviar sus traumas. O esa otra realidad construida: la reproducci­ón de un poblado de cartón piedra (representa ser Irak o Afganistán) en el que 300 extras –la población civil– ponen a prueba a un grupo de marinos en guardia.

La guerra vuelve a estar presente en el monumental cuadro de Anselm Kiefer –con la tierra quemada, para expiar las culpas de Alemania en la II Guerra Mundial–, la película de Dionís Escorsa Y, sobre las cicatrices aún abiertas de la Guerra de los Balcanes; el vídeo de Nir Evrom, Un momento libre, que recorre la construcci­ón inacabada de la residencia de verano del rey Hussein de Jordania, congelada desde 1967 cuando el terreno en el que se levantaba fue ocupado por las fuerzas israelíes durante la Guerra de los Seis Días; o las armas y municiones bélicas, reales o imaginadas, pero en todo caso inquietant­es, de la serie fotográfic­a Podría morir antes de conseguir un rifle de libanés Walid Raad. El brasileño José Damasceno escenifica poéticamen­te una revuelta mediante 3.000 peones de ajedrez dispuestos sobre la pared.

La política española no se escapa tampoco de las turbulenci­as, como recuerda Antoni Muntadas en Carteras sin ministro (2011), tres maletines idénticos a los que hacen servir los ministros –consiguió que se los hiciera el mismo artesano– con la propuesta de tres ministerio­s que nunca han existido pero que tal vez deberían existir: Desarrollo social, Derechos humanos y Justicia e Investigac­ión e Innovación. Hay también piezas sobre la memoria histórica y el olvido como la deliciosa La curva del olvido, de Ana GarcíaPine­da, a partir de la historia de su abuela; sobre la capacidad del arte de trascender (Sodoma y Gomorra de Pedro G. Romero), sobre la ciudad como un lugar de sufrimient­o y aislamient­o (el plano de Guillermo Kuitca cuyas líneas son en realidad una sucesión de jeringuill­as puestas en fila) o sobre la inestabili­dad de ciertas políticas económicas (los tres barriles de petróleo en precario equilibrio de l mexicano Damíán Ortega).

Y, al final, una puerta para la esperanza a través de un invitado especial, que no forma parte de la colección. Se trata de The Raft, de Bill Viola, artista a quien La Pedrera dedicará una exposición en octubre de 2019 y que aquí construye una poderosa metáfora de cómo la solidarida­d y la fuerza colectiva pueden salvarnos del desastre.

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COLECCIÓN DE BILL VIOLA Imagen de The Raft, videoinsta­lación de Bill Viola que forma parte de la colección del artista

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