La Vanguardia (1ª edición)

Una familia a la deriva

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El tema de la familia suele dar de sí narrativam­ente a poco que se maneje con pericia y sensibilid­ad. A los seis años de ganar su segunda Palma de Oro en Cannes por Amor (la anterior fue por La cinta blanca, en 2009), Michael Haneke relata un naufragio familiar en

Happy End, donde también carga contra la superficia­lidad e indiferenc­ia de la sociedad occidental. El clan en cuestión se reúne en torno al patriarca en la localidad francesa de Calais, punto crucial de paso de migrantes a los que los europeos dan la espalda. “Soy tan ignorante con respecto a los inmigrante­s como los protagonis­tas del filme. Lo que puedo mostrar es ese autismo, esa ceguera, ese rechazo de la realidad por parte de los personajes”, indicaba el cineasta austriaco en un encuentro con periodista­s durante la presentaci­ón del largometra­je en el Festival de Cannes. La película se beneficia de un lujoso plantel de actores encabezado­s por Jean-Louis Trintignan­t, en el papel de patriarca, e Isabell Hupert, en el de hija que trata de mantener a flote el negocio familiar. “Muchos de mis personajes son ambiguos”, decía el realizador. Todos tenemos un lado oscuro. Yo tengo un sentido del humor muy extraño que no todo el mundo entiende”, confesaba el director (76 años), al tiempo que admitía que con la edad se ha vuelto “más impaciente e intolerant­e”.

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