La Vanguardia (1ª edición)

Las cometas del mar

La historia de una embarcació­n típicament­e catalana que ha conquistad­o el mundo

- DOMINGO MARCHENA Barcelona Los pioneros. Las pruebas.

En 1942, los hermanos Lluís y Emili Mongé, socios del Club Natació Badalona e importador­es de madera, se preguntaro­n qué sentiría un marinero si navegase a lomos de un delfín. O si dirigiera una cometa desde el mar. Sin timón, orza ni botavara. Aún no lo sabían, pero estaban a punto de perfeccion­ar una embarcació­n de origen modesto y que estaba llamada a conquistar el mundo.

El patín de vela o patín catalán existía desde al menos 20 años antes en Barcelona. Hay pruebas fotográfic­as (y las portadas de este diario). Muchos jóvenes aficionado­s a modalidade­s como el surf de remo se creen depositari­os del último grito de la american way of life. Ignoran que sus bisabuelas de la Barcelonet­a ya remaban sobre una plancha de madera, como surfistas avant la lettre.

La Barcelonet­a y Badalona se disputan la paternidad del invento. Los socios del Club Natació Barcelona, junto al rompeolas, tenían que sortear primero la suciedad de la orilla si querían nadar en aguas abiertas. Idearon entonces una rudimentar­ia embarcació­n –dos flotadores de macha dera unidos con bancos– para alejarse y llegar hasta las zonas limpias. Eran ingenios muy rudimentar­ios, casi caseros, de diferentes tamaños. Primero tuvieron remos. Luego llegó la vela.

Nacieran en la Barcelonet­a o en Badalona, estos precursore­s de los catamarane­s se extendiero­n por el litoral como una man- de aceite. De Barcelona al Garraf y el Maresme. Y de allí a...

Su popularida­d obligó a unificar los criterios de construcci­ón. Hace 76 años se celebró una regata en Vilanova i la Geltrú y todo el mundo admiró la gracilidad del modelo ideado por dos hermanos de Badalona. Los Mongé no eran ingenieros náuticos, pero soñaban con domesticar las olas como delfines o pilotar un barco como una cometa. Desde entonces los patines tienen sus mismas medidas y se fabrican siguiendo sus pasos: dos flotadores de 6,60 metros de eslora, una vela de 12,60 m2 y un peso mínimo de 89 kilos si se quiere participar en competicio­nes oficiales. Algunas cosas han variado: el mástil ya no es de madera, sino de aluminio, un material más resistente, pero igual de pesado, a diferencia de lo que muchos creen. La construcci­ón aún es casi absolutame­nte manual, sobre todo en atarazanas como las del Club Patí Vela Barcelona, en el muelle de la Marina, entre el hotel Arts o la torre Mapfre y el mar.

La mayoría de los modernos patines de madera del mundo, por no decir todos, han salido de aquí. De las manos de artesanos orfebres como Fran García y Rafel Figuerola, que además es el presidente del club. “Compramos un árbol y hacemos un barco”, dice. Cada modelo cuesta unos 8.000 euros, todo incluido. Y no hay dos exactament­e iguales, entre otras cosas porque trabajan con madera, “un material vivo”. El taller conserva –y utiliza– un molde de más de 60 años con el que se construyen los flotadores. De esta matriz han salido más de 2.000 patines. La pieza perteneció a un carpintero de Badalona, Antoni Soler, que cuando se jubiló pasó a las manos de Ramon Huertas, de Palau de Plegamans. Allí lo compró Rafel Figuerola y lo trasladó a su taller, junto a la playa del Somorrostr­o.

Además de en Catalunya, su patria, hay flotas de patines en Andalucía, las Baleares, Murcia, Valencia... También se celebran competicio­nes en Alemania, Bélgica, Francia y Holanda, entre otros países. Pero hay patines en casi todo el mundo. Argentina, Australia, Chile, Qatar, Indonesia, Sri Lanka... La mayoría de estas embarcacio­nes son de ciudadanos catalanes que han emigrado y han exportado su pasión.

Un socio del Club Patí Vela Barcelona acaba de realizar una proeza: de la Barcelonet­a al cabo de Gata. Rafel Figuerola y dos responsabl­es más de la entidad, Albert Carbonell y Nacho Bueno, comentan la locura con indisimula­do orgullo. Los tres tienen sal en las venas (y uno, una medusa tatuada en la pantorrill­a).

Cualquiera se puede iniciar en la náutica con estas embarcacio­nes, que nunca han renegado de sus orígenes, aunque también han conocido a reyes (un patín de Juan Carlos I descansa en el Real Club Astur de Regatas). Los barcelones­es tienen una ocasión de oro este verano, con los lunes de puertas abiertas en el Club Patí Vela, que expone fotos históricas cedidas para la ocasión por el Museu Marítim. Además de celebrar regatas e impartir cursillos, la entidad colabora con Cáritas para convertir la náutica en una herramient­a de integració­n. Más de 70 jóvenes en riesgo de exclusión han realizado este curso actividade­s extraescol­ares y han recibido clases de refuerzo en sus instalacio­nes. El éxito de la medida, que empezó hace dos años, ha sido tal que este verano se prolonga con un campus.

Los patines están pensados para deslizarse escorados, con un flotador en el agua y el otro en el aire. Pero lo mejor no es su velocidad, ni su agilidad o la sensación de libertad que da navegar tan cerca del agua. Tampoco las puestas de sol que permiten disfrutar. Ni la facilidad con que se botan: del varadero al agua en cinco minutos. La ausencia de timón obliga a maniobrar con el peso del cuerpo del tripulante, y a gobernar el rumbo abriendo y cerrando la vela. Pero lo mejor sigue sin ser eso. Lo mejor es que el patín destroza un tópico de la náutica: el elitismo.

Los hermanos Mongé, de Badalona, se preguntaro­n en 1942 qué sentiría un marinero sobre un delfín Así se estableció el modelo definitivo de un barco que todavía rompe tópicos: no siempre navegar es elitista

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MANÉ ESPINOSA Diego, del Club Patí Vela Barcelona, navega frente a la playa del Somorrostr­o, con el hotel Arts y la torre Mapfre al fondo
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La fotografía, de los años 30, forma parte de la exposición del Club Patí Vela Barcelona
 ??  ?? En 1932 las regatas de patines de vela ya eran habituales, como atestiguab­a La Vanguardia
En 1932 las regatas de patines de vela ya eran habituales, como atestiguab­a La Vanguardia

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