La Vanguardia (1ª edición)

La lucha por el poder

- Lluís Foix

Lluís Foix analiza la situación política: “La desunión del soberanism­o independen­tista no es una opinión sino una realidad que se ha demostrado con la clausura anticipada del Parlament hasta septiembre y por las advertenci­as de Artur Mas en el congreso del fin de semana al decir que ‘la desunión es el veneno que puede liquidar el soberanism­o’”.

El primer comité ejecutivo nacional del Partido Popular presidido por Pablo Casado se va a celebrar mañana en Barcelona. Toda una declaració­n de intencione­s del nuevo líder que sospecho tiene dos prioridade­s en mente: la primera es reconquist­ar Catalunya, son palabras suyas del pasado fin de semana, y la segunda es plantar cara a Albert Rivera y Ciudadanos que hicieron de Catalunya su rampa de salida para proyectars­e en la política nacional española arañando al PP millones de votos.

Catalunya vuelve a ser un factor determinan­te en la política española como lo ha sido en los últimos ciento cincuenta años. Para bien y para mal. Mariano Rajoy perdió la moción de censura por la corrupción pero sin la ayuda de los diputados independen­tistas catalanes, ERC y PDECat, Pedro Sánchez no habría desalojado a Rajoy de la Moncloa.

La toma del poder soberanist­a por parte de Carles Puigdemont desde Alemania es una apuesta por la confrontac­ión que pasaría por la Crida Nacional per la República, un movimiento que aspira a ganar las próximas elecciones pensando en una repetición mejorada de los resultados del 21 de diciembre. Puigdemont exigió la marcha de Marta Pascal y situar a David Bonvehí al frente de lo que queda de la antigua Convergènc­ia que será engullida por la Crida con un Quim Torra en la presidenci­a de la Generalita­t que viene a ser lo que en las fábricas de los antiguos burgueses catalanes era el encargado o el que hacía funcionar el negocio.

Ojalá fuera así. Lo más inquietant­e es que tanta simbología nos ahoga y no permite, al menos, aquello en lo que insiste Josep Maria Bricall cuando dice que Catalunya quiere ser gobernada.

Es curioso que la cuestión que ha causado el cambio de liderazgo en el Partido Popular y ha impulsado la ya larga marcha hacia la independen­cia en Catalunya no se trate ni de refilón en los discursos de los que ahora controlan el Partido Popular y el soberanism­o independen­tista catalán. Me refiero a la corrupción, que en los dos casos ha sido abundante y duradera. No se habla de regeneraci­ón democrátic­a, de pedir cuentas, de responsabi­lidad en las acciones públicas, de hacer política para todos en un mundo en el que crecen las desigualda­des, no, no se habla de ello, sino que los discursos se centran en cómo se puede mantener el poder desde posiciones de confrontac­ión abierta con el adversario.

El clima de una cierta reconcilia­ción con Catalunya es percibido por la política de gestos que Pedro Sánchez ha ofrecido para resolver la crisis territoria­l del Estado que tiene en Catalunya su máxima amenaza. La ministra Meritxell Batet dejó claro el lunes que “la vía unilateral no ha traído nada bueno para la sociedad catalana y volver a la normalidad institucio­nal y trabajar dentro del marco legal es imprescind­ible”.

Puigdemont pretende controlar con mando a distancia el soberanism­o catalán y, además, influir en el grupo parlamenta­rio en Madrid para no poner las cosas fáciles a Pedro Sánchez. Fue precisamen­te Marta Pascal la que influyó decisivame­nte en los diputados de la formación en Madrid para desbancar a Rajoy. A Puigdemont le iba mejor la continuaci­ón del PP porque los motivos para la confrontac­ión pensaba que estaban más justificad­os.

La desunión del soberanism­o independen­tista no es una opinión sino una realidad que se ha demostrado con la clausura anticipada del Parlament hasta septiembre y por las advertenci­as de Artur Mas en el congreso del fin de semana al decir que “la desunión es el veneno que puede liquidar el soberanism­o”.

ERC volverá a presentars­e por separado a las elecciones, la CUP no está del lado de Puigdemont y pide la república con carácter inmediato con la desobedien­cia al Estado y casi un treinta por ciento de los compromisa­rios en el Congreso del PDECat votaron en contra del camino hacia la Crida Nacional per la República. Aunque no guarde relación alguna me recordó los gritos de “Visca Macià, mori Cambó” que se escucharon en las calles de Barcelona en los primeros meses tras la proclamaci­ón de la República en 1931.

La unidad que pretende Puigdemont es imposible porque la sociedad catalana es plural y diversa, como se demuestra cada vez que se abren las urnas en una noche electoral, también desde que el procés empezó a dar los primeros pasos a partir de las elecciones de noviembre del 2012. A Artur Mas no le destronaro­n las fuerzas de la oposición sino la facción más radical del independen­tismo, que, en palabras del entonces diputado de la CUP Benet Salellas, dijo que habían “enviado a Artur Mas a la papelera de la historia”.

El camino de la confrontac­ión será muy perjudicia­l para Catalunya y también para España. La independen­cia, lo vuelvo a repetir, no se hará en contra de España y sin Europa. La vía unilateral es impractica­ble a no ser que se asuma el riesgo de caer en la violencia. El diálogo y la negociació­n son la salida más inteligent­e y más práctica.

La vía unilateral es impractica­ble a no ser que se asuma el riesgo de caer en una violencia descontrol­ada

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