La Vanguardia (1ª edición)

Los Buendía en Valencia

- Quim Monzó

Paterna es un municipio valenciano de la Horta, cerca de Burjassot, Manises, Quart de Poblet... A aquellos a los que la geografía les importe un pito quizá les sitúe más saber que es la ciudad donde nació el actor Antonio Ferrandis, a quien mucha gente recuerda porque interpretó el papel de Chanquete en Verano azul.

–¡Chanquete ha muerto! ¡Chanquete ha muerto! –gritaba en el último capítulo un chico pánfilo llamado Pancho.

Pues sí: se ha muerto y se ha acabado la serie. Búscate un trabajo.

Ahora Paterna es noticia porque ha decidido poner, en todo su mobiliario urbano, etiquetas en las que se indica qué cuesta cada cosa. Son grandes, plastifica­das, de diversos tamaños y colores. Están en los bancos, en las papeleras, en los contenedor­es de basura, en las señales de tráfico... Todas con el escudo de la ciudad al final del texto explicativ­o. Los bancos, por ejemplo, salen por 295 euros más IVA. Las etiquetas de las papeleras son rectangula­res, de un naranja desvanecid­o, pegadas al cuerpo de la canasta. Se especifica de qué elemento se trata, para qué sirve y el precio. Es el

En la calle todo tiene precio: una señal de tráfico: 120 €; un banco: 295; una papelera: 60; un contenedor: 1.100

elemento urbano que sale más barato: “60 euros más IVA”. Las etiquetas de las señales verticales de tráfico son romboidale­s, de un color fucsia subido de tono y, para atarlas al palo que aguanta la señal propiament­e dicha, ponen bridas negras. Se lee: “Señal vertical. Necesaria para mantener en orden la ciudad. 100-120 euros sin IVA”. El elemento más caro es el contenedor. La etiqueta, también romboidal y también de color naranja desvanecid­o, dice: “Contenedor: 1.100 euros sin IVA. Necesario para mantener limpia la ciudad”.

En el parque de la Formiga, donde juegan los niños, las etiquetas con los precios informan de lo que vale un tobogán o el pavimento de caucho que hace que, cuando caen, no se lastimen. El objetivo del Ayuntamien­to es conciencia­r a los paterneros de que el mobiliario urbano cuesta unos dinerines y que esos dinerines salen de los bolsillos de los contribuye­ntes. Tienen la esperanza de que, si saben el precio de todos los elementos públicos, los tratarán mejor de lo que a menudo los tratan. Todo eso es fácil de entender para la gente bien predispues­ta. Pero dudo de que hagan mucho caso los que, por ejemplo, una noche salen de juerga (sea en Paterna o en Pernambuco) y, cuando llega una hora en la que ya se aburren, para divertirse se dedican a quemar contenedor­es.

La iniciativa me ha recordado aquel capítulo de Cien años de soledad, hacia el final, en el que la peste del insomnio hace que los habitantes de Macondo olviden el nombre de las cosas. Para solucionar­lo, José Arcadio Buendía decide marcar cada objeto y cada animal con el nombre que tiene, para que nadie los olvide. Alguien del Ayuntamien­to de Paterna leyó un día el libro de García Márquez, le hizo provecho y ahora ha sabido llevar un paso más allá la iniciativa de Buendía. ¿Cómo? Añadiendo el precio (sin IVA).

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