La Vanguardia (1ª edición)

Un referente

- Jordi Llavina

Ami tío Josep Maria, de 78 años, toda la vida le hemos llamado tiet. Acaso porque oncle resulta una palabra demasiado solemne, o quizás porque el nombre tiet responde mejor a su talante afable y generoso. Ha trabajado siempre como pintor de brocha gorda y restaurado­r, siguiendo el magisterio de su padre, mi abuelo Josep. ¡Qué de casas del Camp de Tarragona y de mucho más lejos llevan el sello de su buen hacer, el color y el genio de sus pinceles!

Cuando yo era niño, pasaba los veranos en la Selva del Camp. Muchas tardes me entretenía encestando un balón de baloncesto en el aro que colgaba en el almacén del tío. Allí guardaba él todo su utillaje: brochas, rodillos, bidones de pintura, andamiaje. En una de las paredes estaba pegado el póster del 75.º aniversari­o de la fundación del Barça, obra de Joan Miró (corría el año 1974). De vez en cuando llegaba él, y cargaba su legendario jeep. Quizás eran días en los que trabajaba en el mas del Víctor (pronúncies­e Victu). Y entonces pegábamos un poco la hebra. Él, entre tarea y tarea. Yo, entre 21 y 21.

Recuerdo un día en que me llevó con él a la fábrica de cerámicas, donde trabajaba. En la memoria, veo unas celdas redondas como un enorme tubo, pintadas de un blanco hueso. Ha currado lo indecible hasta su jubilación, porque ha amado su trabajo y es un hombre comprometi­do. Diría que en esa fábrica le contrataba­n año tras año, en verano. Como en muchas casas del lugar, que había que repintar al cabo del tiempo. ¡El pintor Murgadas, en el pueblo, es toda una institució­n!

Hace cuarenta años, levantó un mas en la colina de Sant Pere, muy cerca de la ermita. Apasionado de las piedras antiguas –sillares porosos, del color de la luz–, mi tío las recogía de múltiples escombros para darles nueva vida en su casa solariega. No sólo ha pintado, sino que ha construido arcos admirables, belenes en miniatura, escudos con baldosines… Y, con la ayuda de su compañera fiel, mi tía Josefina, ha hecho crecer una familia de tres hijas y siete nietos.

Consumado viajero, sabe que la dicha del viaje sigue en el relato que se hace al regresar. Ahora mi tío está enfermo. Pero yo espero que pronto vuelva a contarme las peripecias de esa Semana Santa en Zamora de hace unos años. Y que lo haga con su vivacidad de siempre y su prodigioso catalán, que debe más al genio popular de la lengua que al tesoro de los libros.

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