La Vanguardia (1ª edición)

Volar es de pobres

- Joaquín Luna

Nunca hubiese imaginado que viajar –aunque fuese en verano– terminaría siendo cosa de pobres, la única condición social que explica que la gente aguante lo que le echen en aeropuerto­s, cintas transporta­doras y contratos de vuelo engañabobo­s. –¡Haberse hecho ricos! La lucha de clases es una reliquia del siglo XX. Hoy no hay lucha de clases ni lucha libre en el Price lo cual no quita que haya pobres y ricos.

¿Qué distingue a los pobres? Su mala cabeza. Estamos como siempre. Los pobres tocamos dinero y lo primero que pensamos es en la forma de gastarlo, como si diera vergüenza mantener una relación estable.

Los ricos tratan al dinero con dedicación, buenos ojos y mucho mimo, lo que permite establecer una relación a largo plazo. Al dinero no le gastan putadas y eso explica que perdure la división entre ricos y pobres.

¿Qué hacen mis amigos adinerados por estas fechas? Todo menos volar a Costa Rica, a Egipto o a la mayor de las Antillas. Les ha dado por decir que no se puede volar y avanzan unas vacaciones de proximidad con sus jornadas de navegación, otras con algo de montañas verdes y ninguna en los aeropuerto­s donde este verano los pobres serán puteados por otros pobres.

Más que lucha de clases, cada verano vivimos una lucha de pobres, ingredient­e indispensa­ble del noble arte del boxeo. Usted enfrente sobre un ring a un zurdo de Tijuana contra un pinoy de Cebú y tendrá un combate del siglo mientras que si coloca sobre el tapiz a un madrileño del Ibex 35 y a un veinteañer­o de Silicon Valley lo que tendrá es un combate lamentable, de esos que suscitan el grito irónico: –¡Que se besen¡ ¡Que se besen! Yo no le veo solución al asunto, que tanto me complica las vacaciones de agosto, otra caracterís­tica de los menos favorecido­s. Siendo pobre... ¿me apunto al plan de los míos o hago como los ricos que adoptan un perfil discreto, puntuado por la declaració­n al uso: “Ya tengo el resto del año para viajar sin agobios”?

A diferencia de los ricos, los pobres nunca aprenden y corren en caterva a los aeropuerto­s en agosto para terminar saliendo en el telediario –parece que disfruten– y contar que llevan 36 horas de una cola a otra, han perdido la conexión con Tegucigalp­a y su juego de maletas –nada del otro mundo– sin que la compañía aérea haya tenido el detalle de darles informació­n, un sándwich mixto de plástico o –en compensaci­ón– les haya enviado a la esposa o los niños a Katmandú.

Y después, cuando todo este suplicio haya pasado, los pobres vuelven a la realidad de septiembre y lo único que se les ocurre repetir es: –¡Al menos he desconecta­do! En lugar de conectarse con el dinero y sus productos, de indagar sobre nuevas tecnología­s y leer The Economist, los muy pobres desconecta­n y a esperar el próximo agosto.

Sólo a un pobre se le ocurre volar en agosto para que le pierdan la conexión y no a la esposa

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