La Vanguardia (1ª edición)

Maravillas etéreas

- EL RUNRÚN Joana Bonet

El ojo, demasiado acostumbra­do a la novedad, ha terminado por exigir estímulos más abstractos. No basta con que un objeto, un mensaje o una fragancia innoven, se les pide un plus: hacernos experiment­ar un estado de relajación, de entusiasmo o de placer íntimo. La perfumería, siempre punta de lanza, se dedica ahora a recuperar la memoria olfativa más personal; “suflé de seda” o “almendra deliciosa” se denominan dos nuevos aromas de Dior. Los perfumes niche se fundamenta­n en su inmaterial­idad y traen olores de la tierra después de la lluvia, de paseo marítimo, de barbería e incluso de jazz club –como el ideado por la Maison Margiela–. Ya no pretenden clonar el efluvio de flores o especias, sino que se proponen reproducir recuerdos.

El cansancio de un consumo homogeneiz­ado, repetitivo, sin alma, ha hecho mella, como si hubiese desapareci­do el sentimient­o de la corazonada en el acto de comprar. El atajo virtual sustituye el tacto por la eficiencia, y las sociedades líquidas se sueñan hoy etéreas. Por ello, los patrimonio­s inmaterial­es son reconocido­s cada vez con mayor entusiasmo por la Unesco. Más allá de “catalogar, preservar y dar a conocer” lugares y tradicione­s excepciona­les, la agencia de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura reconoce como joyas de la humanidad desde el silbo turco al yoga, que acaba de ser incorporad­o, pasando por la tradición cervecera belga, el arte oratorio jocoso de Uzbekistán –llamado askiya– o la caligrafía china. El espeto de sardinas malagueño está aguardando encontrar su hueco, al igual que el flamenco. Y aunque España sea el tercer país mejor tratado por la Unesco, suma pocas maravillas inmaterial­es, acaso porque esa poética parece inasible en un territorio con las identidade­s tan revueltas.

Afirmaba Georges Perec que su problema con las clasificac­iones es que no son duraderas: “Apenas pongo orden, dicho orden caduca. Supongo que, como todo el mundo, tengo a veces un frenesí del ordenamien­to”. Leer a Perec, igual que a W.G. Sebald o a Nuccio Ordine y tantos pensadores de lo infraordin­ario, te reconcilia con lo inmediato. Desde su lógica, podría entenderse la monumental­ización –aunque sin publicidad– de los bistrots parisinos, que ahora piden los franceses como símbolo de resistenci­a contra el terrorismo. Los madrileños, por su parte, quieren que su pulmón verde y su eje museístico sean reconocido­s mundialmen­te. ¿Ambición de pedigrí? ¿Buenas intencione­s del igualitari­smo intelectua­l? O tal vez sea una nueva fórmula para congelar la vida cotidiana en movimiento, esa que nunca será paisaje ni monumento, pero cuya maravilla nos reconforta igual que nuestra almohada.

No basta con que un objeto, un mensaje o una fragancia innoven, se les pide un plus

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