La Vanguardia (1ª edición)

La plaza de Europa

- Jordi Balló

El último premio Europeo del Espacio Público Urbano ha sido concedido a la reforma de la plaza Skanderbeg, en Tirana. Se trata de una reforma que consta de un gran cinturón verde que bordea la plaza del centro de la capital albanesa, con un pavimento multicolor de piedras provenient­es de diversas zonas del país y de unas fuentes que riegan la plaza y le dan un aspecto que evoca ecos de la naturaleza. El vacío interno de este reforma es inmenso: la plaza, sin coches y sólo para peatones, dispone de 40.000 metros cuadrados, que los ciudadanos ocupan como un gesto de conquista.

Este proceso final de ocupación sin drama culmina, por ahora, un proceso histórico que acumula eventos de otras ocupacione­s anteriores, fruto de diversas tiranías. Como bien ha explicado el escritor albanés Bashkim Shehu, la plaza fue construida en 1939 bajo dominación de la Italia fascista y de su concepto urbanístic­o, con un obelisco que daba fe de esta ocupación mussolinia­na. Durante la primera dominación soviética se plantó una columna única con una estrella, una rama de olivo y un fusil, que pronto sería sustituida por una estatua de Stalin. Cuando llegaron los años de la influencia maoísta con el régimen dictatoria­l de Enver Hoxha, la estatua de Stalin fue retirada a un lado de la plaza, junto con una de Lenin, y sustituida por una ecuestre de Skanderbeg, héroe nacionalis­ta del siglo XV, símbolo del camino propio del ‘hombre nuevo’, defendido por el nuevo régimen.

Cuando en 1985 murió Enver Hoxha, sus sucesores decidieron dedicarle una estatua en el centro de la plaza, que finalmente fue inaugurada en 1988, sobre un pedestal. Pero la vida de esta estatua fue aún más efímera que las anteriores. La tarde del 20 de febrero de 1991 una manifestac­ión ciudadana, sobre todo de estudiante­s, se concentró en la plaza reclamando libertad y democracia. Se conserva una filmación a distancia de esta manifestac­ión, en la que se ve cómo los estudiante­s se concentran alrededor de la estatua, cómo son desalojado­s por la policía hasta el perímetro de la plaza y cómo consiguen tumbar la estatua de Hoxha, una imagen simbólica de la revuelta en el país más inaccesibl­e de Europa. Uno de los líderes de aquellos estudiante­s era Edi Rama, hijo de Kristaq Rama, uno de los escultores oficiales del régimen y retratista de muchos bustos de Hoxha. O sea que en la destrucció­n de la estatua se manifestab­a también un conflicto político generacion­al.

Edi Rama se convertirí­a después en alcalde de Tirana y fue impulsor de una serie de reformas urbanas. La de plaza Skanderbeg quedó en suspenso cuando perdió la alcaldía. Ahora es primer ministro de Albania, y ha podido encontrar las alianzas necesarias para que la reforma vegetal, mineral y acuática de la plaza obtuviera su forma actual, reconocida en este Premio. No sabemos cuánto tiempo durará esta reforma, pero resulta un caso ejemplar de cómo un espacio que ha acogido tantas dictaduras puede convertirs­e en símbolo de los nuevos usos democrátic­os. Hay pocas plazas en Europa que sean capaces de resumir, como ésta, la historia dramática del continente.

Cuando en 1985 murió Enver Hoxha, sus sucesores decidieron dedicarle una estatua en el centro de la plaza Skanderbeg de Tirana

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