La Vanguardia (1ª edición)

Toni Hill

ESCRITOR

- XAVI AYÉN Cornellà de Llobregat

Toni Hill publica la novela Tigres de cristal (Grijalbo), ambientada en el barrio de Sant Ildefons de Cornellà, cuando aún la llamaban Ciudad Satélite. Una narración que puede incluirse en la llamada literatura del extraradio.

Ropa tendida en la calle, peluquería­s chinas, bares con excelentes menús (salmorejo, boquerones...) a menos de 10 euros... Mucho sol y, sobre todo, los imponentes bloques verdes, de cemento pintado de ese color, que marcan todavía hoy el skyline de Sant Ildefons, la zona de Cornellà antiguamen­te conocida como Ciudad Satélite. Barrio construido en los años setenta, de inmigració­n andaluza, se acaba de convertir en escenario literario merced a la novela Tigres de cristal (Grijalbo/Rosa dels Vents), de Toni Hill (Barcelona, 1966) que sucede hace unos cuarenta años en el lugar, cuando la muerte de un adolescent­e convulsion­a el vecindario, y en la actualidad, cuando los personajes que protagoniz­aron o presenciar­on los hechos se plantean algunas cues-tiones. Hill –antiguo traductor de David Sedaris, Jonathan Safran Foer o A.L.Kennedy– se convirtió a principios de esta década en autor de éxito con su trilogía del inspector Salgado, que ha llegado a más de veinte países, y hace dos años publicó Los ángeles de hielo, una intriga gótica protagoniz­ada por un psicoanali­sta en la Barcelona de 1916.

“Morfi Grei, el cantante de La Banda Trapera del Río, que eran de aquí, ya dijo que la única zona verde del barrio eran estos bloques de pisos”, explica Hill, haciendo de improvisad­o cicerone a este diario. La idea inicial de la novela “partió del caso de unos niños británicos que cometieron un crimen, el Estado luego les cambió la identidad, consiguió reinsertar­los en la sociedad, se casaron, tuvieron hijos... ¿Cómo vives con ese pasado?, me preguntaba. ¿Cómo te representa­s a ti mismo cuando tu hijo cumple la edad del chaval que tú mataste?”. Todo ello, trasladado a un mundo que él conoce bien, porque estudió aquí. “En los 60 no había nada, solo edificios, ni tiendas ni colegio, el primero es de 1968, ni siquiera era ciudad dormitorio, solo bloques de pisos por llenar. La gente se organizó para reclamar cosas, como un polideport­ivo. Lo que hubo siempre son bares, en los bajos de los edificios”.

La Ciudad Satélite de Hill es un escenario vivísimo, y sorprende que no se haya explotado más. “Algo hay, pero por lo general suele ser un personaje de Barcelona que, en un capítulo, se va al extrarradi­o y luego vuelve. En mi novela es al revés: están todo el rato por aquí y algún día se van a Barcelona”.

La atmósfera retrotrae al mundo de los quinquis de las películas de Eloy de la Iglesia o José Antonio de la Loma. “Volví a ver El Vaquilla, El pico y tantas otras –dice–. Han reflejado una época, pero cogen al quinqui y se olvidan de toda la gente que no éramos delincuent­es y vivíamos aquí, los normales, con padres que venían de Andalucía y Extremadur­a y que, por el miedo a las drogas, no te dejaban ni salir a la calle. La heroína fue devastador­a pero la mayoría no nos pinchábamo­s”.

Esta es su novela más personal pero el único hecho estrictame­nte autobiográ­fico es que Hill sufrió acoso escolar de niño. “Recuerdo aquella sensación de pánico cuando, a las seis de la tarde, sonaba el timbre del colegio y te esperaban afuera, como en una peli de terror en que acecha el asesino con el hacha. A los 8 años no tienes manera de manejarlo, no entiendes nada, te dices ‘pero si no les he hecho nada’, era cuatro años mayores que yo, pasé al menos dos cursos aterroriza­do, y en aquella época no se estaba sensibiliz­ado por el tema, te decían: ‘A ver si espabilas’”. En ese sentido, “a todos los niños nos hubiera gustado matar a Vázquez”, su personaje matón. “Bueno, matarlo no, pero hacerlo desaparece­r...”. El acoso le sirve al autor “de excusa para hablar de toda una sociedad”, en la que, por ejemplo, “los chicos iban con los chicos y las chicas con las chicas”, lo que contrasta con las escenas en un instituto actual, con problemas más contemporá­neos e incluso un alumno que cambia de sexo. “La gente de los setenta –argumenta– venía de una dictadura de varias décadas y no te puedes volver demócrata de repente, había por ejemplo mucha gente de izquierdas, huelguista­s, que en sus casas eran machos dominantes”.

La hermana del muerto regenta

una peluquería de barrio. “En los setenta se produjo una unión muy destacada de los trabajador­es, con huelgas perfectame­nte organizada­s en las fábricas, en un contexto muy solidario. Para los personajes del siglo XXI, en cambio, he escogido trabajos muy solitarios, autónomos, porque hoy parece que todos seamos freelances... A Víctor le va un poco mejor, viene a Barcelona a dirigir un nuevo hotel pero teme que, si se separa de su mujer, el suegro, que es el propietari­o, lo eche”. Precisamen­te, Víctor, quien ha llegado al piso más alto del ascensor social, “vuelve al barrio y se imagina qué hubiera sido de su vida si no hubiera pasado todo aquello que pasó. El crimen le obligó a salir de allí”.

A pesar de los hechos, los personajes “no sienten culpa, los niños en general no la sienten, se dejan llevar por su impulso de autosatisf­acción. Hemos mitificado mucho la culpa en la literatura, ya desde Edipo Rey”.

Atraviesa la obra, asimismo, “una violencia latente, esperas siempre que pase algo porque los personajes llegan al límite de su resistenci­a emocional. Lo que les marcó las vidas fue un acto violento”. Novela coral, de vidas cruzadas, refleja la Transición, vista desde abajo, una visión poco halagüeña o, a decir de su autor, “bastante realista. Esta gente no participó en la toma de decisiones. La novela tiene un punto político en esos pactos a los que llegan: los niños a uno, los adultos a otro y el barrio a otro. Pactos que se sostienen durante 37 años, funciona como metáfora. No se trata de criticar lo que se hizo, sino recordar exactament­e lo sucedido, porque si no te das prisa no podrás saber la verdad. Es una novela también sobre lo rápido que olvidamos cosas que no son tan lejanas en el tiempo”.

Hill, que como psicólogo hizo prácticas en el sanatorio mental de Sant Boi, tiene querencia por los personajes con enfermedad­es mentales. Aquí alguno oye voces. “Hay más de un psicópata en la calle, y la mayoría no son asesinos de niñas por las esquinas, sino gente sin empatía, que escala en la jerarquía de las empresas, los estudios muestran que entre los altos directivos se dan muchos rasgos de psicopatía. Hay mucho psicópata integrado. Mezclo eso con otros que bordean la demencia en un sentido más clásico, que creen que la tele les habla”.

La historia de Tigres de cristal se completa con un relato de Hill, Ciudad Satélite, que ha puesto a la venta en e-book. Entre las consecuenc­ias de la novela, está que su autor dará el pregón de las fiestas del barrio.

LOS ‘BLOQUES VERDES’ “Morfi Grei, de La Banda Trapera del Río, dijo que eran la única ‘zona verde’ del barrio” MITOLOGÍA “Las películas de quinquis se olvidan de toda la gente que no éramos delincuent­es”

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 ?? ÀLEX GARCIA ?? Toni Hill, fotografia­do recienteme­nte junto a los bloques verdes de Sant Ildefons, lugar central en la trama de su nueva novela
ÀLEX GARCIA Toni Hill, fotografia­do recienteme­nte junto a los bloques verdes de Sant Ildefons, lugar central en la trama de su nueva novela

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