Los temas del día
Las protestas simultáneas de los taxistas de Barcelona y los tripulantes de cabina de Ryanair, y la necesidad de finalizar la estación de la Sagrera.
El primer conocido mío que hizo el camino de Santiago fue Jordi Vendrell, después de que en Catalunya Ràdio lo apartaran de los micrófonos a consecuencia del pacto sociovergente que hubo justo antes de los Juegos Olímpicos de 1992. Como en aquellas condiciones de baja laboral por imperativos políticos tenía todo el tiempo del mundo, decidió empezar a caminar hacia Santiago de Compostela. Volvió feliz y cojo, porque había forzado demasiado un pie. Nada que unos meses de reposo no pudieran solucionar.
No me dijo nada de las señales falsas que hay a lo largo de la ruta. Quizás entonces no había. Ahora, sí. Meses atrás, en Astorga –parada casi obligada si vas desde Francia, Catalunya o Andalucía– detuvieron al dueño de un prostíbulo que se dedicaba a manipular los hitos que hay a lo largo del recorrido para desviar a los peregrinos hacia su burdel. Lo pillaron in fraganti, mientras repasaba las flechas. Según la crónica de los hechos, “en el momento de la detención, se le intervinieron una brocha, un bote de pintura y varios preservativos que también dejaba como señuelo cerca de las señales”.
La tendencia va en aumento. En O Porriño, por ejemplo, manipulan las flechas para engañar a los viajeros y hacer que pasen por bares que hay más o menos cerca. Total, si andas centenares o miles de kilómetros, tanto da añadir unos cuantos más que te llevan hasta un polígono industrial donde encuentras comercio y bebercio. Luego ya te espabilarás, cuando quieras volver al trazado real, el que te llevará hasta Compostela. Desde las asociaciones de Amigos del Camino de Santiago –hay un porrón– piden a las autoridades que, por favor, eliminen las señales falsas, porque confunden a los peregrinos, hacen que se pierdan y en algunos casos los desvían hacia arcenes de carretera, que no son precisamente las vías más seguras para ir a pie.
A principios de los setenta, Els Joglars se instalaron en Pruit, cerca del Collsacabra. Como cualquier creador, necesitaban trabajar sin interferencias, que nada ni nadie les desconcentrara. Años después construyeron una cúpula geodésica espléndida, de poliéster, que, sin elementos de sustentación prescindibles, ofrecía un espacio completamente redondo. La primera obra que prepararon ahí, hasta el último detalle, fue La torna.
Pero, como pasa a menudo en esos entornos idílicos, a menudo encontraban excursionistas por los alrededores, interfiriendo en la concentración que necesitaban. Harto de tantos chismosos, el director del grupo, Albert Boadella, alteró las indicaciones que había en los caminos de los alrededores. Las modificó con maestría, de forma que los hacía pasar por los sitios más impracticables, empinados o enfangados, y por establos llenos de mierda. La disposición estudiadamente alterada de las señales hacía que retornaran una vez y otra por los mismos caminos que habían pisado poco antes, sin encontrar la salida. Los que ahora manipulan los hitos del camino de Santiago hacen algo parecido, pero por meros intereses económicos y sin tanta gracia ni mala leche.
Norma básica del excursionista: no te creas todas las señales que encuentres por el camino