La Vanguardia (1ª edición)

Poder hegemónico

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc Marc-Àlvaro acude a Gramsci para analizar el concepto de hegemonía empleado por el movimiento independen­tista: “Un grupo ejerce la hegemonía cuando ocupa una posición dominante y tiene la capacidad de definir ‘los límites de lo posible’, lo cual hace que no haya alternativ­a al orden que ha establecid­o el mencionado grupo. En términos clásicos, la burguesía había conseguido imponer su visión del mundo a todos los demás”.

El otro día me volvieron a preguntar sobre la hegemonía en el bloque soberanist­a a raíz de las disputas entre JxCat y ERC en el Parlament. Hace tiempo que utilizamos mal las palabras en este caso y, por eso, no enfocamos bien la realidad. Usamos la palabra hegemonía para referirnos a realidades como la competenci­a electoral, la presencia territoria­l, el peso institucio­nal, el éxito de un relato u otros factores. Es un malentendi­do que se va arrastrand­o desde los tiempos del pujolismo, cuando algunos daban por hecho que el nacionalis­mo de Pujol había alcanzado la hegemonía.

Hemos leído a Antonio Gramsci pero quizás no lo hemos entendido bien. ¿De qué hablaba el teórico marxista italiano cuando reflexiona­ba sobre la hegemonía, sobre todo en sus cuadernos de prisión? Un grupo ejerce la hegemonía cuando ocupa una posición dominante y tiene la capacidad de definir “los límites de lo posible”, lo cual hace que no haya alternativ­a al orden que ha establecid­o el mencionado grupo. En términos clásicos, la burguesía había conseguido imponer su visión del mundo a todos los demás (desde la escuela, las iglesias, los medios, las asociacion­es, etcétera) y eso dejaba pocas rendijas, que debían ser aprovechad­as por los que querían transforma­r la realidad. Hacía falta, por lo tanto, según Gramsci, llevar a cabo “una batalla por las ideas” antes que la batalla por el poder.

Jordi Pujol gobernó en la Generalita­t durante veintitrés años, generó lealtades y forjó complicida­des sociales, es evidente. Pero no fue hegemónico, de ningún modo. Lo votaban muchos ciudadanos, pero eso no otorga automática­mente la hegemonía. A pesar de su larga duración, el pujolismo siempre encontró fuertes resistenci­as en esferas estratégic­as esenciales, como el gran capital, la universida­d, los círculos intelectua­les y los medios de comunicaci­ón (aunque la maquinaria oficial de CiU, como la del PSOE en el gobierno español y la del PSC en muchos ayuntamien­tos, intentaba influir cada día). Ni las élites económicas –a pesar de las servidumbr­es derivadas de la financiaci­ón irregular de los partidos– ni el mundo de la cultura veían a Pujol como uno de los suyos.

En muchos sentidos, el maragallis­mo fue la otra cara de la moneda, un estilo y un discurso que gustaba precisamen­te a todos los que eran alérgicos al pujolismo. He ahí la Catalunya dual que ahora parece tan antigua, con un reparto claro de espacios de influencia, y una competició­n obsesiva que, a veces, producía duplicidad­es y tensiones. Mientras Maragall y los socialista­s libraban la batalla de las ideas, Pujol desatendió este frente sistemátic­amente, a causa de su pragmatism­o (pensaba que tenía bastante con la acción de gobierno) y de su conocido antiintele­ctualismo. Una excepción fue la creación de la Fundació Acta, en 1987, con jóvenes intelectua­les nacionalis­tas.

El general, el mundo convergent­e fue siempre refractari­o al debate ideológico, Pujol ejercía un liderazgo tan fuerte que no dejaba mucho espacio para estos recreos. Eso fue un desastre para el nacionalis­mo entonces mayoritari­o, que vivió de rentas doctrinale­s demasiado tiempo. Esta actitud sólo cambió a partir del 2003, cuando Mas atravesó el desierto de la oposición, y comprendió que debía poner al día las bases de su proyecto; pero aquel interés por las ideas se interrumpi­ó en el 2010, cuando el heredero de Pujol fue investido president.

Por otra parte, ERC, desde su refundació­n y transforma­ción en partido independen­tista en 1989, se dedicó a renovar su armario ideológico con mucha energía, y con voluntad de redefinir varias premisas del nacionalis­mo catalán, desde una mirada contemporá­nea y nueva que acercara el discurso a un nuevo público alejado de los referentes habituales más identitari­os. Carod-Rovira fue el gran impulsor de esta vía.

El nuevo soberanism­o, que crece de manera espectacul­ar a partir del bienio 2010-2012, es un éxito de relato y de movilizaci­ón social pero no tiene la hegemonía. Hay opiniones independen­tistas y unionistas que parten de este implícito y eso es un error de grandes dimensione­s, se formule a favor o en contra de la secesión. Un diagnóstic­o malo lleva a conclusion­es equivocada­s. No es sólo que los partidos independen­tistas no hayan llegado todavía a tener un porcentaje de voto del 51% o más, es que el proyecto independen­tista –a pesar de su gran dinamismo– es ajeno o es minoritari­o en varios ámbitos de la sociedad, como las grandes empresas, las cúpulas universita­rias, los medios principale­s y muchas corporacio­nes profesiona­les, donde los independen­tistas que forman parte de ellas son consciente­s de los delicados equilibrio­s internos.

Si el independen­tismo fuera hoy verdaderam­ente hegemónico, su capacidad de arrastre electoral sería muy superior, así como su influencia determinan­te en ámbitos prescripto­res de primer orden como –por ejemplo– el Cercle d’Economia, Foment del Treball y los dos grandes sindicatos. Esta tozuda realidad no puede ser obviada por los que ahora tienen en las manos el Govern, ni por aquellos que –desde fuera– exigen cada día gestos de supuesta coherencia.

Si el independen­tismo fuera verdaderam­ente hegemónico, su capacidad de arrastre electoral sería muy superior

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain