La Vanguardia (1ª edición)

Altamente inflamable

- Fernando Ónega

Tiene razón el director de este diario, tiene muchísima razón: “Vivimos tiempos decididame­nte inestables”. Que se lo pregunten a don Félix Sanz Roldán, sobre cuyas espaldas cayó de golpe la responsabi­lidad de sostener la estabilida­d del Estado. Que se lo pregunten a don Pedro Sánchez, que el martes lo despertó el ruido de la rotura de las costuras de Frankenste­in, con un PP intratable en el asunto del gasto, un Podemos electorali­sta en el mismo asunto del gasto y, sobre todo, con un PDECat que ponía carísimo, quizá impagable, el precio de su apoyo. Esa mañana era tan evidente el derrumbe de Frankenste­in, que a la portavoz Celaá se le escapó la expresión del miedo más repetida en el parlamento tertuliano desde el “no volverá a ocurrir” del rey Juan Carlos: “Nadie va a resistir más allá de lo razonable”.

Hubo que poner a funcionar la maquinaria de los matices, porque el señor Sánchez no podía vivir ni practicar la “agenda cultural de la noche” con el público que lo veía cayendo del caballo y la palabra inestabili­dad merodeando por la Moncloa. Al día siguiente amainó la tormenta, pero se pusieron sobre la mesa las condicione­s para la tregua. Podemos no hizo casus belli del dinero público, pero Íñigo Errejón vio al Gobierno Sánchez en una bicicleta: si se para, se cae. La señora Artadi no retira el apoyo del PDECat si hay diálogo y “pasos adelante”. Y la autoridad suprema de Puigdemont pidió pasar de los gestos a los hechos. Pasos adelante, hechos, pedaleo. Tres conceptos distintos y un solo mandato verdadero: muévase, señor Sánchez. ¿Hacia dónde? Por parte de su izquierda, hacia una política de gasto social a la que Bruselas aplicará el microscopi­o.

La tregua política es frágil, quizá engañosa, porque sitúa en el tablero la revisión de cimientos del Estado

Por parte del nacionalis­mo catalán, hacia las urnas de la autodeterm­inación. Y por parte de todo el bloque que expulsó a Rajoy, hacia una comisión de investigac­ión del rey emérito a partir de la alianza VVC, Villarejo-Villalonga-Corinna. Es difícil que ese bloque se mantenga por tiempo indefinido si el Partido Socialista rechaza sumarse al republican­ismo parlamenta­rio, que entiende que esta es su gran oportunida­d de morder el prestigio de la Corona.

Como se puede ver, material altamente inflamable. Después del sofocón del martes, la España política entró en tregua, pero es una tregua frágil, quizá engañosa, porque sitúa en el tablero la revisión de cimientos del Estado, que no será disimulada con la exhumación de Franco ni los fuegos artificial­es de la eutanasia o las amnistías fiscales. Esto ocurre posiblemen­te por lo que hasta ahora Pedro Sánchez consideró un gran mérito: haber reunido una mayoría parlamenta­ria sin ningún pacto explícito. Al no existir ese pacto, se sustituye por nuevas exigencias que se montan sobre la marcha. Si no se concretan las condicione­s de la estabilida­d y Sánchez recupera la iniciativa, ya no será dueño de su destino; sólo será el conductor del destino que otros le quieran marcar.

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