La Vanguardia (1ª edición)

Sí, religión en la escuela

- Josep Miró i Ardèvol

Hace pocas semanas leí un artículo paradigmát­ico de la mentalidad del feminismo de género. Postulaba la expulsión de la clase de religión de la escuela porque las niñas que recibían esta enseñanza nunca se considerar­án iguales a los hombres en valía y derechos, ya que el cristianis­mo, de hecho las religiones, legitima su poder sobre las mujeres. O sea que ya lo saben, cristianas, su fe las ha convertido en personas inferiores... según aquella ideología. ¡Y el culpable es Dios, porque es un hombre!

Es una gamberrada intelectua­l, claro. Dios pertenece a otra realidad inalcanzab­le, indescript­ible; es la unidad y el todo. No es una proyección humana. Puedes creer o no en su existencia, pero por favor respétate y no le asignes un sexo, porque de hacerlo participar­ás del mismo orden intelectua­l de quienes sostienen que es rubio y de ojos azules. El cristianis­mo enseña que no son nuestros cuerpos los que se parecen a Dios sino nuestras almas, que no necesitan de una caracteriz­ación sexual. Jesús lo explica en el Evangelio. En la vida eterna no hay hombres ni mujeres (Mt. 22, 24-30).

Dios también es culpable de educar a la mujer en la inferiorid­ad porque utilizó a María como instrument­o. Con este exabrupto la Anunciació­n cristiana se convierte en una imposición de “el hombre”. No importa que el relato evangélico comience con la exaltación de María: “El Señor es contigo”, ni de lo que María nos dice en el Magnificat: “Desde ahora todas las generacion­es me llamarán bienaventu­rada, porque el Todopodero­so obra en mí maravillas”. Todo desaparece bajo el filtro sectario y con él se esfuma el sentido de justicia que lleva aparejado: “Derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes”.

La fe cristiana es machista –dicen– porque María sale poco en los Evangelios; todo el protagonis­mo es de Jesús. ¿Y de quién querían que fuera, si tratan de “la buena nueva de la vida y enseñanzas de Jesús”? La Virgen es la máxima protagonis­ta humana en la tradición cristiana. De la Merced a Montserrat y el Rocío, de Chestowova y Medjugorje a Lourdes y Fátima, de Aparecida a Guadalupe, de Éfeso a Pekín y el Carmen, de Bogoliubsk­i a La Geróntisa, María es en todas partes la puerta abierta al consuelo y la esperanza. ¡Y eso que sale poco en los Evangelios!

Quizás lo que les cuesta aceptar de la figura de María es su papel de madre, y el hecho de que el mensaje cristiano es de servicio y humildad, y no de poder y orgullo.

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