Los dados del azar
Es una de esas noticias en apariencia simples pero que luego resulta que tienen mil y una ramificaciones. La leí hace unos meses en la prensa estadounidense y no se me va de la cabeza (no se asusten, no les hará caerse de la hamaca). La Universidad de Duke, una de las diez más prestigiosas del país, denegará las peticiones de los nuevos estudiantes sobre quienes quieren que sean sus compañeros de habitación y volverán a decidirlo como se ha hecho siempre, a partir de un formulario básico sobre intereses y hábitos vitales. Se acabó eso de que sean los futuros universitarios, a través de las redes sociales y webs especializadas, quienes elijan por su cuenta con quién compartirán cuarto. En Duke han llegado a la conclusión de que esta práctica, una tendencia al alza en todo el país desde hace una década, ha llevado a la aparición de enclaves de homogeneidad y está privando a los estudiantes de parte de lo que debería ser la experiencia universitaria: exponerse a personas, entornos y culturas diferentes. En algunas instituciones la decisión se toma mediante un sorteo por ordenador a partir de un algoritmo cuyo secreto quita el sueño a sus protagonistas. En otras, como Stanford, lo dejan en manos de estudiantes de más edad o de personal universitario.
A menudo se da un empujoncito al azar para intentar que la interacción entre los jóvenes sea no sólo positiva sino enriquecedora y aporte algo nuevo a sus vidas. Tomando las riendas de la decisión, los estudiantes han acabado mezclándose no con perfectos extraños sino con clones casi perfectos de sí mismos: blancos con blancos, ricos con ricos, negros con negros, por estados… No todo el mundo apoya el cambio. Todos sabemos de convivencias insufribles y varios estudios demuestran la importancia del compañero/a de habitación o piso el primer año que estudiamos fuera de casa para nuestras perspectivas académicas y vitales.
La decisión de Duke ha sido calificada de valiente y lo es teniendo en cuenta cómo la tecnología está reforzando nuestra tendencia natural a rodearnos sólo de personas similares a nosotros, con opiniones afines. (¿Estará también reduciendo nuestra capacidad para cambiar de opinión? Piensen en el Brexit, Donald Trump, el procés...). Más en Estados Unidos que en Europa, el número de cosas que hacemos físicamente y nos obligan a interactuar se reduce. Cada vez menos cosas se dejan al azar. Ligar en grandes ciudades como Washington o Nueva York, me cuentan amigos europeos, es cada vez más complicado: la gente ha subcontratado esa faceta de su vida a una app y no está precisamente abierta a encontrarse con extraños sin chequear antes su perfil online.
Quien escribe es una adicta a la tecnología, pero aunque seguro que hay una app para tirar los dados digitalmente, me quedo con esos que se lanzan con la mano. Los árabes llamaron al juego az-zahr por la marca de flor que llevaban las viejas tabas, lo que dio origen a la palabra castellana azar, atzar en catalán, hasard en francés, o hazard en inglés aunque en este caso, ay, lo que ha acabado por significar sea peligro o riesgo.
El número de cosas que hacemos físicamente y nos llevan a interactuar se reduce; cada vez menos cosas se dejan al azar