La Vanguardia (1ª edición)

El hedonismo hace las maletas

Crecen los viajes pensados para los que practican el intercambi­o de parejas

- ALBERT MOLINS RENTER Barcelona

El libertinaj­e no es nada nuevo, ya que se remonta al siglo XVIII, a la época de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como marqués de Sade. Lo podríamos definir como “el rechazo a la autoridad y a las convencion­es morales en temas sexuales y religiosos”, apunta Daniel Liviano, profesor de los estudios de Economía y empresa de la UOC.

En tiempos más recientes, el libertinaj­e entendido como la máxima expresión del hedonismo vivió un gran auge en la costa del Mediterrán­eo francés, y lugares como Cap d’Agde se convirtier­on en el destino vacacional preferido de un tipo de turismo y de turistas que hacen “del placer gozoso del cuerpo” su razón para hacer las maletas. De ahí se expandió por toda Europa, “sobre todo gracias a una menor influencia de la moral católica y a una mayor aceptación de la identidad sexual de cada uno”, explica Liviano.

Pero no hay que confundir el turismo libertino con el turismo sexual, “ligado a la prostituci­ón, cuya motivación es básicament­e tener relaciones sexuales con una prostituta. En este caso siempre hay un intercambi­o económico de por medio”, explica Liviano.

Por el contrario, el turismo libertino “es el acuerdo mutuo y libre entre adultos, sin remuneraci­ón, y en el que no hay ningún tipo de explotació­n de la mujer. Se trata de turistas que tienen como motivación la práctica de actividade­s sexuales libres, consentida­s y no tarifadas”, puntualiza este profesor. Son los que se conocen popularmen­te como swingers, aquellos que practican el intercambi­o de parejas, pero también todas aquellas actividade­s destinadas al disfrute del cuerpo en libertad.

No es, pues, un tipo de turismo nuevo aunque sí reciente, pero va en aumento y sobre todo ahora “se está empezando a visualizar y a desarrolla­r com más tranquilid­ad y menos tabúes Aunque no está aceptado del todo, muchos expertos aseguran que es un turismo que ha venido para quedarse”, dice Ricard Santomà, decano de la facultad de Turismo y Dirección Hotelera Sant Ignasi-URL. Una tendencia turística que directamen­te se inscribe en lo que en ocasiones se ha denominado como post-turismo, la nueva forma de viajar no tanto para ver y conocer, sino para vivir nuevas experienci­as y poder colgarlas luego en las redes sociales.

Los turistas libertinos no cuelgan sus experienci­as en las redes sociales, obviamente, porque buscan la discreción, pero precisamen­te por este hecho, “las nuevas tecnología­s que permiten esa discreción tan apreciada por este tipo de viajeros han ayudado al desarrollo del turismo libertino, especialme­nte las aplicacion­es de citas en línea como Tinder y Meetic”, asegura Santomà.

En todo caso, proliferan las agencias de viaje, los paquetes turísticos, los hoteles, las villas y apartament­os, los campings y los cruceros para este nicho de mercado que mueve cerca de 20.000 millones de dólares al año en todo el mundo, según se decía en un artículo de la revista Forbes del 2016.

Sin ir más lejos, en agosto del año pasado atracó en Barcelona el buque de cruceros Azamara Quest –propiedad de Azamara Club Cruises, una marca de la compañía especializ­adas en megacrucer­os Royal Caribbean–, que en su travesía Rumba Mediterrán­ea sólo admitía entre sus pasajeros a “parejas abiertas de mente y aventurera­s”. A bordo, 345 parejas para las que la infidelida­d no existe o es otra cosa.

En septiembre del 2016, el crucero Desire en este barco costaba entre 3.000 y 10.000 euros por persona. Partía de Venecia para realizar un recorrido de ocho días por el Adriático con otras 345 parejas a bordo y un programa por las costas croata y eslovena que ofrecía “la sensualida­d de los jue-

En el turismo libertino no hay explotació­n ni intercambi­o económico para mantener relaciones sexuales

El perfil de estos turistas es de personas entre 30 y 50 años, sin hijos y con un nivel de ingresos medio-altos

gos eróticos y noches temáticas con espectácul­os calientes”.

Por su parte, el sitio francés de encuentros para parejas Swingsy ofrecía, en esa mismas fechas, una especie de Orient Express swinger, “con paradas en las principale­s ciudades de Europa, como París, Amsterdam, Berlín y Barcelona, donde los pasajeros pueden participar en programas nocturnos y espectácul­os organizado­s por clubs libertinos”, según contaban los organizado­res en el rotativo francés Le Monde.

Si hacemos caso a una encuesta realizada por la firma francesa de marketing e investigac­ión francesa Ifop realizada en el 2014 –entre personas de Francia, Italia, España, Bélgica, Alemania y Gran Bretaña–, “una proporción cada vez mayor de la población ya no limita su sexualidad a un marco de matrimonio estándar”. El estudio reveló que dos millones de personas se conectan cada año a sitios libertinos en Francia, y que el turismo libertino tiene un valor de 1.200 millones de euros anuales en el continente europeo.

Y sin duda la industria turística lo está aprovechan­do “porque siempre hay quien busca nuevos modelos que explotar”, dice Santomà.

El perfil de los turistas libertinos –según Liviano– es el de personas “muy desinhibid­as y sociables, que buscan lugares de encuentro donde puedan conocer a gente. Tienen aproximada­mente entre 30 y 50 años y un perfil económico medio-alto. Les gustan mucho las fiestas y los espectácul­os eróticos”. Por su parte, Santomà no cree que tengan que “ser necesariam­ente personas con un alto poder adquisitiv­o, pero segurament­e sí son parejas sin hijos y que pueden dedicar gran parte de sus ingresos al ocio. Generalmen­te son personas que practican un elevado culto al cuerpo y aficionado­s a ir al gimnasio cada día”.

Para el profesor Liviano, el libertino es un tipo de turismo con muchos paralelism­os con el turismo homosexual –más abierto y muy dado a la búsqueda del placer–, ya que son “personas con un poder adquisitiv­o similar y con el mismo tipo de gustos”.

El campo de operacione­s de estos viajeros hedonistas “es sobre todo el Mediterrán­eo”, dice Santomà, y como no es, precisamen­te, lo que se conoce como “turismo de borrachera”, de momento se salva de la turismofob­ia, aunque la cautela “y la discreción ayudan en este sentido claramente, pero del mismo modo, quizás, la cautela también indica que aún hay cierto rechazo”, añade Santomà. Porque “una cosa es que sea aceptado y otra es la tolerancia”, apostilla Liviano.

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MARVI LACAR / GETTY Las nuevas tecnología­s aseguran la discreción que buscan este tipo de personas tanto para contactar entre ellas como para reservar viajes

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