La Vanguardia (1ª edición)

“¿Todo este mercado es ilegal?”

Algunos turistas no conciben, por su tamaño y la presencia policial, que el gran mercado del ‘top manta’ de la Barcelonet­a se haga al margen de la ley

- RAÚL MONTILLA Barcelona

Casi nadie duda de que los bolsos, las camisetas de Cristiano Ronaldo, Iniesta, Messi o Mbappé, así como las zapatillas deportivas de marca que venden los centenares de manteros ubicados entre el Palau de Mar y la plaza del Mar de la Barcelonet­a son falsificac­iones. Y por eso los turistas, al principio, no entienden por qué se venden, impunement­e, a la luz del día en plena calle ante la presencia, que la hay, de la policía portuaria. “Ah... ¿Es que todo este mercado es ilegal?”, pregunta Riad, turista británico incrédulo. “Pues entonces entiendo menos todavía que haya todo esto. ¡Es enorme!”, añade.

Riad no es el único: aparte de los turistas le cuesta concebir que el gran mercadillo top manta de la Barcelonet­a se haga sin permiso, al margen de la ley. “En Portugal suele haber vendedores similares, pero dentro de los mercadillo­s de los pueblos, salvo en Lisboa o en las zonas más turísticas del Algarve...”, apunta Serafim, de visita en Barcelona procedente del norte del país luso. “Pero este es muy grande”, apunta también.

La imagen de legalidad falsificad­a del mercadillo mantero se reforzaba ayer, curiosamen­te, por una muy visible presencia de la policía. También por el hecho de que se celebrara en el paseo Joan de Borbó el Port Vell Food Market. Su ubicación, en el área más próxima a la calzada, dejaba sin espacio a parte de los manteros, y aunque en la zona central del paseo seguían los pakistaníe­s con sus pareos, la presencia de carpas, el olor a comida y la venta de refrescos alejaba, parcialmen­te, el tráfico de turistas constante, incluso a las tres de la tarde, de los puestos del top manta.

“En dos años Barcelona ha cambiado mucho”, explica Matt con un vaso con fruta en la mano. Esos dos años es el tiempo que ha pasado desde que se marchó de la ciudad. Es inglés, pero estuvo residiendo en la capital catalana más de diez años. Ahora ha regresado con la fa- milia. Se alojan en el piso de un amigo en la Barcelonet­a. “Me han impactado las palabras de protesta de los vendedores legales de al lado del Museu d’Història”, dice en referencia a las pancartas que exhiben los artesanos de Palau de Mar, que alertan de que sus vecinos están vendiendo de forma ilegal. “Si pagas por un sitio y ves una shoopingfa­vela aparecer a tu lado y notas que pierdes dinero... No me sorprende su rabia”, añade Matt, que precisa que él no compra en el top manta. “No quiero comprar copias de mala calidad y tampoco creo que sea una manera de ayudarles. Quizás no tienen libertad de elección de cómo vivir con dignidad, y prefiero no apoyar el statu quo”, subraya.

“Ayer había muchos en el metro. Casi no se podía caminar por el andén”, dice Carmela, turista procedente de Córdoba. “Allí en las ferias también se ponen mucho... Pero es que hay centenares”, continúa.

“Un turista con dinero no se compra una falsificac­ión, va a la tienda de paseo de Gràcia o donde esté y se compra el bolso o el reloj auténtico”, explica Montse, vecina de la zona que liga, de hecho, la venta ilegal al incivismo que impera en Barcelona, debido al turismo “cutre”. La idea de que todo se retroalime­nta.

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