La Vanguardia (1ª edición)

Tener los pies en el suelo

‘Symphony of the Seas’, el crucero más grande del mundo, atraca de nuevo en Barcelona

- Jordi Basté

Se acabó. A las seis de la mañana ya estábamos atracados en Barcelona. De vuelta después de una semana en el crucero más grande del mundo. Y nos hemos despedido comiendo, que es como se hacen las cosas en un barco de estas caracterís­ticas. Antes de bajar y atendiendo la acertada recomendac­ión del chef Fermí Puig (otra más) he podido visitar las cocinas. Madre del amor hermoso. Cuanta razón tenía Fermí. “Es un espectácul­o. Alucinarás”, me comentó antes de partir. Las cocinas están situadas en cuatro plantas del barco (de la sexta a la segunda). Son océanos de acero inoxidable donde 20 chefs auxiliados por 225 cocineros y un centenar de brigadista­s de limpieza se encargan de suministra­r comida sin parar a los más de 6.000 huéspedes del crucero. Son casi una treintena de zonas de servicio de comidas, algunas de ellas ofreciendo las 24 horas del día. Una locura. Y, por supuesto, y como íbamos diciendo, la higiene es absoluta. “Si hay una cocina limpia en el mundo, es esta”, cuenta Javon, un jamaicano encargado hoy del Main Dining Room. Hay una persona que supervisa que, después de pasar por un potente lavavajill­as, los platos estén impecables. Uno por uno. Los 10.000 que se limpian cada día.

Atracamos en Barcelona y antes me despido de la gente que he conocido en el crucero. Engelbert, el encantador asistente de mi camarote, que es de Goa, en India, y que está deseando que llegue octubre para volver a su casa. No es fácil esta vida a pesar de tener un buen sueldo. Son siete meses seguidos en alta mar y tres meses de vacaciones con su mujer y su hijo de tres años. Nos hemos intercambi­ado los teléfonos. No descarto –le dije– un viaje a India.

O Fito Nicolau, el saxofonist­a de ascendenci­a catalana que abandona el Symphony of the Seas a finales de septiembre para irse con su novia, Inés, que también trabaja en el barco, a vivir a Braga, a Portugal, de donde es ella. Fito, por cierto un

El ‘Symphony of the Seas’ atracó ayer en Barcelona; por la tarde volvió a zarpar por el Mediterran­eo

fan del jazz barcelonés, cita a Joan Chamorro y a Joel Frahm. Con Fito e Inés tomé una copa la última noche a pesar de que la mezcla entre huéspedes y tripulació­n no está permitida en un crucero. La distancia entre patricios y plebeyos. Tanto es así que en la aplicación del Tinder lo primero que se pregunta cuando se establece el contacto es: Guest or crew? (pasajero o tripulació­n?). El cruce entre tripulació­n y pasajero no está permitido, y te despachan con un simple “sorry but no” (lo siento, pero no). Y todo, siempre con una sonrisa. Porque aquí todo Dios te recibe sonriendo.

Y con Marta, esa adorable e inteligent­e pesada, hemos quedado en que nos seguiremos viendo por Barcelona próximamen­te.

En general esto no deja de ser el reflejo de la sociedad: arriba, abajo y mucha clase media. Gente que a las ocho de la mañana pone la toalla en las tumbonas y se larga para volver tres horas más tarde, que no para de comer mañana, tarde y noche... y si se presta, madrugada, que intenta colarse por el morro cada vez que puede, que para estar más delgados se reparten un yogur de postre... Lo de cada verano en todas partes. No ha sido el crucero de Vacaciones en el mar, pero tampoco es la mirada de David Foster Wallace en el genial Algo supuestame­nte divertido que nunca volveré a hacer. Yo, si puedo, sí.

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