Viaje a Guayaquil con “el loco más conocido de España”
A finales de agosto del 2010, Henar Galán, una psicóloga que vive en Figueres, recibe una llamada de su amiga Carmen Pérez de Vega, novia del escritor Roberto Bolaño, con una extraña propuesta: acompañar durante doce días al poeta Leopoldo Maria Panero. Se trata de ir a buscarlo al manicomio de Las Palmas de Gran Canaria, donde está internado, y llevarlo a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, de la que es invitado de honor. De aquella experiencia nace Yo maté a Leopoldo María Panero. Viaje a Guayaquil con el poeta (Ed. Cal·lígraf). Henar Galán no conocía al poeta más que por la película El desencanto de Jaime Chávarri, en la que un joven Leopoldo María daba testimonio de la decadencia de los Panero. Y conocía algunos de los poemas del “loco más conocido de España, por escritor y por loco”.
“Conmigo han descubierto que la locura es reversible, unas veces estoy loco y otras no”, le explicó el poeta, mientras ella recibía instrucciones del hospital sobre la medicación que debía tomar. Todo en él, a sus 62 años, es desmesura. Consume Coca-Cola –pueden ser treinta al día–, tabaco –en cinco minutos puede quemar diez cigarrillos o más–, botellas de agua, pañuelos de papel y versos sin parar, porque habla a destajo y recita e improvisa (ella apuntará los poemas inéditos).
En Guayaquil los alojan en un hotel cinco estrellas, en habitaciones contiguas. Leopoldo está acostumbrado a que le cuiden y no la deja ni un momento. “Se mete incluso en el aseo a cerciorarse de que estoy. Le da igual si me he quedado en ropa interior, desnuda en la ducha o sentada en el inodoro. Necesita presencia. Me siento como un ángel, asexuada. Empiezo a entender el título de su libro
Papá, dame la mano que tengo miedo”. En el hotel ella ordena que le retiren las bebidas alcohólicas, pero no evitará que llene la habitación con el humo de sus cigarrillos o que la próstata le juegue una mala pasada en el rellano del ascensor. “La CIA quiere acabar con mi vida”, “me tienen secuestrado” o “llevo cuatro años esperando el Nobel”, repite por doquier. Los somníferos no le sirven, y a las seis de la mañana aporrea la puerta de la habitación de Henar, que tendrá incluso que ducharlo porque se niega. Come, bebe, toma helados sin parar y vomita, incluso poco antes de intervenir en un debate. Pero empieza a hablar y “su verbo y su verso incendia la prosa de la feria (...) El Monstruo sabe hablar”. Aplausos. Los organizadores se rinden ante Henar, que en los momentos difíciles se convierte en su apéndice e incluso pone voz a sus poemas.
Tras el viaje sólo volvieron a verse una vez. El 2 de marzo del 2014 ella lo llama por teléfono para decirle que ha muerto Ana Maria Moix, su amiga. No lo sabía, se siente fatal. Fallece tres días después. Henar se siente culpable: “Me inundan las lágrimas y las imágenes del Panero tierno, del Panero que se tumba en mi regazo”. El libro se cierra con versos de Panero: “Morir a solas con el viento / morir a solas con el silencio / cuando ya no hay nada”.