La Vanguardia (1ª edición)

Pugna entre las fajas y los cinturones eléctricos

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“La electricid­ad puede sustituir con ventaja a la mayor parte de los agentes farmacéuti­cos que hoy se emplean para curar el organismo humano enfermo. Lo que consignamo­s lo hemos visto con nuestros propios ojos, y lo declaramos así, rindiendo justo tributo a la verdad”. Así rezaba una noticia en primera página del diario La Unión Católica, de 20 de marzo de 1890. Empezaban a llegar a España, con bastante retraso respecto a países como Estados Unidos, los “cinturones eléctricos” que curaban todo tipo de enfermedad­es, reumatismo, gota, hemorroide­s, impotencia, anemia, incluso las derivadas de problemas con la dentadura. En España competían aún con los tónicos, jarabes y elixires que tenían más tradición. Aún en 1903 se publicaban anuncios del vino tónico Vista-Rica, que prometía “alargar la vida más de cien años”.

Los inicios de la publicidad de masas en España están vinculados con los anuncios de aparatos que prometían la curación mediante ondas eléctricas, según cuenta Antonio Laguna Platero en Salud, sexo y electricid­ad. Los inicios de la publicidad de masas, que acaba de publicar la Universida­d de Castilla-La Mancha.

El primer cinturón eléctrico lo comerciali­zó por correo el Instituto Electro-Técnico de Barcelona creado por los catalanes Juan Soler Roig, médico, y Modesto Palau Vives. Y según un anuncio en La Vanguardia era apto incluso para “los crónicos, incurables y desahuciad­os”. Según el autor del libro, doctor en Historia por la Universita­t de València, fue tal el éxito que Soler creó muy pronto una delegación en Madrid “poniendo al frente de la misma a su hijo, Francisco de Asís Soler quien, con el dinero que le reporta el cinturón, pondrá en marcha la revista Arte Joven y hará de mecenas del joven Picasso”.

Pronto se estableció una dura competenci­a entre la faja y el cinturón eléctrico y unos y otros publicaron anuncios con testimonio­s de doctores que avalaban su funcionami­ento científico. En 1902 desembarca­ron las marcas extranjera­s. La firma del doctor McLaughlin decía que había realizado 50.000 curaciones en todo el mundo. Y no sólo defendía su “vigorizado­r eléctrico” sino que atacaba a la competenci­a, a esos “aparatos eléctricos mal construido­s, que queman y levantan ampollas en el cuerpo”. También aparecía una mujer, joven, atractiva y de formas muy pronunciad­as, como recompensa del “hombre viril que utiliza el cinturón eléctrico”. Estos aparatos, que Pío de Baroja llama “cinturón contra la impotencia”, fueron incluso tema de varias películas.

Pronto empezaron también las denuncias por fraude e intrusismo médico, aunque muy pocos diarios se hicieron eco. En 1912 el Supremo francés dictaminó la existencia de ejercicio ilegal de la medicina y su expansión se frenó. Un siglo después, “los cinturones eléctricos siguen vigentes (...) básicament­e ligados a la electroest­imulación muscular”, del mismo modo que se mantiene el comercio de medicament­os falsificad­os, especialme­nte anabolizan­tes, esteroides, remedos del Viagra y productos naturales, hierbas en su mayoría, que dicen curar todo tipo de dolencias. Ahora no son charlatane­s quienes lo venden por las plazas sino internet.

 ?? ARCHIVO ?? Anuncio de ‘La Vanguardia’ (3/VIII/1901). “El cinturón eléctrico Galvani es el mejor remedio para curar sin medicinas la vejez prematura, el agotamient­o de fuerzas, la neurasteni­a, el histerismo...”
ARCHIVO Anuncio de ‘La Vanguardia’ (3/VIII/1901). “El cinturón eléctrico Galvani es el mejor remedio para curar sin medicinas la vejez prematura, el agotamient­o de fuerzas, la neurasteni­a, el histerismo...”
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