La Vanguardia (1ª edición)

El crimen contra el ‘fillol’ de un sacerdote

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Jaume Reixach era el párroco de Riells del Montseny cuando la tarde del 5 de diciembre del 2013 se produjo una muerte violenta en su domicilio de Blanes. Eloi, un conocido suyo de 44 años, de origen filipino, intentó agredirlo y cuando él huyó mató a cuchillada­s a Kekeo, un joven brasileño de 22 años, que vivía en su casa. Aquella tragedia tuvo dos partes: la policial, que acabó con la rápida detención del homicida, y la personal, porque el asunto se convirtió en un linchamien­to contra su persona. Las declaracio­nes del autor del crimen se filtraron a la prensa, y Jaume Reixach pasó de víctima a acusado, se vio envuelto en un supuesto escenario de sexo y droga que provocó que el obispo lo suspendier­a de funciones, lo alejase de la parroquia y le prohibiese escribir artículos. Reixach, ordenado sacerdote en 1962, había sido director del Collell, cuando era residencia de estudiante­s, y párroco de la catedral de Girona, además de conferenci­ante, columnista y escritor y por todo ello era –y es– un cura muy popular y valorado por quienes lo han conocido de cerca (se ha creado a raíz de los hechos la entidad Amics de Jaume Reixach). Y ahora ha querido escribir un relato en primera persona de lo que ha llamado

Més que un crim (Ed. Gregal). El libro es una confesión que parece escrita a chorro, aunque el autor asegura haber repasado el texto una y otra vez. Explica sus enfrentami­entos con algunos periodista­s y vecinos, con el obispo de Girona y el vicario, de quienes considera que lo han traicionad­o, pero quiere ser también su respuesta, después de cuatro años de silencio, a “las buenas personas que merecen saber la verdad”. El libro es también una reflexión sobre el papel de la Iglesia, sobre sus miedos ante las acusacione­s de pederastia, y sorprende sobre todo por su sinceridad. Como cuando señala que “el celibato no excluye los sentimient­os de paternidad”, por el hecho de que acogiera al joven Kekeo en su casa y lo tuviera como su ahijado (el chico se le dirigía como “padre”). O cuando habla de la reacción del obispo: “Molestaba y me arrinconó”. Pero también para reconocer que había fumado shabú, una metanfetam­ina habitual en Filipinas.

El autor del libro considera que ha sido juzgado sin haber sido escuchado. Y apunta a sus acusadores (un abogado inhabilita­do, una madre rencorosa, un líder brasileño gay que lo denuncia sin pruebas, un periodista anticleric­al, un autor confeso con derecho a mentir...). “Por eso el crimen del fillol es más que un crimen”.

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