Ucronía expresionista
La Tate de Liverpool establece en la exposición ‘Life in motion’ un diálogo entre el expresionista austriaco Egon Schiele y la fotógrafa Francesca Woodman
La relación entre la obra del pintor austriaco Egon Schiele y la fotógrafa norteamericana Francesca Woodman, ambos separados por décadas en el tiempo, miles de kilómetros en la geografía y la manera de manifestar su arte, centra una magnífica exposición de la Tate Liverpool.
Una relación de pareja es complicada en el mejor de los casos, y no digamos en el de Egon Schiele y Francesca Woodman, convertidos en matrimonio artístico de hecho, una especie de Bonnie and Clyde, por obra y gracia de la Tate Liverpool, él un discípulo de Klimt y maestro del expresionismo austriaco en el universo multicultural del imperio Habsburgo, ella una precoz y trágica fotógrafa norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, venerada por el feminismo, ambos separados por décadas en el tiempo, miles de kilómetros en la geografía y la manera de manifestar su arte.
Schiele y Woodman tienen, sin embargo, en común la obsesión por el cuerpo humano, empezando por el propio, una energía desbordante propia de la juventud, un paraguas freudiano, un espíritu provocativo y rebelde, un rechazo a los convencionalismos y un final trágico, en un caso por enfermedad y en el otro por suicidio. El pintor centroeuropeo murió a los 28 de años víctima de la gripe, tres días después que su mujer. La fotógrafa de Colorado se suicidó a los 22 tirándose desde un balcón en el East Side de Manhattan.
La glamurosa exposición Life in motion (Vida en movimiento) yuxtapone a ambos artistas, habiendo reunido medio centenar de cuadros del primero (muchos de ellos nunca antes vistos en el Reino Unido), y una notable colección de las pequeñas fotografías cuadradas en blanco y negro de la segunda. A la mayoría de críticos les ha entusiasmado la valentía y el espíritu aventurero de los comisarios de la Tate Liverpool, entendiendo que las obras tan dispares de Schiele y Woodman tienen un común denominador en el interés por el sexo y el movimiento del cuerpo humano, una brillante, erótica y subversiva observación de la carne. Pero también alguno que otro se ha horrorizado, pensando que Egon y Francesca se opacan uno al lado del otro, y merecerían muestras por separado.
El expresionista Schiele, contemporáneo de Picasso y Modigliani, rechaza frontalmente la noción convencional de la belleza, y revela de un modo shakespeariano lo que la humanidad tiene de más grotesco. La revolucionaria y gótica Woodman, comparada con Sylvia Plath por su constante demanda de atención y el deseo en hacerse daño a sí misma, juega en sus fotografías monocromas –muchas de sí misma “porque tiene la ventaja de que siempre estoy disponible”– con la luz, el espacio y la perspectiva, con una exposición amplia que les da un aire nebuloso y fantasmagórico. Ambos fueron individualistas brillantes, inspirados por el misterio, el sufrimiento y el dolor, y consumidos por los medios a través de los cuales expresaron su arte. Sus objetos nunca permanecen en paz, siempre son llevados a extremos, castigados y puestos bajo enorme presión. Las posturas son artificiales, las composiciones están truncadas, la tensión espacial es constante.
Egon Schiele floreció en la Viena que
A pesar de haber vivido en épocas y continentes distintos, Schiele y Woodman comparten un interés freudiano por el cuerpo humano
era el centro cultural del universo (Freud, Mahler...), bajo los auspicios de su mentor Klimt. En un principio emuló las formas alargadas y el estilo de su maestro, hasta encontrar su propio trazo, más erótico, crudo y directo, menos decorativo. Francesca Woodman nació en Denver en una familia de artistas, y sus padres le regalaron una máquina fotográfica con la que empezó a experimentar con tan sólo trece años, dando a sus imágenes –en las que con frecuencia ella es el objeto y el sujeto a la vez– un aire característico de película de cine mudo, de un surrealismo intuitivo con toques de humor, prolongando los momentos en el tiempo.
El genio vienés, a quien le gustaba utilizar a niños como modelos, tuvo problemas con la justicia y estuvo en la cárcel acusado de secuestrar y seducir a un menor, cargos que luego fueron reducidos a conducta indecente. La artista estadounidense coreografiaba sus fotografías y hacía en ellas de directora y actriz, disfrazándose y ambientando la escena con los objetos más variopintos. Woodman se suicidó. Schiele, con su último suspiró, escribió: “Amo la muerte y amo la vida”.