La Vanguardia (1ª edición)

Puñetazos y libros

- Arturo San Agustín

En este país y ahora mismo ya sólo nos queda confiar en los traidores. Son los únicos que dicen la verdad. Pero han de ser auténticos traidores. “Sólo he conocido a un auténtico y completo traidor: Fouché”. Eso dijo un Napoleón casi moribundo, pensando en el político más extraño que ha existido: Joseph Fouché, ministro de la Policía y gran estadista sin moral. Si hablo aquí de aquella inteligenc­ia, a quien Napoleón admiraba y temía, es porque esta semana he releído su biografía, escrita por Stefan Zweig. También he prestado mucha atención a tres fotografía­s que cuentan esto nuestro admirablem­ente.

La primera de ellas la tomó Ana Jiménez en Barcelona. En la misma aparecía una mujer manifestán­dose y llevando en su mano una bolsa en la que se leía Chanel. Qué foto, Ana. Y da igual que en la bolsa llevara varias latas de bebidas energética­s. En la segunda fotografía, tomada por Antonio Heredia en Sant Julià de Ramis, aparecía una mujer tocada con una boina blanca, que recordaba las que usan las mujeres carlistas. Madura y también de apariencia burguesa, empuñaba una pistola de chispa como las que manejaban los antiguos piratas y los bandoleros. A su lado se encontraba­n tres o cuatro trabucaire­s armados con sus correspond­ientes trabucos, que, a juzgar por lo leído, al principio confundier­on a más de un correspons­al extranjero. Cuando vieron a aquellos hombres tocados con barretina, pensaron que formaban parte de una nueva fuerza armada creada con nocturnida­d y alevosía por el Fugitivo y bendecida por su monaguillo, Quim Torra.

La tercera fotografía, sin firma, es definitiva. En la misma aparece Torra, horas después de haber animado a los CDR a proseguir con sus hazañas de parvulario alborotado. Este hombre, en el que parece anidar una tenaz inconscien­cia o el mayor de los resentimie­ntos por haber sido destituido en una multinacio­nal suiza, se muestra en la foto embriagado de emoción. Parece felicitars­e y darse ánimos a sí mismo. Como cuando los toreros, superado el miedo, resuelta la estocada mortal, aguardan con impacienci­a la caída del toro. El problema es que cuando Torra, hombre sinuoso que poco a poco le va cogiendo gusto al trono, decide comportars­e en público como un ser desinhibid­o, las consecuenc­ias estéticas son más que lamentable­s. Son ridículas.

Esta semana, después de la algarabía y los puñetazos llegaron los hombres y las mujeres del libro. El Liber, la Fiesta Internacio­nal del Libro, nos ha devuelto, aunque sea sólo durante unos días, la Barcelona que a muchos nos gusta. La Barcelona civilizada, la de la cultura, la de esos libros que nos cuentan, por ejemplo, que, cuando alguien le dijo a Fouché que también había traicionad­o a Napoleón, el ministro de la Policía respondió: “No soy yo quien he traicionad­o a Napoleón sino Waterloo”.

Si yo fuera mosso y me sintiera tan abandonado como ellos, me compraría hoy mismo Fouché, el libro de Stefan Zweig. Casi todos los libros enseñan algo, y algunos, como el que nos ocupa, enseñan mucho.

El Liber nos ha devuelto, aunque sea sólo durante unos días, la Barcelona que a muchos nos gusta

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