Puñetazos y libros
En este país y ahora mismo ya sólo nos queda confiar en los traidores. Son los únicos que dicen la verdad. Pero han de ser auténticos traidores. “Sólo he conocido a un auténtico y completo traidor: Fouché”. Eso dijo un Napoleón casi moribundo, pensando en el político más extraño que ha existido: Joseph Fouché, ministro de la Policía y gran estadista sin moral. Si hablo aquí de aquella inteligencia, a quien Napoleón admiraba y temía, es porque esta semana he releído su biografía, escrita por Stefan Zweig. También he prestado mucha atención a tres fotografías que cuentan esto nuestro admirablemente.
La primera de ellas la tomó Ana Jiménez en Barcelona. En la misma aparecía una mujer manifestándose y llevando en su mano una bolsa en la que se leía Chanel. Qué foto, Ana. Y da igual que en la bolsa llevara varias latas de bebidas energéticas. En la segunda fotografía, tomada por Antonio Heredia en Sant Julià de Ramis, aparecía una mujer tocada con una boina blanca, que recordaba las que usan las mujeres carlistas. Madura y también de apariencia burguesa, empuñaba una pistola de chispa como las que manejaban los antiguos piratas y los bandoleros. A su lado se encontraban tres o cuatro trabucaires armados con sus correspondientes trabucos, que, a juzgar por lo leído, al principio confundieron a más de un corresponsal extranjero. Cuando vieron a aquellos hombres tocados con barretina, pensaron que formaban parte de una nueva fuerza armada creada con nocturnidad y alevosía por el Fugitivo y bendecida por su monaguillo, Quim Torra.
La tercera fotografía, sin firma, es definitiva. En la misma aparece Torra, horas después de haber animado a los CDR a proseguir con sus hazañas de parvulario alborotado. Este hombre, en el que parece anidar una tenaz inconsciencia o el mayor de los resentimientos por haber sido destituido en una multinacional suiza, se muestra en la foto embriagado de emoción. Parece felicitarse y darse ánimos a sí mismo. Como cuando los toreros, superado el miedo, resuelta la estocada mortal, aguardan con impaciencia la caída del toro. El problema es que cuando Torra, hombre sinuoso que poco a poco le va cogiendo gusto al trono, decide comportarse en público como un ser desinhibido, las consecuencias estéticas son más que lamentables. Son ridículas.
Esta semana, después de la algarabía y los puñetazos llegaron los hombres y las mujeres del libro. El Liber, la Fiesta Internacional del Libro, nos ha devuelto, aunque sea sólo durante unos días, la Barcelona que a muchos nos gusta. La Barcelona civilizada, la de la cultura, la de esos libros que nos cuentan, por ejemplo, que, cuando alguien le dijo a Fouché que también había traicionado a Napoleón, el ministro de la Policía respondió: “No soy yo quien he traicionado a Napoleón sino Waterloo”.
Si yo fuera mosso y me sintiera tan abandonado como ellos, me compraría hoy mismo Fouché, el libro de Stefan Zweig. Casi todos los libros enseñan algo, y algunos, como el que nos ocupa, enseñan mucho.
El Liber nos ha devuelto, aunque sea sólo durante unos días, la Barcelona que a muchos nos gusta