CERVEZA Y POLÍTICA EN BAVIERA
El célebre festival de la cerveza de Munich encarna la identidad bávara que los políticos quieren seducir en las urnas el próximo domingo
La 185 .ªe ición el toberfe e Mun hco cide n las elecciones de Bav , en que la Unión Social Cristiana podría perder, por segunda vez en su historia, la mayoría absoluta.
Desde una colina, encaramada a una escalinata, una imponente figura femenina de bronce domina cuanto acontece en el Wiesn, el vasto recinto muniqués donde se celebra el afamado Oktoberfest, el gran festival bávaro –y alemán en general– de la cerveza. La escultura –que junto a su base suma 27,4 metros de altura– representa a Bavaria, alegoría del land de Baviera.
La gran heroína de bronce forma parte de los monumentos erigidos por el rey Luis I de Wittelsbach, que reinó de 1825 a 1848, para fomentar la imagen y la autoestima de su joven reino, surgido pocos años antes por designios de Napoleón. Bavaria, nombre latino de Baviera, encarna tanto la patria bávara como las virtudes de su pueblo.
Desde lo alto de la escultura –la cabeza de Bavaria contiene un pequeño mirador para dos personas al que se accede subiendo una escalera–, las gentes que deambulan por el recinto festivo de 31 hectáreas se ven minúsculas, entre carpas monumentales y atracciones de feria. Pero componen una hueste numerosa. Cada año acuden a las dos semanas del Oktoberfest de Munich más de 6 millones de visitan- tes, entre alemanes y extranjeros, que se beben unos 7,7 millones de litros de cerveza. Esta 185.ª edición arrancó el sábado 22 de septiembre y terminará hoy, el primer domingo de octubre, como es costumbre.
“Nos hemos tomado el día libre en el trabajo; mucha gente de Munich y del resto de Baviera lo hace, algunos se reservan una semana entera de vacaciones para poder venir”, cuentan Simone y Katharina, de 50 y 27 años, compañeras de tarea en una oficina de asuntos sociales, que han venido enfundadas en sus Dirndl, el típico traje femenino bávaro con corpiño, falda de vuelo y delantal. Para ambas sería impensable, casi sacrílego, no acudir cada año a la fiesta. “El Oktoberfest nos une a todos, jóvenes y mayores”, proclama Katharina.
El próximo domingo 14, otra cita unirá a los 9,5 millones de ciudadanos con derecho a voto en este land pudiente de 13 millones de habitantes: las elecciones regionales. La Unión Social Cristiana (CSU), el partido conservador bávaro hermano de la Unión Cristiana Demócrata (CDU) de la canciller Angela Merkel, afronta las urnas con el fundado temor a perder su histórica mayoría absoluta, como pronostican casi todas las encuestas.
Salvo en la legislatura 2008-2013
–cuando la CSU tuvo que gobernar en coalición con los liberales del FDP–, el partido socialcristiano ha gobernado Baviera en solitario desde 1970. Ahora, los sondeos le vaticinan una sangría de votos. El último, publicado el viernes por la cadena pública ZDF, otorga a la CSU el 35% de los sufragios, frente al 47,7% que consiguió en las elecciones del 2013.
Aunque la neutralidad política dentro del Wiesn es rigurosa, el Oktoberfest se ha convertido estos días en un escaparate electoral. Y no porque los políticos bávaros programen aquí dentro actos de campaña –que no está permitido–, sino porque es fundamental dejarse ver en un acontecimiento simbólico de la identidad bávara, que todos los partidos se esfuerzan por cuidar, en mayor o menor grado.
“Los políticos han utilizado el Oktoberfest como tribuna durante decenios, sobre todo en la escenificación del ritual inaugural del primer día; en concreto, la CSU siempre intenta validar la ecuación ‘CSU igual a Baviera’”, sostiene Nikolaus Neumaier, redactor jefe de política regional de la Bayerischer Rundfunk (BR), la radiotelevisión pública bávara.
Así, como quiere la tradición, la primera espumeante jarra de cerveza del Oktoberfest, escanciada el pasado 22 de septiembre por el alcalde de Munich, el socialdemócrata Dieter Reiter, fue para el presidente regional, el socialcristiano Markus Söder. Ambos vestían los tradicionales Lederhose, pantalones cortos confeccionados en cuero de ciervo, aunque también los hay de otros animales.
Como otros políticos, también la prometedora candidata ecologista, Katharina Schulze, se plantó en una carpa ataviada con un Dirndl floreado. Su partido, Alianza 90/ los Verdes, protagoniza un espectacular despegue: los sondeos lo sitúan en segunda posición, con el 18% de votos, cuando en los comicios del 2013 tuvo el 8,6%.
“El cliché bávaro del Oktoberfest se utiliza en campaña electoral, lo hace la CSU y lo hacen también un poco los otros, aunque concretamente en el Wiesn pasan pocas cosas; creo que también se quiere evitar que alguien pueda decir que este o aquel político está en una carpa bebiendo en exceso”, sonríe Neumaier.
En efecto, el ambiente en las carpas –hay 16 grandes y 21 pequeñas– con música folklórica y popular en directo es de jolgorio total. Entre cánticos y desafuero, en las mesas y bancos dispuestos en fila se sirven especialidades culinarias bávaras –cada año son deglutidos en torno a medio millón de pollos, 200.000 pares de salchichas, y 80.000 codillos de cerdo, además de kilos y kilos de carne de buey y ternera– junto a incontables jarras de cerveza.
Camareras y camareros cargan bandejas inverosímiles, auténticas plataformas rectangulares con hasta ocho platos repletos de viandas, o agarran con una sola mano, empuñándolas por el asa, siete jarras de cerveza a la vez. El precio oficial de una Mass (así se llama la jarra de un litro) es este año de entre 10,70 y 11,50 euros.
En la carpa Schützen, con capacidad para 6.500 personas, carteles en las columnas ruegan a los comensales que “por favor” no se suban a los bancos hasta después de las 19.30 horas. Pero son las tres de la tarde de un día laborable, y el respetable público ya está en pie sobre los bancos cantando a grito pelado
Sweet Caroline a coro con la orquestina. De noche y en fin de semana o festivo, la jarana es tremenda, con un lado oscuro: se han dado casos de agresiones sexuales y peleas violentas. En la primera semana fue violada una turista finlandesa en una zona de arbustos, y en una reyerta murió un alemán. Fuera de las carpas, se suceden los puestos de comida, dulces y recuerdos, junto a atracciones de feria de gran tamaño y tiovivos infantiles.
Uno de los aspectos que más intriga a los no iniciados es por qué este festival se llama Oktoberfest si empieza en septiembre. La razón es histórica y climática. El festejo se celebró por primera vez en 1810, con motivo del matrimonio del príncipe heredero Luis –el que ya como rey comisionó la escultura alegórica de Bavaria– con la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen. Los festejos comenzaron el 12 de octubre y acabaron el 17, y se repitieron año tras año, ganando días. A partir de 1904, fueron ade- lantados a septiembre para aprovechar el buen tiempo al aire libre, pero se conservó el nombre de Oktoberfest. A veces, si el primer domingo de octubre –cuando toca que concluya– viene adelantado en el calendario, el grueso del festival cae en septiembre. Y Wiesn es la abreviatura bávara de Theresienwiese, es decir, el prado de Teresa, la princesa de la boda
Entre los visitantes no alemanes, los más numerosos son los italianos y los estadounidenses. “Lo interesante es que muchos extranjeros identifican lo bávaro con lo alemán, sobre todo los estadounidenses, que tampoco están para hacer grandes diferenciaciones”, apunta el veterano cabaretero bávaro Bruno Jonas, cuyos monólogos de sátira política se programan en teatros de Munich y de otras ciudades alemanas. “Hoy, la gente que viene al Oktoberfest de otros lugares de Alemania o del mundo se apresura a trabar amistad con esta tradición, y hasta se sienten bávaros –prosigue Jonas, entusiasmado–. Aquí hay una invitación al estilo de vida bávaro, a ponerse los Lederhose ,el Dirndl …es casi como una oferta de identidad”.
Sin embargo, cuando se pone la vestimenta gente que no es bávara “no funciona, se nota que van disfrazados”, bromea el periodista Nikolaus Neumaier, recordando el “origen político” del Tracht, palabra que engloba a todos los atuendos bávaros, que en realidad son relativamente recientes. Al fundarse el reino de Baviera en 1806, sus territorios distaban de ser homogéneos, así que la dinastía Wittelsbach –sobre todo el rey Maximiliano II– promovió el diseño y el uso de esos trajes como elemento de identidad.
“En los últimos años, se ve a cada vez más gente en el Oktoberfest luciendo el Tracht clásico, aunque hay muchas casas de moda que hacen variaciones modernas, con dibujos de todo tipo”, relata Neumaier. En la región en torno a Munich es común que la gente se lo ponga los domingos sin más motivo. “Hay una autocomprensión asociada a llevar Dirndl ellas y Lederhose ellos; que gusta usarlo, que uno no se avergüenza de vestir un traje regional”, añade el periodista. En el Wiesn, desde luego, tampoco se avergüenza nadie de llevarlo, aunque no todos ni todas lo luzcan con genuino estilo bávaro.
DOS SEMANAS DE JOLGORIO Acuden a la cita más de 6 millones de personas, y se beben 7,7 millones de litros de cerveza EL CABARETERO BRUNO JONAS “Lo interesante es que muchos extranjeros identifican lo bávaro con lo alemán”